Seguramente que, por los medios de comunicación, tendemos a pensar que en las elecciones estadounidenses solo existe sota o caballo, Clinton y Trump: pues no. De hecho, la lista es larga. Siempre y cuando se las apañen para recabar un número de firmas que, sí, lo han adivinado, varía según estado, cortesía jeffersoniana, cualquiera puede presentar su candidatura a la presidencia. Así, tenemos a Joseph "Joe Exotic" Maldonado, el cual se autodefine como un hombre común para todos, o a Brian Briggs, amante de la música, nos confiesa, o a Samm Tittle, ciudadana, emprendedora y defensora del mismo trato para todos. Sin ir más lejos, en mi post del 10 de agosto mencioné el salto de un nuevo candidato, Evan McMullin, a la arena política.
Pero siempre se puede hacer el más difícil todavía, admitiendo candidaturas espontáneas. ¿Sabían que en las papeletas, si no aparece el nombre del candidato que queremos que nos represente, podemos incluirlo? Bastará con escribir su nombre y apellido (en Estados Unidos solo se lleva uno). Por supuesto, la normativa que regula la inclusión espontánea de un candidato difiere de estado a estado, y solo cuarenta y tres permiten esta modalidad, pero aún así, una candidatura escrita, respaldada en las elecciones, técnicamente podría ganar unas elecciones.
Con esta mano ancha hay algunos que se toman el proceso electoral en plan jocoso, añadiendo nombres de superhéroes o de otros guerreros de carne y hueso como Chuck Norris a la papeleta. Nuestro odiado vecino también puede ir en el lote. En el estado de Georgia, por ejemplo, se recogieron unos 4000 votos proponiendo a Charles Darwin como candidato.
Pero también existen partidos más potentes, manzanas de la discordia, a los que los grandes suelen achacar su derrota. Parece que esa es la cruz que lleva a cuestas el Partido Verde desde las disputadas elecciones del 2000 y que dieron la victoria a Bush por un escaso margen. A Ralph Nader, el representante de los Verdes por aquel entonces, se le señaló como el culpable de aquella hecatombe.
Hoy, la imputada es Jill Stein, la portavoz de dicho partido. Y todo apunta a que los republicanos la adoran. No creo que sea por su impresionante currículum. Doctora especialista en medicina interna, estudió en Harvard, dejó aparcada la medicina para dedicarse a la política tras veinticinco años de práctica. Desencantada con la decisión demócrata del estado de Massachusetts, estado en el que operaba ella, de desestimar la Clean Elections Law (Ley de Transparencia en las Elecciones), por la que se pretendía reducir el poder de las subvenciones procedentes de potentados, Stein decidió marcharse. No fue hasta las elecciones del 2012 cuando se presentó como candidata repitiendo en el 2016.
Tampoco creo que la pasión republicana se deba a sus visiones sobre el cambio climático, más cercanas, quiero suponer, a las de los demócratas que a las del Viejo Gran Partido (al Partido Republicano también se lo conoce por las siglas GOP, Grand Old Party). Seguro que tampoco es porque el copiloto de Stein, Ajamu Baraka, defensor de los derechos humanos, con inclinaciones izquierdistas y, en cierta manera, muy Trump, ni tiene pelos ni se muerde la lengua, les vuelva locos. Qué puede ser entonces. Estrategia. Parece que, algunos de los republicanos que no comulgan con los designios autorizados, van a votar por Stein, en un nuevo intento por dividir el voto demócrata. Hay que tener en cuenta que, para un partido de exiguos recursos, la financiación estatal para permanecer en la carrera presidencial es vital. Un 5% de los votos garantizarían su presencia en las elecciones del 2020, y, quizás, en la espera, germinaría el embrión de un nuevo candidato republicano capaz de recuperar a esos disidentes. Stein, por supuesto, es consciente de ello, pero no le importa llevar la cruz si con ello consigue asegurar la representación de sus ideales.
Aunque, pensándolo bien y visto lo visto, lo mismo era capaz de apañárselas con el boca a boca, ¿no les parece? Y ustedes, ¿permitirían las candidaturas espontáneas?
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