Si la famosa cacería que Andrew Carnegie, el famoso magnate, le costeara a su admiradísimo presidente, Teddy Roosevelt, ya me hiciera un nudo en la garganta, el caso Dora Clark, también bajo vigilancia del mismo Roosevelt, aunque esta vez desempeñándose como comisario general de policía años antes de ocupar la presidencia, lo he sentido patadón en la espinilla. Más que nada por el pobre de Stephen Crane, el malhadado escritor que comenzó siendo amigo del Osito de peluche, y terminó huyendo del país porque el Osito se lo quería comer.
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A nuestro presidente, a la sazón comisario, parece que le sobraba el desparpajo para sacar tajada de aquellos a los que llamaba amigos, valiéndose, sobre todo, de la profunda admiración de estos hacia su afelpada y arrolladora personalidad. Tal era el caso de Stephen Crane. Un joven periodista y escritor, no tendría más de veinticuatro años, cuando tuvo que poner pies en polvorosa, porque, en 1896, la policía de Nueva York lo acusó, injustamente, de posesión de objetos para fumar drogas. Y todo por defender a Dora Clark, una mujer de mal vivir que fue arrestada bajo la acusación, probablemente falsa, de haberle ofrecido a Crane sus servicios. William Randolph Hearst Ciudadano Kane, propietario del New York Journal, parece que lo había enviado al Tenderloin, un barrio de Nueva York, para que fuera a investigar el mundo del hampa, los hachís que se fumaban y la corrupción policial que se estilaba en las noches del Tenderloin. Por cierto que, creo que en San Francisco hay otro Tenderloin tambien de dudosa reputación, ya gentrificado con apartamentos a precio de escándalo. Para los que no sepan inglés, un "tenderloin" es un "filete de solomillo".
Regresemos al pobre periodista. Crane, que fue a testificar a favor de la detenida en los tribunales, poco o nada sabía de la agenda de su amigo Roosevelt. Desarmar la corrupción del Tammany Hall a la que algunos policías y otros cargos de cierta resonancia habían sucumbido. Cuando la autoridad que se llevó del brazo a Clark lo amenazó con un si "te inmiscuyes en el caso, vas a salir de barro hasta las orejas", Roosevelt enseguida se puso del lado del subalterno, acusando a Crane de ser un hombre de moral dudosa.
Como Dora Clark acusó al policía que se la llevó detenida y Crane hizo de testigo en su defensa, la policía le registró su domicilio, en el que encontraron accesorios para fumador de opio, pero ni rastro de opio. Por supuesto, la noticia saltó a los periódicos. Con la reputación por los suelos y en los juzgados con la presunción de que había fumado opio con esos artículos, Hearst lo mandó a Florida, y de allí, a Cuba, a cubrir una insurgencia contra España.
Con un artículo titulado “Do citizens have no duties?”, Los ciudadanos, ¿es que no tienen deberes?, Crane intentó quitarse de encima la mancha que su amigo Roosevelt le colocó, sin conseguirlo. Abrazo de oso.
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