Aprovechando que es el Mes de la Mujer y que la semana pasada presentábamos una expresión de origen asiático, abrimos la semana con A Daughter of the Samurai (Una hija del samurai) de Etsu Inagaki Sugimoto. Escrita en 1925, obra que, por cierto, acaba de salir al domino público, normalmente se encuadra bajo el epígrafe de obra autobiográfica aunque, como ya sabemos, muchas veces lo autobiográfico se tiñe de ficción.
La heroína, Etsu-bô, es una joven japonesa criada en Nagaoka. Su padre es un reconocido samurai, que, cuando el hijo lo abandona para huir de un matrimonio de conveniencia, deposita todas las esperanzas en la pequeña, a la que proporcionará una instrucción masculina, pero sin abandonar la tradicional reservada a las mujeres de la Era Meiji. Etsu-bô repasa sus años en Tokyo y su vida de casada, cómo viajó a Cincinnati sola para casarse con un hombre de negocios al que no conocía. Al enviudar, Etsu-bô regresa a Japón con sus dos hijas pequeñas. Sugimoto cerrará el libro con referencias a otros viajes que hizo por América.
La autora, que escribiría tres novelas más después de esta, Daughter of the Narikin, (Hija del rico advenedizo) de 1932, A Daughter of the Nohfu (Una hija del granjero) de 1937 y Grandmother O Kyo (Abuela O Kyo) de 1940, con ninguna logró la calidad y la expresividad de la primera que, por cierto, escribió a los cincuenta y un años. Una hija del samurai gozó de gran popularidad, especialmente hasta la Segunda Guerra Mundial. De hecho, sabemos que Rabindranath Tagore y Albert Einstein fueron lectores suyos por las cartas, de alabanza, que le escribieron.
Sugimoto, una mujer con muy buen ojo para los negocios y de gran espíritu conciliador, tuvo la agudeza de publicar su obra al año siguiente de la Inmigration Act, (Ley de inmigración), también llamada The Johnson-Reed Act, por la que se prohibía la entrada a Estados Unidos de inmigrantes asiáticos y se establecían cuotas para otros países. El miedo al famoso "peligro amarillo" respondía a la actuación japonesa en China. No cabe duda de que esta hija del samurai, con su bella prosa, delicada estética y su llamativo folclore, entró con muy buen pie por los ojos americanos, grandes desconocedores del mundo japonés.
Y, aunque la generosa contribución de Sugimoto es innegable, no se debe pasar por alto la relevancia que dos americanas tuvieron en la vida literaria de Sugimoto: Florence Wilson (1861-1932) y Florence Wells (1881-1966), sus colaboradoras, y que hoy en día llamaríamos escritores fantasma. Sin ellas, Sugimoto no hubiera podido sacar adelante su deseo de presentar al público occidental la vida del Japón.
Con Wilson trabajó en la primera obra. Con Wells en las restantes. El nombre de Wilson ha resistido los temblores del tiempo pero el de Wells, que en un primer momento incluso se llegó a dudar de su existencia concediéndole a Wilson la autoría, ha desaparecido. Quizás porque su prosa, más recogida y menos sentimental que la de Wilson, no gustara tanto. Eso sí, hay que romper una lanza en nombre de Sugimoto ya que esta quiso que el nombre de las autoras, sobre todo el de Wilson, apareciera en el libro. Wilson prefirió continuar en el anonimato. El caso de Wells es un caso extraño, ya que su contribución se reconoce en los dos primeros libros pero no en el último, y eso que, según Wells, fue precisamente esta última obra a la que más tiempo le dedicara. Fuere lo que fuere, estas tres grandes conocedoras del mundo japonés bien merecen una lectura.
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