
Supongo que algunos papás se negarán a creer que sus angelitos tengan fuerza suficiente como para hacer daño a un adulto, por muchos insultos, vejaciones, patadas, arañazos o mordiscos que puedan arrear. De vez en cuando, a algunos de estos alumnos díscolos también les da por armarse con barras de hierro que hunden al que pretenda quitársela, objetivo que a veces logran. La razón: al encorajinado no se le puede tocar. En su lugar, el profesor tiene que aislar al airado y sacar a los otros pequeños al pasillo o llevárselos a una clase que, en ese momento, esté vacía. Hasta que la criatura se calme y decida que no vale la pena perseguirlos pasillo abajo en plan Muñeco diabólico. A veces, el airado actúa con otros airados al mismo tiempo, lo que, obviamente, dificulta las tareas de protección e instrucción.
Este declive en el comportamiento de los alumnos comenzó hace cinco o seis años. Algunos profesores dicen que los móviles han acentuado este descalabro. Desde luego, algo tiene que cambiar en el distrito escolar de Salem. Y ojo avizor para los estados restantes, que, con las redes sociales y el gusto por la imitación, los brujos de Salem, se salen (de sus fronteras).
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