El martes Hillary Clinton sacó What Happened, (Qué pasó), un libro que recoge su periplo a las presidenciales y las circunstancias, algunas con nombre y apellido, que hicieron fracasar su carrera a la Casa Blanca. Una de esas circunstancias es Bernie Sanders, un hombre de 76 años que seguramente volverá al ataque en las elecciones del 2021. El miércoles, Sanders presentó su llamada a defender la sanidad pública universal. Y parece que esta ocurrencia está aglutinando a los demócratas, y que incluso los más conservadores, como Joe Manchin, senador de Virginia Occidental, están dispuestos a escuchar lo que Sanders tiene que decir.
Pero me temo que este tornillo de la sanidad pública universal, aunque en el 2021 los demócratas lograran hacerse con la Casa Blanca y el Senado, por mucho que lo apretemos no va a hacer otra cosa que seguir dando vueltas. No importa que para el 2013 unos treinta millones de personas estén sin seguro médico, que entre los copagos, las primas, los deducibles, los coseguros y otras flores, uno pierda el bolsillo y la cabeza. De una u otra manera las aseguradoras se asegurarán de que, en la ecuación, no pierdan ni un dólar. Es cierto que con la sanidad pública universal la clase media sufriría un nuevo varapalo, ya que habría que subir impuestos, pero es dinero que hubiera tenido que desembolsarse de igual manera, quizás más, para calmar el pantagruelismo asegurador.
Una posición intermedia sería ofrecer la sanidad pública universal a aquellos que quisieran acogerse a ella. El estado sería una alternativa más en la competición. Pero claro, eso es intervencionismo. El tornillo está más que enjabonado.