Y si el 19 celebrábamos el centenario de Highsmith, el 24, pero de 1862, hubiera sido el cumpleaños de Edith Wharton, otra superventas que también nos dejó deslumbrados con su virtuosismo para representar la crueldad. Y, aunque Dostoevsky no era su luz, prefería a su amigo Henry James y el trabajo de Balzac y Browning, nos basta con abrir las páginas de su Ethan Frome para confirmarlo.
En esta pequeñísima novela publicada en 1911, (Wharton cultivó todos los géneros pero fue al relato al que más tiempo le dedicó), estamos ante una narración sin pretensiones morales que bien pudiera haber escrito Highsmith de vivir unas cuantas décadas antes, ya que la crueldad es el centro de exploración. Esta crueldad viene dada por el sexismo de Ethan, el cual vive atemorizado, (como el resto de sus colegas de género), ante la posibilidad de que las mujeres se conviertan en brujas. El terror se desencadena, lógicamente, cuando su sospecha se torna realidad. Una por una, primero la madre, a continuación la esposa y finalmente, la amante, irán cayendo hasta desembocar en su estado final: brujas en toda regla. Por supuesto, como la cosa va de brujas, esta historia de corte gótico solo puede desarrollarse en Massachusetts.
Millicent Bell, una de las biógrafas de Wharton, dice que esta hizo de Ethan su alter ego. El matrimonio de Wharton no fue un matrimonio feliz. Al igual que Frome, su cónyuge tenía severos problemas de salud. Del mismo modo que Ethan tenía a su Mattie, la joven amante, Edith Wharton también tenía a su Walter Berry, que siempre la animó a que siguiera escribiendo.
Desconozco si la tejana Highsmith encontraba placer en la lectura de la neoyorquina afincada en Massachusetts que, años después, daría el salto a Francia, salto que luego también daría Highsmith, pero estoy convencida de que no hubiera tenido inconveniente en hincarle el diente a tan espantoso horror.