Desconozco si nuestro hombre era un as vendiendo coches, biblias o guisantes congelados, pero, desde luego, no se le podía negar su maestría en todo lo que tuviera que ver con el escenario. Por eso, cuando oímos las impresentables peticiones de un advenedizo, el ingeniero de sonido para ser más exactos, interrumpiéndolo para requerirle que enfatice ciertas partes del discurso, enmendándole la plana al sabio, da pena y coraje.
Me pregunto si este técnico se disculpó alguna vez. Seguramente no. La tontería casi nunca pide perdón. Aquí dejo la clase magistral del viernes, esta vez, en La Voz. Nada de enfados, Frankie.
Feliz cumpleaños, Bea.