Y hoy, al cine. El martes veía en PBS, la televisión pública, un documental sobre la vida del periodista Walter Winchell, titulado The Power of Gossip, El Poder del cotilleo, (narrado por Whoopi Goldberg). Para los que hayan visto la película Sweet Smell of Success, (literalmente "Dulce olor del éxito"), en España Chantaje en Broadway, el impresionante Burt Lancaster encarnaba a J.J. Hunsecker, personaje basado en Walter Winchell. Este magnífico largometraje lo dirigió Alexander Mackendrick y se estrenó, curiosamente, un 4 de Julio, Día de la Independencia estadounidense, de 1957. Hay un biopic de Winchell que HBO hizo para televisión en 1998.
La película de 1957 cuenta con guion del fantástico Ernest Lehman y del inmenso Clifford Odets, probablemente el dramaturgo que más huella haya dejado en autores como Arthur Miller, Neil Simon o David Mamet. Música de otro grande: Elmer Bernstein. Y Toni Curtis haciéndole sombra a Lancaster en el personaje de Sidney Falco, el agente de prensa, ambicioso, que va en busca de Hunsecker para que vocee en su afamada columna el nombre de sus clientes, pero que, a cambio, tiene que entregarle al periodista su integridad, si quiere lograr el éxito profesional que se ha propuesto. No pretendo desvelar toda la historia. Solo añadir que la hermana de Hunsecker, Susie, y su novio, Steve Dallas, un músico de jazz, son los que pondrán a prueba la moralidad de Falco porque la del hermano periodista, ya se sabe de qué pie cojea.
Y, aunque en la vida de Winchell no parece que hubiera una Susie, sí hubo una June, compañera sentimental, e hijos, a los que, parece, destrozó la vida. El hijo, incapaz de contentar al padre, se suicidó, la esposa le dejó, y a la hija le arruinó su vida artística. Winchell, que reconoció en el cotilleo un nuevo poder, fue un gran claroscuro. De hecho, desde su columna, (más de 50 millones de lectores diarios en las décadas que van de los años 20 hasta principios de los 60), defendía el New Deal de Roosevelt, no tenía problemas en tildar a Hitler de homosexual, a Charles Lindbergh lo puso a caldo por su antisemitismo, o en defender la igualdad racial. Pero, lo que son las cosas. Una cena en el Stork, el club más conocido de Nueva York gracias a la mesa 50, la que le tenían reservada, fue el comienzo de su declive. Josephine Baker, a la que previamente había defendido en su columna, fue a cenar a dicho club. Los camareros habían recibido órdenes de que no la sirvieran. Baker llamó por teléfono a la NAACP, La Asociación Nacional para el Progreso de las Personas de Color, y allí que se presenciaron, con pancartas a la entrada denunciando la discriminación. Baker le echaba en cara a Wintchell que, en aquella ocasión, no la hubiera defendido.
La rabia lo cegó. Comenzó una campaña de difamación contra Baker, (la acusaba de haber flirteado con Rusia en 1936), lo que obligó a Baker a cancelar su gira americana y volverse a Francia. Y al periodista que aireó su desaire, Barry Grey, le pegaron una paliza, quizás algún recado de su parte, tenía bastantes conocidos en el FBI. Desde las ondas de su programa de radio, luego también tuvo un par de programas televisivos pero que no lograron la resonancia de este, aprovechaba para insultar a todo aquel que mostrara cierta simpatía por el comunismo. La escritora Dorothy Parker fue una de esas personalidades que sufrieron sus ataques. Inevitable que su odio no fuera a caer en brazos del temido anticomunista: McCarthy.
Con el destape de McCarthy, los liberales van a por el demagogo derechista. Y acaba mal. Winchell acaba mal. En términos literarios hay, lo que se dice, justicia poética, porque, el cotilleo, que a él una vez le valió el miedo y la reverencia de los famosos, temerosos de entrar en su punto de mira, se vuelve contra él. El cotilleo, la mentira, y la mala fe a veces también se pueden plantar con la horma de su zapato.
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