Con la compra Verizon ha adquirido algo valiosísimo: datos. Esos maravillosos seres que proporcionan a las empresas información sobre los hábitos de consumo de la población. Pero, lógicamante, la entrada a este club de élite resulta muy costosa. Justamente 4.8 billones de dólares es lo que ha pagado Verizon, o mejor dicho, los clientes de dicha empresa, por saber cuáles son los hábitos consumistas de sus conciudadanos.
Verizon, al ser la compañía más demandada, mantiene prácticamente un monopolio que favorece que sus precios sean elevados. No soy cliente de Verizon, y no es que no haya intentado abducirme para su causa. Que recuerde, la compañía nos habrá mandado al menos a cuatro encuestadores, por no mencionar el bombardeo postal semanal que publicita su plan Fios, un paquete que ofrece Internet y televisión. Los precios varían dependiendo de la velocidad que quiera adquirirse. Lo que sí es cierto es que estos precios, en oferta el primer año de suscripción, por cierto, nada asequibles, recaerán en los clientes, al menos hasta que se salde la deuda. Aunque, una vez que están, ¿por qué no dejarlos? Al fin y al cabo la competencia apenas existe y los usuarios demandan, quieren la dichosa velocidad. Ella es, sin duda, la nueva reina de la pista. Y, por lo que parece, todos quieren sacarla a bailar. Pero, la muy ladina, como sabe que la buscan, rechaza al que no le pueda costear sus preciosas exigencias. A los que tienen menos, claro está, ni los mira. A tirar de cable que ella es de fibra óptica y muy sensible, pero, sobre todo, corre que se las pela.
Yo soy de las que se apañan con cable y contenta de la vida. Apenas noto estas diferencias con las que los grandes monstruos intentan aturdirnos. La única diferencia está en el bolsillo. Y agradecida.
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