Hay otro imperio que poco a poco se ha abierto mayor hueco en los Estados Unidos. Precisamente de eso va su negocio: de espacios. El alquiler de pies cuadrados para, en la mayoría de los casos, guardar, perdón por la franqueza, guarrerías.
Los sótanos, los altillos y las casas, cada vez más grandes, ya se han quedado pequeños para meter los regalos de boda indeseados o las cajas de juguetes de los hijos de cuando eran niños o algo más grande aún, la avioneta que no cabe en el garaje, y la gente pide más. Y no me extraña, porque en esta sociedad, aunque se tira mucho, se guarda más, aunque sean desechos. El lo quiero, pero no lo necesito es el promotor de esta nueva vivienda, las unidades para almacenar nuestras pertenencias.
Para que nos hagamos una idea de su fuerza, según datos de la Self Storage Association, la asociación que lleva este tipo de almacenaje, esta industria supera los beneficios de la industria hollywoodiense. Texas, (la cabeza pensante que sacó la idea en los años 60), Florida y California, por este orden, son los clientes más habituales.
Con una media de 11 mudanzas por vida no es de extrañar que se necesiten de estas unidades para, momentáneamente, depositar los enseres hasta encontrarles una nueva vivienda en la que volver a dejarlos. El sensacional George Carlin tiene una rutina épica, quizás la más famosa, con la que capta magistralmente el estrés que crea separarse de nuestras cosas.
Doy buena fe de la existencia de estas unidades porque mi esposo y yo las hemos usado en varias ocasiones. En nuestro caso la peste entró por: los libros. Casi todos, de segunda mano, adquiridos en bibliotecas. Su precio: emocional y formativo. Pero para el que no se ande con ojo, puede suponerle un saco sin fondo con lo que, al final, los libros, salen a precio de oro. Y todo para guardar, muchas veces, cosas que desde un primer momento se detestaban o no tenían ningún valor.
Los dueños de las unidades, cuando los ocupantes no pueden hacer frente al pago, son los que salen ganando. Hay programas de televisión que emiten subastas ciegas de estos depósitos. Se compra el lote sin saber lo que hay dentro. A lo mejor se tiene suerte y se da con algo valioso, de hecho se han encontrado cosas como coches clásicos o un archivo con material de los Beach Boys, pero muchas veces suelen pagar por morralla (productos de limpieza), aunque se han dado casos en los que también han pagado por destapar a gente que vivía dentro de la unidad.
Creo que García Márquez en cuanto acababa un libro lo tiraba. Así se desmorona un imperio.
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