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miércoles, 6 de marzo de 2019
A Dunkin' se le caen los Donuts
Muchos de los adeptos del Dunkin' Donuts están que trinan porque la empresa ha anunciado que va a retirar los Donuts de sus letreros y claro, les va a dejar a estos golosos sin saber lo que se moja (Dunkin' Donuts podría traducirse por mojar los donuts). Qué no cunda el pánico porque Dunkin' los seguirá vendiendo, pero quiere desligarse de la imagen a lo Homer Simpson con la que sin duda se le asocia y arrimarse al público de McDonald’s y Starbucks. Cien milloncejos para poner al día las instalaciones, especialmente para abrir más carriles y hacer más fácil así la recogida del pedido que previamente hicieran los clientes desde sus smartphone. La mayoría lo recogerán sin bajarse del vehículo.
Por cierto, ¿la Universidad? ¿Reducirá plantilla?
miércoles, 11 de octubre de 2017
El primer Dunkin'
Y hoy marchando otra de dónuts. Y es que resulta que en la misma ciudad en la que vivo, a parte de ser famosa por sus canteras, es famosa por los dónuts. Aunque el que dio con la franquicia del Dunkin' Donuts no era de aquí, sino de Boston, decidió que tal vez los vecinos de Quincy tenían las pituitarias más desarrolladas o los bolsillos más abultados. O quizás pensara lo contrario. Ya se sabe cómo son estas cosas del mercado.
La semana pasada me pasé por el primer establecimiento que William Rosenberg abriera en 1950. Típica estampa americana, aunque rota de modernez y globalización. Moteros en Harleys con la música a toda pastilla convivían con los que se desplazaban en vespas. Dentro del establecimiento un fuerte olor a orín, tabaco y sudor que desploma. Nos movemos como siameses en lata de sardinas. No hay aseo. Ni siquiera internet. Maneras de echarnos con agua destemplada. Aún así el personal aguanta. La falta de internet y la ausencia de aseo no es suficiente para convencer a algunos parroquianos que se sientan en las sillas retro junto al ventanal a que se vayan. A pesar del calor infernal llevan parkas. Nos miran con curiosidad. Salgo sin compra y degustando otras esencias no reclamadas. Me pregunto si habrán pedido café.
La semana pasada me pasé por el primer establecimiento que William Rosenberg abriera en 1950. Típica estampa americana, aunque rota de modernez y globalización. Moteros en Harleys con la música a toda pastilla convivían con los que se desplazaban en vespas. Dentro del establecimiento un fuerte olor a orín, tabaco y sudor que desploma. Nos movemos como siameses en lata de sardinas. No hay aseo. Ni siquiera internet. Maneras de echarnos con agua destemplada. Aún así el personal aguanta. La falta de internet y la ausencia de aseo no es suficiente para convencer a algunos parroquianos que se sientan en las sillas retro junto al ventanal a que se vayan. A pesar del calor infernal llevan parkas. Nos miran con curiosidad. Salgo sin compra y degustando otras esencias no reclamadas. Me pregunto si habrán pedido café.
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