Y hablando de negocios cerveceros.
Yuenling es unos de los nombres que más se oye en Pittsburgh, y aunque pueda sonarnos a chino, salió de Stuttgart. En 1828 el señor David Gottlieb Jüngling abandonó Alemania para instalarse en Pensilvania. Al año siguiente ya lo tenemos con su fábrica de cerveza funcionando, y aunque se perdiera en un incendio dos años después, volvió a levantar otra.
Yuenling (la forma anglizada) subió como la espuma. De hecho, la cerveza
Yuenling no es solo la cerveza que más se consume en el estado, sino también una de las que más vende en el país. Con la Samuel Adams de Boston, su gran competidor, (hace muchos años tuve la suerte de visitar sus instalaciones en Jamaica Plain, por aquel entonces vivía allí) se alterna en los puestos de honor. Su producción es tan amplia, que han tenido que buscar fábrica en Tampa, en la Florida. Unos tres millones de barriles anuales.
A la familia
Yuenling también hay que darle crédito por inventar la
sin. Y es que durante la Ley Seca, a Frank D. Yuenling, para no cerrar, se le ocurrió lanzar al mercado la
especial, con tan solo un 0, 5% de alcohol.
La fábrica es un negocio familiar que, en estos momentos, está en manos de Dick Yuenling y que, tras su jubilación, entregará el mando a una de sus cuatro hijas. Por cierto, que el señor Yuenling dio que hablar en el 2016 por su apoyo incondicional a
Donald Trump for president.
Y si se prefieren los helados el señor Yuenling también los despacha. En el 2014, después de un hiato de casi cuarenta años, volvió a colocarlos en el mercado. Y no, no tienen helado con sabor a cerveza (el de vainilla no falta), pero quizás a uno no le importe probar el de canela con
trazas de churros.
Y no, aún no he probado la
Yuenling.
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