Esta mañana a eso de las 6 descarriló un vagón de metro de la linea roja (la que pasa por la Universidad de Harvard) en la estación de JFK. Pasadas las 7 de la tarde mías, aún no lo habían retirado. Y ya van dos veces en cuatro días con ruedas cuadradas. Cuatro este año. El descarrilamiento anterior se lo llevó la linea verde. Fallo humano hace tres días y hoy, mecánico. Hasta el alcalde ha tenido que salir a la palestra para dar a los responsables un tirón de orejas.
Los sin abono como siempre a jorobarse. Y es que han tenido que saltar a otro medio de locomoción alternativo y, como era de esperar, la MBTA no ha reaccionado a tiempo, y el trayecto de escapada ha tocado pagarlo. Los suertudos que pudieron costearse un Lyft hasta 163 dólares les han soplado por el trayecto JFK-Boston. Y seguro que también han llegado tarde porque la salida 15 de la I-93 cortada para dejar entrada a la maquinaria que sacará, aún no sabemos cuándo, los vagones de metro. Afortunadamente solo una persona herida y sesenta evacuadas. Al MBTA, sistema de transporte que solo cuenta con 122 años de vida, parece que le cuesta deshacerse de sus queridas reliquias. Y en julio suben las tarifas. Y todo por catorce años de malas inversiones en una cosa que se llama swaps. Desde el 2016, doscientos treinta y seis millones de dólares se han perdido. Para que nos hagamos idea del desastre económico: pagar el seguro cuesta seis veces más que el valor de lo que se quiere asegurar. En ciudad moderna, plus por peligrosidad.
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