La obesidad en Estados Unidos algunos la reclaman como un derecho y
creo que unos cuantos hasta lo defenderían como una obligación. Hay que ser
solidarios con las grandes industrias. Americanas, claro. Pero ¿quién querría atiborrar a sus
hijos de comida basura? Ha preguntado Michelle Obama en
una conferencia sobre salud. Pues parece ser que
alguien que, aparte
de estar con el americano subido, también le sobra dinero y está de
ánimo para subvencionar a las grandes aseguradoras con las desorbitadas cuentas
que le saldrán si se opone a que sus hijos en horario escolar sustituyan el
pollo azucarado por la saludable zanahoria.
Los
detractores de tal beneficioso vegetal se refugian en su desagradable sabor
para cerrar los ojos ante la evidencia. Sí. Y en lo mal que la cocinan para
disimular dicho sabor. Cartón, eso es lo que se llevan a la boca sus hijos. Nada menos
que cartón. Menos les importa que muchos pollos embadurnados en azúcares
terminen en complicaciones cardiovasculares. Estos niños, desgraciadamente, al
igual que sus padres, recalcitrantes defensores de las grasas saturadas,
tampoco son de mucha zapatilla, de hecho cuanto menos la toquen, mejor. Así
que, al final, todos en carrito motorizado, para que así puedan seguir llenado
en amor y compaña el cesto de la compra con los azúcares que se encargarán de
pudrirles los dientes, aunque, eso sí, también de poner a la asquerosa
zanahoria en su sitio.
El
presidente, claro, para premiar la solidaridad de los defensores del pollo
azucarado y grasas arterioasquerosas, ha congelado las restricciones que
limitaban el sodio y las regulaciones que abogaban por un aumento en el consumo
de los cereales integrales en los colegios. Y eso de saber cuántas calorías nos
metemos pal'
cuerpo, para
evitarnos el susto y podamos seguir alimentando a placer el michelín quinientos
diez, después de todo a quién le gusta comer con esa mosca zumbándole en la
oreja, parece que también esta administración nos lo va a ahorrar. Todo sea por
el derecho y la obligación moral de ser gordo.
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