Algo muy malo tiene que estar pasando en la sociedad cuando criaturas que no levantan un palmo del suelo son unos destrozaclases. Esto es lo que está pasando en Salem, Oregón. En los colegios públicos, los objetos vuelan de rabia. La sexta fotografía de la galería habla por sí sola, (quizás haya quien piense que las fotos son imágenes trucadas). Esta gente menuda no solo carga contra lo inanimado sino que también sacude al personal. Objetivo normalmente profesor, claro, aunque ningún adulto que trabaje en el centro escolar ni los compañeros de babi están fuera de su radio de acción.
Supongo que algunos papás se negarán a creer que sus angelitos tengan fuerza suficiente como para hacer daño a un adulto, por muchos insultos, vejaciones, patadas, arañazos o mordiscos que puedan arrear. De vez en cuando, a algunos de estos alumnos díscolos también les da por armarse con barras de hierro que hunden al que pretenda quitársela, objetivo que a veces logran. La razón: al encorajinado no se le puede tocar. En su lugar, el profesor tiene que aislar al airado y sacar a los otros pequeños al pasillo o llevárselos a una clase que, en ese momento, esté vacía. Hasta que la criatura se calme y decida que no vale la pena perseguirlos pasillo abajo en plan Muñeco diabólico. A veces, el airado actúa con otros airados al mismo tiempo, lo que, obviamente, dificulta las tareas de protección e instrucción.
Este declive en el comportamiento de los alumnos comenzó hace cinco o seis años. Algunos profesores dicen que los móviles han acentuado este descalabro. Desde luego, algo tiene que cambiar en el distrito escolar de Salem. Y ojo avizor para los estados restantes, que, con las redes sociales y el gusto por la imitación, los brujos de Salem, se salen (de sus fronteras).
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