El mes pasado hubiera sido el cumpleaños de Nixon, y me ha dado por revisitar qué pasó en las elecciones del 1968.
Hubert H. Humphrey contaba con buenas cualidades; era un magnífico orador y tenía buena voluntad.
Defensor de los derechos civiles y el desarme nuclear mucho antes de que estos asuntos saltaran a la palestra, impulsó programas como el Work Progress Administration, una agencia del New Deal, encargada de dar trabajo a millones de parados. Defensor de la justicia económica y social, en 1947 fundó Americans for Democratic Action (Americanos por la Acción Democrática). De su factura también fueron la propuesta de acabar con la segregación racial, la invención de los Peace Corps (Cuerpos de Paz) voluntarios dependientes del gobierno federal o el Medicare (atención médica para mayores y discapacitados).
Humphrey estaba a favor de eliminar la pobreza, de las subvenciones a los granjeros, de ayudar a otros países (también suyo es el programa Food for Peace, Comida para la Paz). Pero creía en la confabulación comunista, y, aunque no creía en Vietnam, tuvo que seguir adelante con lo que le dejó Lyndon Johnson, y eso que prometió en su campaña que si alcanzaba la presidencia terminaría con los bombardeos en Vietnam del Sur.
Y perdió. Por un pequeño margen, 510000 votos, pero perdió contra un presidente que tuvo que abandonar la presidencia, deshonrado: Nixon.
En el Despacho Oval ya reside la carta que Nixon le enviara a Trump allá por 1987 con el vaticinio de su esposa, en la que le auguraba la victoria.
Me pregunto si la esposa de Nixon también fue capaz de visualizar el destino de su esposo o si con él no funcionaba.
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