En la villa de Loch Arbor, a escasos minutos de mi domicilio, han impuesto limitaciones al uso de drones o de cualquier otro artefacto no tripulado. Siempre tendrán que estar al alcance de la vista y solo podrán operar de 8 de la mañana a 8 de la tarde. Su uso en las inmediaciones de una vía pública se restringe a 50 pies (unos 15 metros).
Los sistemas de grabación y audio quedan terminantemente prohibidos. De más está decir que sobre aquellos que obstaculicen las labores de los cuerpos encargados de prestar servicios a los ciudadanos recaerán fuertes sanciones económicas.
Y es que, al final, todo parece tener un origen y un destino común. Dinero. El ayuntamiento ha calculado qué le iba a ser más rentable, si la compra de sistemas especializados para hacer un seguimiento de estos robots voladores o la posibilidad de enfadar a los vecinos y perder turistas en época estival, y los aparatitos se han llevado las de perder. Por lo visto algunos residentes se han quejado porque sobrevolaban y/o ¿grababan? su propiedad, mientras que algunos bañistas mencionaron el insidioso planeo en la playa, que, supongo, también iría acompañado de recogida de imágenes y sonido, aunque, francamente, este motivo no lo entiendo muy bien porque con un móvil también se puede ir a lo Bond.
Parece que el derecho a la privacidad y el temor a posibles daños materiales y físicos, a veces, le sacan terreno a la oportunidad de disfrutar del cine, gratis, en casa.
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