Socio y promotor del birtherism, movimiento que defiende que el actual presidente no es estadounidense, Trump, al mejor estilo de Paco Martínez Soria en Don Erre que Erre, no ha dejado de cuestionar, incluso después de que Obama hiciera público su certificado de nacimiento allá por el 2011, su validez. Incluso llegó a decir que lo había falsificado. Eso sí, Trump no solo no aparca los bulos de que Obama pueda ser simpatizante del islamismo, sino que achaca a Clinton la expansión del birtherism. El dos por uno.
"Quizás", "ha llegado a mis oídos", "tengo dudas" es la retórica de la que se vale el candidato para desprestigiar a Obama, y ya, de paso, perpetuar un perenne miedo y repudio hacia la otredad. ¿Por qué esta decisión? La comunidad de color, a menos la de Detroit, apenas lo apoya.
Pero Trump lo sabe. Sabe que el daño ya está hecho. Retirando parcialmente una acusación, por lo menos aún puede beneficiarse de la otra y, no olvidemos, de la sombra de la sospecha ya plantada. Jugada maestra descorazonadoramente familiar.
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