Hay que reconocerlo. Pence sabe. Es elegante, se desenvuelve magníficamente ante la cámara, aunque el discurso sea vacuo, pero la cámara lo quiere. Qué equilibrio. Qué seducción. Ni siquiera el favoritismo de la moderadora hacia el candidato demócrata logró inmutarlo. Nada parece perturbarlo, como mucho un dedo levantisco apuntando a su audiencia, a su América. Su percepción atónito-ficticia de la realidad, ensordecedora, la avaló con sus persecutorios es increíble, extraordinario.
Kaine, por su parte, entró a saco. Desconoce que no hay nada que pueda desmoronar la perpleja pátina de su oponente.