El segundo Ives de la trilogía es Charles Ives (1874-1954). Si, en literatura Mark Twain era considerado El americano, es en la música donde Ives disfruta del mismo título.
Su carácter representa el optimismo y el idealismo, atribuyéndosele la integración de lo americano con las formas de la música clásica europea. Su voz anticipa la de otro americano, quizás más conocido, Aaron Copland.
Ives comenzó a componer a los trece, siendo el órgano su especialidad. De su padre recibió su primera instrucción, completando en Yale (Connecticut) sus estudios bajo la dirección del profesor Horatio Parker, probablemente el mejor profesor de composición de la época. Sus cuatro Sonatas para violín suponen la mejor contribución americana a este género.
A Ives se lo conoce por su pasión por experimentar y por su gusto por lo nuevo, de ahí que seguramente su popularidad solo ganara impulso años después de su fallecimiento.
El rechazo de sus piezas y una mala salud probablemente avivaron ese monstruo que es la sequedad de la imaginación. Exhausto, aunque sin perder el sentido del humor que lo caracterizaba, dejó el mundo de los negocios (poseía junto a un socio una millonaria agencia aseguradora), al tiempo que también despedía a sus composiciones.