
Con los nativos americanos Jefferson tiene el mismo problema. No. Peor. Porque, aunque a los pueblos nativos americanos los considerara una noble raza, víctima de la historia, a varias de sus hijas las casó con hombres que decían ser descendientes de Pocahontas, fue bajo su mandato cuando se comienza con la expulsión o deportación o como quiera llamarse, de masas ingentes de estos pueblos. Confinados y condenados a la extinción al oeste del Misisipí. Aunque el empujón no paró ahí. Pero la tierra es la tierra. Seguramente Jefferson temiera que los nativos americanos se la vendieran a los británicos o a los franceses e hicieran peligrar así el sueño americano.
Pero estos actos no le impidieron a Jefferson albergar un interés romántico, otro Fenimore Cooper, por las primeras civilizaciones norteamericanas. En su celo por rescatar su herencia ante la inminente hecatombe que sabía se les venía encima, él mismo elaboró un glosario con voces indias que le costó reunir treinta años. Desgraciadamente, el arcón en el que iban los papeles le fue sustraído. Ofreció una recompensa a quien se lo trajera. El baúl apareció, pero solo se recuperaron unas pocas cuartillas en pésimo estado. Pero había que civilizarlos. Este era su plan. Lo primerito era dejarles algo de tierra, prácticamente se quedaron pelados obligados a venderla, para que pudieran dedicarse a las labores ganaderas. Leer y escribir, fundamental, como también lo era saber algo de números. La instrucción a mujeres en tareas domésticas, indispensable. En cuanto a los hombres, además de la ganadería, también se les formaría en otro tipo de trabajos. Pero nunca lo llevó a cabo. En su lugar, puso la primera losa para que se extinguieran.
¿Hipócrita o filántropo?
No hay comentarios:
Publicar un comentario