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miércoles, 3 de mayo de 2017

Jacob Riis


Tal día como hoy, Jacob Riis hubiera cumplido ciento sesenta y ocho años. Según Teddy Roosevelt, Riis fue el mejor americano que conoció nunca.

Riis fue más conocido por su faceta fotográfica, aunque sus aportaciones al mundo del periodismo tampoco fueron desdeñables. Riis nació en Dinamarca, en el seno de una familia con bastantes apreturas económicas. Ya desde pequeño, probablemente azuzado por sus lecturas de Charles Dickens, desarrolló una fuerte conciencia social.

Cuando contaba veintiún años, marchó a Nueva York, donde comenzó a trabajar de lo que sabía: la carpintería. Después, y tras muchas vicisitudes, lo vemos de editor, de publicista o de reportero policial. Fue con estos trabajos, cuando tuvo ocasión de vivir la situación de pobreza absoluta en la que se encontraban los inmigrantes del Nueva York decimonónico.

Con el fin de llegar al alma de sus conciudadanos, Riis comenzó a acompañar sus escritos con dibujos, pero pronto se dio cuenta de que la pintura no era lo suyo. La suerte se puso de su parte porque, en 1887, apareció el flash en la fotografía, (el fue uno de los primeros en usarlo), un método que permitía captar lo más sórdido en todo su esplendor. Pero esta tarea no estaba exenta de riesgos. Varias veces la tecnología casi se lo lleva por delante, prendiéndole fuego. Suyo es el libro How the Other Half Lives (Cómo vive la otra mitad). 

Jacob Riis
 Aunque Riis era un muckraker, periodista y defensor de las reformas sociales, (sentía una especial preocupación por denunciar las condiciones de insalubridad de los emigrantes y la situación laboral infantil), Riis también cargaba su propio mundo de claroscuros. Así, se le achacaba que se valiera de estereotipos para describir a las distintas etnias. Para él, los judíos se fijaban demasiado en las cosas, los orientales daban miedo, los afroamericanos vivían en La La Land y los italianos se llevaban a matar con el agua destinado a su aseo personal.
A pesar de estas distorsiones y de su nacionalismo, a Riis no se le puede quitar que su ojo realmente sentía una preocupación por capturar y denunciar las condiciones denigrantes en las que se encontraban los inmigrantes que, como él, pisaron suelo neoyorquino.