Cerca de Camden, a unas cinco millas pero ya en el estado de Pensilvania, queda una de las muchas casas en las que vivió posiblemente el escritor más solitario de todos los escritores estadounidenses.
Hijo de actores, Edgar Allan Poe quedó huérfano a los dos años. Un matrimonio adinerado, John y Frances Allan que vivía en Richmond, Virginia, lo adoptó. Con ellos vivió en Inglaterra cinco años hasta su regreso a Richmond. En la recién inaugurada Universidad de Virginia Poe cursó un año pero debido a las desavenencias con su padre adoptivo que quería que se hiciera un
hombre de bien en lugar de dedicarse a la pluma, (acabó desheredándolo), el autor tuvo que abandonar sus estudios por falta de recursos económicos.
A los dieciocho lo tenemos en Boston, el lugar que lo vio nacer, publicando su primer volumen de poemas,
Tamerlán y otros poemas. Lo tenemos en Grecia y en San Petersburgo, sin pasaporte, recurriendo al ministro, Henry Middleton, para escapar de la justicia rusa.
De regreso a América, en 1829, se alista en el ejército, donde lo recomiendan para acudir a West Point, la escuela militar en el estado de Nueva York. Pero Poe no está a gusto y logra que la Academia lo expulse, el único modo para conseguir su liberación ya que necesitaba el permiso que el padre se negaba a concederle. Richmond, Baltimore, Filadelfia y Nueva York fueron las otras ciudades por las que pasó.
En esta casa Poe, su esposa Virginia, y María Clemm, madre de ella y también tía de Poe, vivieron dos años: 1843 y 1844. Los Poe siempre vivieron con la espada de la pobreza colgándoles al cuello, ya que el autor trataba de subsistir solo con la venta de sus escritos. Hacia 1835 convencido de que estaba destinado para las letras, lo tenemos de redactor, crítico literario, colaborador y editor. Incluso llegó a tener su propio periódico.
Decir que Poe era un hombre de talento inaudito es quedarse corto. Culto, era hábil con los idiomas, sagaz, inteligentísimo, con una apreciación desorbitada por la belleza y por la perfección absoluta, magnífico matemático, con una capacidad asombrosa para la deducción, una imaginación desbordante, magnífico poeta, cuentista inimitable.
Con este catálogo de virtudes no es de extrañar que la lista de autores sobre los que Poe ha tenido alguna influencia sea ingente. Aunque, dicho sea de paso, no fueron los americanos los que descubrieron al autor, sino que fue de mano de Baudelaire que se le devolvió su lugar en el panteón de los artesanos. Y es que América, tan utilitaria, no estaba para
tontorronadas románticas, y, mucho menos, para alguien que escribía con tanta erudición y cotas intelectuales.
Con su ojo sagaz y posiblemente inspirado por las aventuras de
Vidocq Poe nos dio el género detectivesco, el de calidad, no a lo Arthur Conan Doyle. Ese mismo ojo también anuncia la ciencia ficción y obras de Julio Verne o de Isaac Asimov, por nombrar algunos autores.
Con ese mismo ojo y su habilidad para el análisis psicológico, Poe refinó el género de terror en el cuento, concibiendo la necesidad del
efecto único. Por influencia de otro gran cuentista americano, Hawthorne, Poe es capaz de articular esta concepción creadora.
Por su apreciación de la Belleza, fue reverenciado entre los poetas simbolistas. En Rusia,
Dostoyevsky recogió su afinada psicología, mientras que en Latinoamérica Horacio Quiroga nos anuncia en su
Decálogo del perfecto cuentista que "cree en un maestro, Poe ... como en Dios mismo".
De sus poemas,
Annabel Lee, un canto a la pérdida de su joven esposa. O
the Raven (el Cuervo) con ese enloquecedor goteo del
Nevermore, nunca más, cuyo eco también le llegó a Antonio Machado.
Simbolistas y surrealistas, amantes de lo onírico, regurgitan al autor, desentrañándolo, para que luego, otros poetas americanos, T.S. Eliot o Wallace Stevens, puedan digerirlo.
De su estancia en Filadelfia se sabe que fue su época más prolífica y, también, la más feliz. Treinta y un cuentos los escribió en esta ciudad.
The Black Cat, (El gato negro), The Gold Bug (El insecto de oro) y The Tell-Tale Heart (El corazón delator) los escribió en esta casa.
En el 532 North 7th Street está la casa. Una casa de ladrillo, de varias plantas y un pequeño jardín. Su zona de trabajo está en la planta superior, mirando a la calle. Cuenta con un sótano al que, cuando se desciende, es inevitable no pensar en el maldito gato.
Al ser monumento
histórico nacional está gestionado por el gobierno. La entrada es gratuita y el último pase es a las 4 de la tarde. La visita lleva aproximadamente una hora. Si se va en domingo, el aparcamiento en la calle también es gratuito.
Me pregunto si, de vivir ahora, con su magnífica obsesión por el método, alguien le prestaría atención
.