Y es que Jarvis hija aceptó los donativos en forma de tiesto que le enviaban desde el sector florero. Con cada presentación, un tiesto. En cada convención, un clavel, la flor preferida de la madre Jarvis, en la solapa. La hija, sofocada con tanto clavel y con las noticias que le devolvían los periódicos de floristerías haciendo el agosto a costa del celo de la madre, se llenó de ira. Tras las flores, Jarvis arremetería contra las tarjetas de felicitación: solo un vago las usaría para escribir al ser que lo había dado todo por él. El resultado ya lo conocemos.
Trece floristas a domicilio, miembros de la Florist Telegraph Delivery, (Envíos florales por telégrafo), la moderna Interflora, intentaron comprar su alianza. Jarvis les estaba haciendo la competencia enviando a escuelas, asociaciones de mujeres e iglesias claveles de papel que ella misma elaboraba. Pero ella en sus trece. De una reunión la policía tuvo que sacarla por alterar el orden público. A Eleanor Roosevelt la tenía frita con sus notas en las que le acusaba de utilizar dicho Día para recaudar dinero. Un sello de 1934 con la madre de Whistler le dio el Día. A los pies de esta, un jarrón de flores. Lo tomó por campaña publicitaria. Acabó en un psiquiátrico. Eso sí. Agradecer a estos floristas que, casi todas las facturas para su tratamiento, salieran de su bolsillo. Afortunadamente, Jarvis nunca lo supo.