Como el cambio de hora se acerca, en España se hará el 27 de octubre y en Estados Unidos el 3 de noviembre, y por aquí tenemos el Observatorio de Allegheny, marchando una de horario. El observatorio, que se levanta en 1859, es idea de tres potentados amantes de la astronomía: Josiah King, Harvey Childs y el profesor Lewis Bradley, todos vecinos de Pittsburgh. Cada uno hace una aportación económica de cien dólares y el resto lo consiguen a través de donaciones.
El primer telescopio que adquirieron fue un telescopio refractor de 13 pulgadas. Nada mal para la época. En 1859 era el segundo más grande de Estados Unidos. Pero el telescopio no llega hasta 1861, en plena Guerra de Secesión. Tienen que esperar hasta que termina el conflicto para poder abrir, aunque el edificio está en muy mal estado y el arreglo supone un fuerte desembolso.
La Western University of Pennsylvania, lo que hoy es la Universidad de Pittsburgh, compra el edificio gracias a la intervención del filántropo William Thaw, industrial con múltiples negocios navieros, ferroviarios y bancarios, que, con ojo de águila, se trae a Samuel Pierpont Langley, matemático, astrofísico e inventor de máquinas voladoras y de un instrumento llamado bolómetro, un dispositivo que mide la intensidad de la luz infrarroja y que sirvió para que, en 1896, el científico sueco Svante Arrhenius, investigara el fenómeno del calentamiento de la superficie de la Tierra, lo que hoy en día conocemos como efecto invernadero.
Cuando el masachusetano Langley, nació muy cerca de Boston, es nombrado director del observatorio, Thaw le dice que no hay presupuesto y que salga adelante como pueda. Es aquí cuando la genialidad de Langley entra en juego, y es que, hasta 1920, fecha en la que el gobierno asigna el servicio de dispensar la hora al Observatorio Naval de los Estados Unidos, Langley se dedicará a vender tiempo. Sí, tiempo.
El observatorio disponía de instrumentos que permitían calcular el tiempo con gran precisión, medio segundo al mes de error, circunstancia que, al señor Thaw, metido en el negocio de los ferrocarriles, sin duda le interesaba conocer de primera mano. La Allegheny Time de Langley (La hora Allegheny) la daba un reloj maestro que, de inmediato, se distribuía a través de las líneas telegráficas. Langley enviaba la hora correcta a la costa este de América, solo en Pensilvania suponían más de 300 estaciones, estaciones que pagaban por este servicio. Unos 3400 dólares al año sacaba su observatorio por vender tiempo. Los joyeros, por cierto, también fueron clientes.
Con este sistema sin duda se evitaron infinidad de accidentes. Por aquel entonces, como nadie parecía disponer de la misma hora en sus relojes, los trenes solían esperar unos quince minutos en las vías antes de salir, no fuera que estuvieran ocupadas y se produjera el temido desastre. Finalmente, un 18 de noviembre de 1883, la industria ferroviara estadounidense instaura en el país la hora estándar ferroviaria con cinco husos horarios: la hora atlántica, la hora del este, la hora central, la hora de la montaña y la del Pacífico. Ese día se envió una señal desde el observatorio y que servía para sincronizar los relojes de los ferrocarriles estadounidenses.
Aquí, todo magníficamente explicado.