El fallecimiento del extraordinario pensador Tom Regan, filósofo moral, pionero en el movimiento de los derechos de los animales, ha hecho que vuelva a asaltarme la eterna duda: ¿pero qué comemos?
De las aguas sacamos de todo: peces espada y atún hasta arriba de mercurio, langostinos vietnamitas que se mantienen "frescos" en hielo picado hundido en un mar de bacterias, y no precisamente de las buenas, o tilapia china, a la que, por lo visto, le dan de comer los excrementos del cerdo.
Cuando uno ha sido capaz de detectar estos tufos, decide buscarse otras mañas. Quizás pegarle al sushi. Pero la desilusión, si es que nos preocupamos por nuestra salud y el medioambiente, pronto nos juega otra mala pasada: la sobreexplotación. El atún rojo, por ejemplo, está en peligro de extinción, por esa razón, hay que cazarlo furtivamente.
Incómodos, y como nos gusta el pescado a rabiar, optamos por los criaderos. De truchas y salmones, en especial. Horror de horrores. Un bocazas nos lo tiene que estropear: si yo fuera tú, mejor ni los olía; hinchados de antibióticos. Caemos en la trampa. ¿Y eso? A maíz los tienen y, aún peor, los inflan a carne picada de vaca y cerdo.
El asco no impide que nos paremos ante el reducido mostrador de la pescadería del supermercado: unos mejillones famélicos de la Isla del Príncipe Eduardo y un pescado en filetes que se anuncia como bacalao pero que, como ya estamos tan informados, dejamos pasar, porque puede que nos quieran dar pangasius por bacalao.
En la pecera verdosa, unos cuantos bogavantes nos llaman como las sirenas a Ulises. Están vivas. Pero la maldita desilusión nos envuelve porque estamos medio concienciados, porque queremos ser ciudadanos éticos, hacer lo mejor, y, sobre todo, no dejar un pisotón en la tierra en vez de la leve huella. ¿Serán furtivas? ¿Qué habrán desayunado? ¿Sesitos de vaca? La tarea es inagotable. De cabeza a internet.
La información nos trae que algunos países se valen de esclavos para la pesca. Con un googlazo, sabemos que a otros les da por esclavizar niños, esta vez en el sector chocolate. Obama aprobó una ley el año pasado prohibiendo el consumo de pescados y mariscos que procediera de manos esclavas. Desconozco el tiempo que aguantará bajo esta administración. Al final, decidimos pasar el día en ayunas, si acaso una taza de leche de soja, hasta nueva orden.
Si de compras hay que andarse con más ojos que una cesta de peces, en los restaurantes toda cesta es poca. Y es que muchos no tienen problemas en hacer pasar el gato por liebre (sustitúyase por los animales que se quiera). Al preciado bogavante, como se pida en ensalada, por ejemplo, alguno que otro no tendrá remilgos en darle el cambiazo por langostino, esperemos que no sea vietnamita, o por las famosas delicias de abadejo.
Y el mundo de las carnes. Ese huele aún peor. Para información sobre el tema remitirse a Upton Sinclair y a su Jungla, The Jungle, que ya en 1906 denuncia las condiciones en las que se encontraban los trabajadores de las factorías cárnicas. Uno diría que la cosa ha cambiado mucho desde entonces. No cabe duda de que las magníficas invenciones de Temple Grandin, han reformado las prácticas de esta industria, pero los mexicanos que siguen ahí, hasta que los echen, creo que dirían, (si pudieran), que a ellos no les han llegado.
Abundan los documentales sobre el maltrato a los animales. A veces, incluyen grabaciones nocturnas con el documentalista haciendo una incursión en una de estas explotaciones. Con la Ley mordaza del sector agropecuario (Ag-gag) los captadores de las imágenes que no tengan permiso para grabar se juegan una visita, como mínimo, a los tribunales. La vaca, desde luego, no solo es sagrada en la India.
Y nos quedan los cereales, las legumbres, verduras y frutas. Con ellos seguro que nos libramos. Pues tampoco. El agotamiento de la tierra, reverdecido a base de pesticidas que no se van por mucho que se laven, las modificaciones genéticas y las bocas de multinacionales, como Monsanto, desencajadas de avaricia, con las que, dentro de poco, hasta el aire que respiramos también pasará a formar parte de su elenco de patentes, nos lo ponen muy difícil.
Por supuesto pueden decir que lo expuesto aquí me lo he sacado de la manga, que es todo un montaje y que las fuentes consultadas, si es que las he consultado, son un atajo de trolas. Siempre queda la duda. Por si acaso, intentaremos evadir estos puñetazos. Y cómo. Cómo va a ser. Intentando mantener el gato a raya.
Creo que Tom Regan lo aprobaría.
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