Un mes. Una semana de cursillo prácticamente virtual, solo presencial para la toma de posesión del cargo, y tres semanas llamando de puerta en puerta. Es el tiempo que la delegación de Filadelfia ha tardado en decidir que prescindía de mis servicios.
La misma delegación también se ha tomado su tiempo, unos dos días, para darme la buena nueva. Mi supervisor vino a casa a recoger, inventario en mano, los enseres que nos entregaron para llevar a cabo la misión de contar las personas residentes en las viviendas a fecha de 1 de abril del año en curso. La caja con el iphone, cargador, cable, auriculares y tarjeta. De faltar algo, el
exnumerador, así se denomina al extrabajador del Censo, debe abonar la cantidad debida. En caso de extravío, la caja de cartón también se paga.
Reconozco que la noticia no me ha caído muy bien, sobre todo cuando me consta que las oficinas del Censo están a la caza y captura de sangre nueva que reponga la de cientos de soldados
numeradores (agentes censales) que han decidido marcharse a sus casas y dejar que sean otros los visitadores. A la COVID-19 sin duda no se le puede quitar su protagonismo. Hay que tener mucho valor para abrirle la puerta a un enmascarado que toca a tu puerta, sobre todo en plena oscuridad. El agente puede presentarse entre las 9 de la mañana y las 9 de la noche. Y aquí, en Pittsburgh, a las siete y media ya se adentra la nocturnidad.
Pero no es solo la maldita pandemia la que ha provocado que uno casi tenga que esperar turno para hacerse hueco y poder saltar por la borda de tan gloriosa empresa. El agente censal también puede tener miedo a contraer la enfermedad y/o a quedar abatido por el cansancio. Hay que estar preparado para patearse las calles, tener una espalda muy ancha, a poder ser de hierro por la que resbalen comentarios, tonos agrios y groserías de algunos de los que se pretende censar. Añadir aquí que casi todos los
desentonados con los que me he topado eran
blanquitos.
Quizás también la sordidez y peligrosidad de algunas áreas les haya llevado a estos superagentes a abandonar la honorable misión. Pero ninguna de estas poderosísisimas razones puede hacerle sombra a la madre de todos los obstáculos. Un arma, destinado a
mejorar y
aliviar la carga del trabajador que, a veces, como sucede en este caso, nos demuestra que es mejor quedarnos con papel y boli. Sí. La
tecnología.
Algún malpensado podrá decir que el problema soy yo, que soy una cenutria, que no distingo pantallas y que tengo los dedos de mantequilla. Y no soy una experta. Y seguramente no rebase lo básico. Lo admito. Pero solo hace falta pasarse por el foro que se ha abierto en
reddit para darse cuenta de que mi voz no es la única que se oye. Que esta aplicación no hay quien la use. Fuente para liliputienses, cada dos por tres hay que reiniciar el sistema porque se queda congelado, frases mal redactadas que llevan a confusión...
Mención de honor para el orden en el que la aplicación entrega los domicilios a visitar. Y el mapa... Ese mapa que, si presionamos sobre una dirección, nos lleva a otra pantalla en la que hay que perder tiempo buscándola. Un horror cuya eficacia debió haberse comprobado tres veces pero que, la administración actual, dejó pelada a una porque había que recortar presupuesto, y así, claro, nos encontramos en la calle con un programa experimental que, los que vivimos aquí, hemos pagado para que funcione a trancas y barrancas, por muy americano que sea.
Está visto que la tecnología no es el punto fuerte del Departamento de Comercio, encargado del Censo. Supongo que no lo habrán hecho adrede pero el sábado por la tarde me mandaron, por duplicado, había que asegurarse de que lo leía, un vínculo para entrar en mi portal. El mensaje, escueto. Una palabra, en negrita. No APTA o
indeseable para volver a formar parte de esfuerzo tan meritorio.
Una verdadera lástima porque, horas antes, me mandaron un correo ofreciéndome formar parte de un cuerpo especial de agentes censales a enviar a Misisipí...
Más en otra entrega esta semana ...
¿Recortar, por qué?