Agosto es WITMonth, esto es, el mes de las escritoras que no escriben en inglés y que son traducidas al inglés también por mujeres. Y, para conmemorarlo, nada mejor que agradecer a libreros y editores, en este caso a una librera editora, su comprometida labor. Hoy, rescato a una mujer estadounidense que galopó bastante por el mundo y que conoció como nadie la Francia de los años modernistas. Hija de un pastor presbiteriano, Sylvia Beach sabía lo que era estar en constante danza. Un año aquí, otro allí, siempre atenta a la voz del padre que anunciara el nuevo destino en el que predicar.
En Francia estuvo tres años, de 1902 a 1905, con sus padres y hermanas antes de volverse a Nueva Jersey. Pero los aires franceses de seguro que ya habían calado ondamente en la joven, probablemente por la libertad que respiraba el país europeo frente a las corrientes sofocantes y puritanas que desprendía América la grande.
El hecho de que Sylvia fuera homosexual debió contribuir en su elección. En 1907, vuelve a tantear Francia con una aparición en Italia. Incluso pasa en España dos años con su madre, de 1914 a 1916, donde, por lo visto, adquirirá una capa y un sombrero de cuya existencia sabremos porque su futura socia, una de las primeras mujeres francesas al frente de una librería, luego también compañera sentimental, Adrenne Monnier, la recuerda con este atuendo el día que la conoció. Al final, en 1916 Sylvia finalmente se establecerá en París para estudiar poesía francesa.
A La Maison des Amis des Livres, La casa de los amigos de los libros, la librería de Monnier, entrará Sylvia, buscando material que le ponga en la pista de poetas contemporáneos franceses. La americana le confiesa que quiere abrir una librería pero le dice que no sabe qué libros adquirir, y es cuando Monnier, con su olfato para los negocios, la que probablemente le dé la idea: una librería con libros en inglés.
En 1919, a los 32, con dinero de su madre y lo que tenía ahorrado, la Shakespeare and Company, qué otro nombre pudiera darle, entra en escena. Los sueños de la librera y el de muchos escritores se hacen realidad. Por sus puertas pasaron artesanos de la pluma como Ezra Pound, Hemingway o Beckett. Pero es a James Joyce, y en especial a su Ulises, al que Sylvia dedicará más tiempo. Ezra Pound ya había empujado la puerta un tanto para que un haz de luz se descolgara sobre el irlandés.
De hecho, en 1918 Pound ya había comenzado a enviar a las editoras Jane Heap y Margaret Anderson, también pareja sentimental, los primeros capítulos del Ulises para que los fueran publicando por entregas en su revista The Little Review, revista que, por cierto, casi las lleva a la ruina. La publicación tuvo que cesar en 1920, fecha en la que el correo estadounidense intercepta cuatro ejemplares de la revista a los que alguien, sin duda, les pega una atenta lectura para, acto seguido y una vez evaluados, dictaminar que, en escena propia del Quijote, hay que prenderles fuego.
A las editoras se las acusa de obscenidad en el juicio y se quedan con prohibición de publicación de la obra y onerosa multa. Finalmente, el corte de mangas a las autoridades se lo da la Shakespeare desde Francia, donde, un 2 de febrero de 1922, la expatriada Beach saca la totalidad de este hito modernista. Fue ella la que creó la palabra Bloomsday, ese 16 de junio en el que Joyce corteja a Nora Barnacle en su Ulises y que, año tras año, celebramos y queremos seguir celebrando. Sin quema de libros, please.