La prospección áurea que hicimos la semana pasada en el Kit de inglés me ha traído a la memoria a Francis Bret Harte, escritor desplazado. Harte nació en la capital del estado de Nueva York, Albany, pero se forjó, literariamente hablando, en California. Allí permaneció unos cuantos años, hasta que, comido por las deudas, aceptó un puesto de cónsul en Crefeld, Alemania, apadrinado por que su colega literario William Dean Howells, también cónsul, pero en Venecia. Y eso, a pesar de la mala prensa con la que le regó Mark Twain, breado y cansado de tener que socorrer a su supuesto amigo con préstamos constantes que Harte parece ser que nunca le agradeció, y que, peor aún, nunca quiso devolverle.
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A Harte, hijo de un profesor universitario especialista en Literatura Griega, muchos lo consideran el maestro y creador del relato que mejor supo captar la fiebre del oro en California. Y lo hizo con gracia, humor y delicadeza, aunque a veces, con su regionalismo, se le pueda tachar de sensiblero. Gran lector de los clásicos, Smollett, Goldsmith, Cervantes, Las Noches de Arabia, pero, sobre todo, de Dickens, su frágil estado de salud le obligó a que se educacara en casa, marchó a San Francisco en 1856, cuando solo contaba diecisiete años, aún con la imagen del padre que perdió a los once, titilándole en las pupilas.
Y con los buscadores de oro se marchó. En los chamizos de Tuolumne County pasó tiempo buscando pepitas, que, para suerte nuestra, se materializaron en preciosas piezas literarias. Los cuentos de los argonautas o Brown de Calaveras son algunas de esas perlas. Decir que a Twain, por aquel entonces periodista del Morning Call de San Francisco, le llegaron noticias de las Calaveras después, cuando los hermanos Gillis, anfitriones de jugadores, mineros y hombres de vidas sombrías, le invitaron a que pasara el invierno de 1864 en su cabina. Al año siguiente, Twain nos dejó su propia versión en The Celebrated Jumping Frog of Calaveras County, historia que escuchó en un salón de boca de un tal Ben Coon y que lo catapultaría a la fama.
Después de las prospecciones, Harte se colocó en la diligencia de la Adams Express Company, y, como en las películas del oeste, con el rifle cargado entre las piernas. Ocho meses después, lo tenemos de aprendiz de farmacéutico, pero casi envenena a un paciente con un preparado y tuvo que poner pies en polvorosa. De ahí, pasó al manejo de una imprenta, luego a profesor de escuela, y vuelta a San Francisco, pues, las familias de los alumnos que lo contrataron no podían seguir pagándole el jornal. Y, casualidades de la vida. Entró en el periódico Golden Era buscando colocación en la imprenta, y allí que se da de bruces con el que luego sería su odiado benefactor, Mark Twain.
El jueves, segunda entrega...
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