Estoy convencida de que si Screamin' Jay Hawkins viera lo que sale de Ohio, en concreto de su Cleveland, a los que han elegido a los nuevos miembros del The Rock & Roll Hall of Fame les pegaría un grito de cuidado.
Este año la Institución ha declarado que, The Notorious B.I.G., un rapero que, desgraciadamente, fue asesinado en 1997, y la portentosa Whitney Houston, que, como todos sabemos, le pegaba más que nada al rock, pertenecen a la santa casa. Su entrada ha dado portazo a otras figuras que, claramente, sí se dedican a esto del rock, como son la magnífica Pat Benatar, Judas Priest o Thin Lizzy también nominadas este año. Boston, con un primer álbum que lleva pegando en las ondas estadounidenses más de cuarenta años, o un Iron Maiden, por ejemplo, se encuentran entre los grupos que se lo merecen y ni siquiera se les permite la ilusión de estar ahí porque nunca han olido la nominación. Aquí dejo la lista con los miembros. Nótese que muchos de ellos, Madonna o Leonard Cohen, por citar algunos, tampoco deberían estar.
La ceremonia de reconocimiento del honorcito será el 2 de mayo y se podrá ver en la plataforma HBO. Por lo visto, la Casa de los famosos del Rock & Roll, además de no ser capaz de distinguir entre rock y pop, tampoco es que deba andar muy bien de dineros. Steve Miller ya se quejó cuando le permitieron la entrada a tan prestigioso club. Solo dan dos entradas por barba. Una para el agasajado y un acompañante. Si quería ir con hijos y suegra, a pagar. Y claro, tendrán que sentarse con el homenajeado, no va a mandarlos al gallinero. Que se queden a su vera sale al orden de unos 3000 dólares por mentón.
Según Pete Pardo, el haber metido en este panteón a dos estrellas que desaparecieron en circunstancias trágicas, va a enganchar a bastante personal al que no le importará pagar una suculenta cantidad por ver a otras estrellas del cántico rendirles homenaje.
Screamin' Jay Hawkins, maestro del shock rock, tampoco está en el Hall. Y sus gritos bien que lo merecen.
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lunes, 20 de enero de 2020
lunes, 7 de mayo de 2018
Lo que sale de Ohio
Lo mismo fue por las aguas contaminadas del Eire pero de Ohio ha salido mucho talento "raro". De Cleveland era Screamin' Jay Hawkins, una voz portentosa y macabra, pionero del shock rock. En eso de pegar sustos en el escenario combinando su estentórea voz con efectos pirotécnicos, ataúdes y humaredas encontró una veta de oro. Su número más conocido fue I put Spell on You, del 56. Después de él vinieron muchos. Kiss, Alice Cooper, Iggy Pop... Todo aquel que quisiera vivir en un permanente Halloween tenía que poner los ojos en Jay Hawkins.
Otro de los "raros" era Roland Kirk. Sus seguidores no buscaban en él lo macabro, aunque sí su talento extravagante y una especie de exorcismo que una ceguera temprana no logró borrar. Ataviado con un caftán, y en la cabeza, a veces un torreón de piel por sombrero. En las manos, antes del ataque que le inmovilizara el lado derecho del cuerpo, tres saxofones, un clarinete, una flauta que a veces tocaba con la nariz, un silbato, una sirena al cuello y hasta una concha. Su música, a veces la interrumpía para dar paso a comentarios de corte político. Con su técnica de la respiración circular, era capaz de tocar tres instrumentos al mismo tiempo sin tener que tomar aire, y podía pasarse veinte minutos sin repostar, aunque algunos juran que en una ocasión pasó de las dos horas.
Aunque su dominio del tono y del fraseo eran simplemente magistrales, su verdadero yo parece que le llamaba a la disonancia, de ahí que su trabajo se resistiera al encasillamiento. Los años 60 fueron particularmente duros para él. Los consagrados del bebop lo veían como un bicho raro, y los que aborrecían el jazz libre lo ignoraban. Eso no impidió que Kirk siguiera trabajando y experimentando, aunque con concesiones al mundo del pop y del rock, dos mundos de los que él mismo renegaba.
Aquí dejo a este maestro en un concierto de 1972.
Otro de los "raros" era Roland Kirk. Sus seguidores no buscaban en él lo macabro, aunque sí su talento extravagante y una especie de exorcismo que una ceguera temprana no logró borrar. Ataviado con un caftán, y en la cabeza, a veces un torreón de piel por sombrero. En las manos, antes del ataque que le inmovilizara el lado derecho del cuerpo, tres saxofones, un clarinete, una flauta que a veces tocaba con la nariz, un silbato, una sirena al cuello y hasta una concha. Su música, a veces la interrumpía para dar paso a comentarios de corte político. Con su técnica de la respiración circular, era capaz de tocar tres instrumentos al mismo tiempo sin tener que tomar aire, y podía pasarse veinte minutos sin repostar, aunque algunos juran que en una ocasión pasó de las dos horas.
Aunque su dominio del tono y del fraseo eran simplemente magistrales, su verdadero yo parece que le llamaba a la disonancia, de ahí que su trabajo se resistiera al encasillamiento. Los años 60 fueron particularmente duros para él. Los consagrados del bebop lo veían como un bicho raro, y los que aborrecían el jazz libre lo ignoraban. Eso no impidió que Kirk siguiera trabajando y experimentando, aunque con concesiones al mundo del pop y del rock, dos mundos de los que él mismo renegaba.
Aquí dejo a este maestro en un concierto de 1972.
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