Me da la impresión de que, entre los presidentes estadounidenses,
Jefferson siempre fue el que tuvo que luchar más para
controlar sus instintos. Los que hayan leído mi
reseña sobre el libro de Nancy Isenberg,
Blancos pobres. Cuatrocientos años de historia nunca contada de las clases en América sabrán de lo que hablo. Jefferson abogaba por la eliminación de la esclavitud, aunque esa defensa se desmorona cuando nos enteremos de que, como pasa con los caballos, tenía criaderos de esclavos que luego vendía. Jefferson argumentaba que su intención era
diluirlos hasta que se tornaran blancos.
Con los nativos americanos Jefferson tiene el mismo problema. No. Peor. Porque, aunque a los pueblos nativos americanos los considerara una noble raza,
víctima de la historia, a varias de sus hijas las casó con hombres que decían ser descendientes de Pocahontas, fue bajo su mandato cuando se comienza con la expulsión o deportación o como quiera llamarse, de masas ingentes de estos pueblos. Confinados y condenados a la extinción al oeste del Misisipí. Aunque el
empujón no paró ahí. Pero la tierra es la tierra. Seguramente Jefferson temiera que los nativos americanos se la vendieran a los británicos o a los franceses e hicieran peligrar así el sueño americano.
Pero estos actos no le impidieron a Jefferson albergar un interés romántico, otro Fenimore Cooper, por las primeras civilizaciones norteamericanas. En su celo por rescatar su herencia ante la inminente hecatombe que sabía se les venía encima, él mismo elaboró un glosario con voces indias que le costó reunir treinta años. Desgraciadamente, el arcón en el que iban los papeles le fue sustraído. Ofreció una recompensa a quien se lo trajera. El baúl apareció, pero solo se recuperaron unas pocas cuartillas en pésimo estado. Pero había que
civilizarlos. Este era su plan. Lo primerito era dejarles algo de tierra, prácticamente se quedaron pelados obligados a venderla, para que pudieran dedicarse a las labores ganaderas. Leer y escribir, fundamental, como también lo era saber algo de números. La instrucción a mujeres en tareas domésticas, indispensable. En cuanto a los hombres, además de la ganadería, también se les formaría en otro tipo de trabajos. Pero nunca lo llevó a cabo. En su lugar, puso la primera losa para que se extinguieran.
¿Hipócrita o filántropo?