Desconozco la razón por la que el traumatólogo le desaconsejara estas citas. Quizás al examinar la radiografía y tras unos minutos de conversación en la que seguramente saldría a relucir el famoso quiropráctico, bastaran al doctor para animarla a que dejara ese hábito y se arrojase en su lugar en manos de la ciencia.
La conocida lo dejó. Rabiando y pateando pero lo dejó. Nunca supe si seguir sus recomendaciones le sentaron mejor o peor, pero por lo que se ve, la quiropráctica, como la religión, tiene muchos adeptos que creen a pies juntillas en sus ungidos y parece bastante difícil convencerlos de que su santidad no tiene fundamento científico.
A raíz de esta creencia, me dio por pensar en el inventor de la quiropráctica. Y canadiense fue. Aunque afincado en Estados Unidos. Daniel David Palmer. Un hombre, cuando menos, extraño. Decía que un tal Jim Atkinson, doctor fallecido, lo llamaba desde el otro mundo. Con él coincidió en una sesión de espiritismo. Palmer también creía en la curación por medios magnéticos y estaba en contra de las vacunas. Según él, la quiropráctica era una cuestión de obligación moral y deber religioso. En asuntos caseros, dicen que uno de sus hijos trató de atropellarlo en un desfile. Según él, pegaba a tres de los hermanos con correa y solo mostraba interés por el trabajo.
No cabe duda de que el mundo está lleno de lúcidos iluminados. Espero que, el momento de lucidez de esta conocida, le haya hecho desaparecer, o al menos mitagado, el dolor.
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