Hoy, un paréntesis musical. Veintidós, diecisiete y veintiocho, esas eran las edades que tenían Buddy Holly, Ritchie Valens y The Big Bopper cuando iban a bordo de la avioneta Bonanza que les costó la vida un 3 de febrero de 1959 en tierras de Iowa. Años más tarde, en 1971, Don McLean los inmortalizaría en su famosa canción American Pie (Pastel Americano).
Aunque el accidente se debió a un fallo humano, el piloto apenas contaba con la experiencia necesaria, solo se le permitía volar en condiciones de plena visibilidad, (era de noche y con niebla), la culpa hay que compartirla con la inclemencia del tiempo y con los motivos de siempre: el dinero.
Una desgracia que el propietario de los servicios no tuviera licencia para operar instrumental de vuelo y que pusiera cuatro vidas, incluida la del piloto, en manos inexpertas. El viaje costó $36 por cabeza, unos $300 de los de ahora. La capacidad del avión era solo para tres personas. Waylon Jennings se cambió por Richardson (The Big Bopper). Tommy Allsup lo echó a suertes con Valens, mientras que Dion dijo que ese dinero era justamente lo que pagaban sus padres por un mes de alquiler y no tenía valor para hacer ese dispendio.
La voracidad de estos mánagers, reacios a costear autobuses con calefacción en invierno y aire acondicionado en verano, no solo se llevó por delante la vida de estos artistas y su talento, también la alegría de sus familias y el placer de los que apreciamos la buena música.
Afortunadamente otros grandes de la música han recogido su testigo, impidiendo que su impronta se esfumara en el olvido. Estoy pensando en los señores Beatles, sobre todo Lennon y McCartney, Jagger, Clapton, Loquillo, que, sin Buddy, no hubieran sido lo que son.
Gracias al Pastel.