Salem por Halloween es la ciudad ideal para celebrar los fundamentalismos, la histeria colectiva y el nos la han metido pero bien. No creo que siga albergando la locura que una vez le dio fama, pero no cabe duda de que una de sus fuentes de ingreso son los desgraciadamente famosos Juicios de Salem que tuvieron lugar allá por 1692 y en los que se acusaron a varios vecinos de practicar brujería. Como resultado, veinte personas no volvieron a ver la luz. Eso sí, las descabezadas cabezas promotoras de la cacería, cuatro años más tarde se retractaron por escrito del horror, pero claro, las víctimas no pudieron escuchar el mea culpa. Particularmente memorable es la figura de George Corwin, el Estrangulador, el sheriff del condado en el que se encuentra la ciudad, y al que se le reconoce el mérito de haber firmado la horca para diecinueve personas y haber torturado a otras cuantas. Las propiedades que dejaban estos desgraciados, a la buchaca del Corwin. Recordemos que, por aquel entonces, a las mujeres apenas se nos oía, mucho menos con una acusación de tamaña envergadura. A Corwin no le dio tiempo a retractarse porque en 1696 a los treinta le arreó un ataque al corazón. Quizás la rabia y la pena de no haber podido ventilarse a más, la consecuente pérdida de poder adquisitivo y el lento pero progresivo despertar de la gente tuvieran algo que ver.
Y un poco de justicia poética: uno de los acusados que se libró de la muerte, Phillip English, era uno de los ricos más ricos de la ciudad: un anglicano casado con aristócrata al que le gustaba la ostentación. Pero sobre todo, tenía amigos. Y muchos. Aunque Corwin los llevó a su esposa y a él a prisión, lograron salvar la vida gracias a uno de ellos. En 1693 la histeria amainó y volvieron a Salem. English, después de muchos intentos, solo consiguió que le devolvieran lo que le habían quitado haciéndose con el cuerpo del fallecido que ya iba camino al cementerio. Días más tarde, la familia accedió al trueque. Cuerpo por plata y joyas. Corwin no sabía que, después de muerto, dejaría a la familia un poco más pobre.
La familia del fallecido, digo yo que para evitar los olores y que se descuartizara el cuerpo, algunos ya iban despabilándose del embrujo, lo enterraron en el sótano de la casa en la que precisamente torturaba a sus víctimas, la Casa de Joshua Ward, aunque con el tiempo se le sacó de allí para evitar otro posible ataque. Ahora es punto de encuentro para actividades paranormales y vende como rosquillas.
Arthur Miller, el dramaturgo neoyorquino al que muchos recuerdan por haber cohabitado con la rubia de la Marilyn, además de tener esa suerte, también sabía actualizar la historia. Un refugio, dentro y fuera de las aulas, resguardado de la malasombra de zombies y vampiros, es su obra The Crucible, El Crisol. Y si apetece una pieza más corta y menos conocida, The Lottery, La Lotería, un relato que la magnífica Shirley Jackson publicara en 1948, cinco años antes de que Miller sacara El Crisol.
Con un poco de suerte los Corwins se quedan en casa. En la suya, me explico.