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lunes, 6 de enero de 2020

Un 20 para el 20

Este año el 20 de enero será el Día de Martin Luther King. Esta fiesta se celebra alrededor del día 15, el cumpleaños del Doctor, y siempre ocupa el tercer lunes del mes que abre el año. Me ha parecido buena idea abrir el año con palabras que sirvan de inspiración, y las de Luther King, qué duda cabe, son de esas que deberíamos desempolvar una y otra vez.

En Oberlin College, universidad a la que consideraba una de las mejores del mundo por su contundente repulsa e implacable esfuerzo por conseguir la abolición de la esclavitud, (se dice que la actuación de una partida de unos cuatrocientos ciudadanos para rescatar a John Price en 1858, un esclavo allí apresado para devolverlo a su dueño en Wellington, un pueblo cercano), fue el detonante de la Guerra de Secesión. Hay que tener en cuenta que, aunque Ohio era un estado libre, en 1850 se aprobó la Ley de Esclavos Fugitivos, que obligaba a devolver la mercancía al dueño.

En Oberlin el Doctor Luther King Jr. dio tres discursos. El primero fue en 1957, cuando apenas lo conocía nadie. El segundo fue el 14 de noviembre de 1963, una semana antes del asesinato del presidente Kennedy (curiosamente estaba previsto que Malcom X hablara allí el 23 de noviembre, el día después del asesinato del mandatario, pero decidió no ir). La última vez fue en 1965, cuando se le otorgó el grado de Doctor Honoris Causa. Su discurso de aceptación "Remaining Awake Through a Revolution" (No dormirse mientras dure la revolución) abogaba por establecer, en medio de los desastres bélicos, las hambrunas y el despegue tecnológico, un cordón que uniera a todos los hombres, un lazo común que ni la violencia, ni el odio, ni la segregación, ni las guerras pudieran deshacer con sus manos infames. Hay que huir del pensamiento localizado, nos recuerda el Doctor, ya que este siempre está a un tris de caer en las redes de la supremacía de una doctrina particular en detrimento de otras.

Luther King efectivamente tenía motivos para agradecer a la Universidad su actuación en los años 60 del siglo pasado y en las etapas previas a la Guerra de Secesión. La universidad de Oberlin, que se creó en 1833, año de fundación de la localidad, era muy liberal para la época. De hecho, fue la primera institución del país que permitió la enseñanza mixta. Dos años más tarde, en 1835, también declaró ilegal denegar el acceso a la universidad basándose en motivos raciales. Fue con Charles Grandison Finney, probablemente la personalidad más destacada del Segundo Gran Despertar religioso, ministro presbiteriano, profesor y rector de la Universidad de Oberlin, cuando el movimiento abolicionista despuntó. El ministro, que no deseaba otra cosa que "combatir los pecados del mundo" y su salvación, veía la imperiosa necesidad de hacer hueco a nuevas reformas sociales.

Con este caldo de cultivo, no es de extrañar que Oberlin fuera una estación, un punto honorífico en la Underground Railroad, (el Ferrocarril subterráneo), la ruta de salvación para muchos esclavos que huían del abuso de los esclavistas. El camino, que arrancaba en el sur para alcanzar los estados libres del norte (básicamente los que bordeaban Canadá) o para saltar a la misma Canadá, Tierra Prometida. Se calcula que, hacia 1850, más de 100000 personas esclavizadas lo cubrieron con éxito.

En el National Underground Railroad Freedom Center que está en Cincinnati, Ohio, además de poder verse una exposición sobre el centenario de las sufragistas en el país, también se podrá ver hasta abril, Motel X, una exposición sobre el tráfico humano. Casi once mil casos en Estados Unidos, unos cuatrocientos en Ohio y subiendo. Vamos a ver si, con la nueva década, somos capaces de plantarnos y No nos quedamos dormidos. 

jueves, 6 de julio de 2017

Glory, glory, hallelujah!

Si la semana pasada hablábamos de John Brown, para muchos el primer terrorista estadounidense, esta semana continuamos con la ventolera patriótica. Esta vez de manos de la que es considerada, la Great American Mother (la Gran Madre Americana), Julia Ward Howe (1819-1910).


Aunque procedía de una familia adinerada, la vida decimonónica no se lo puso nada fácil. A su esposo, el doctor Samuel Gridley Howe, licenciado por la Universidad de Harvard, veinte años mayor que la artista y director de la Escuela Perkins de Boston para personas con discapacidades visuales, no le iba que la mujer se dedicara a buscar su liberación en la pluma. Fue ya casi al final de su vida, cuando se dio cuenta de que nunca podría parar los esfuerzos de Julia, por aquellos años ya más interesada en los derechos de la mujer y las cuestiones sociales que en la escritura. 

Aunque poeta, ensayista y autora de libros de viajes a Ward Howe principalmente se la recuerda por entregar las letras del The Battle Hymn of the Republic (El Himno de la Batalla de la República). Para refrescarnos la memoria adjunto una versión con la voz de un magnífico: Johnny Cash.

El Himno, también conocido por Mine Eyes Have Seen the Glory (Mis ojos han visto la gloria), fue escrito en 1861 y publicado al año siguiente. La pieza utiliza la melodía de la canción John Brown's Body (El cuerpo de John Brown), una marcha anónima de carácter religioso sobre el abolicionista John Brown que pareció surgir durante el Segundo Gran Despertar o Segundo Gran Avivamiento (1790–1840) cristiano. 

Se dice que fue el afán de purgar la obscenidad y la irreverencia de la letra primigenia lo que motivó al teólogo James Freeman Clarke, amigo de la autora, a proponerle una reescritura de las letras. Otros dicen que fue la propia Julia la que oyó canturrear John Brown's Body a las tropas de la Unión en una visita que hizo a un campamento militar en la zona del río Potomac, cerca de Washington D.C durante la Guerra de Secesión, y decidió ponerse manos a la obra. Fuere lo que fuere no cabe duda de que las ascuas del viejo John Brown aún no se han extinguido. Sin ir más lejos, Steinbeck tomó uno de los versos de la autora, aunque esta a su vez se basara en el Apocalipsis, para crear, probablemente, su obra más famosa. Las uvas de la ira.