A raíz de la bromita de Chris Rock en la ceremonia de los Óscar, me viene a la cabeza Good Hair, un documental, (bastante recomendable) de 2009, cargado de premios y nominaciones con guion e interpretación del abofeteado, y narrado, cómo no, en clave de humor. Y es que Good Hair también va de pelos, en este caso de las torturas a las que algunas mujeres afroamericanas someten su cabellera para alisarla.
Y otra de pelos. Hace unos días, el 18 de marzo, el Congreso aprobó una ley que prohíbe la discriminación de las personas que tienen un estilo de pelo asociado a una raza en particular. Se trata de la CROWN, Creating a Respectful and Open World for Natural Hair, (Creando un Mundo Respetuoso y Abierto para el Cabello Natural), idea de los demócratas que ha conseguido ver la luz con apoyo de catorce señorías republicanas.
Y esta semana otra de transportes con the squeaky wheel gets the grease. Literalmente "la rueda que chirría consigue el aceite" y que podríamos traducir por nuestro el que no llora, no mama.
La pronunciación de andar por casa: "de ssssquíqui güil guets de griiissss". Y la buena aquí.
Stewart. De loc.gov
Se desconoce la autoría de este adagio. Algunos lo atribuyen a Josh Billing, que, hacia 1870, compuso un poema titulado "The Kicker" en el que, supuestamente, aparecía dicha sentencia. El problema es que dicha autoría no se ha podido comprobar, ya que el poema no nos ha llegado.
Según QI, la forma, tal y como ha llegado hasta nuestros días, se debe al humorista Cal Stewart. Stewart tenía un personaje, Uncle Josh Weathersby, por el que era especialmente conocido. Y es en uno de los monólogos que hiciera para el Tío Josh donde se registra. La sentencia en cuestión apareció en Punkin Centre Stories, Historias desde Calabaza, una colección que se publicó en 1903.
Hace ya tiempo que quiero escribir unas líneas sobre esa gran cómica que fue Gilda Radner, pero he seguido haciéndole el feo y hoy, por fin, me decido.
Radner, a pesar de la temible enfermedad que nos la arrancara a los 42 años, era la celebración pura de la vida. En la década de los 70, fue una de las pocas mujeres comediantes que lograron hacerse un hueco en el programa SNL (Saturday Night Live). Con su gran amigo John Belushi, el de Granujas a todo ritmo, y Bill Murray, el de la marmota, compartió programa.
Con los personajes de Roseanne Roseannadanna y Baba Wawa, una parodia de Barbara Walters, famosa periodista estadounidense, quizás consiguiera sus momentos más memorables. Radner, que era de la opinión de que el éxito y la fama estaban reñidos con ser buen comediante, nunca quedó eclipsada por la fama del esposo, el también comediante Gene Wilder.
En 1989, meses antes de su fallecimiento, salió a la luz It's Always Something (Siempre hay algo), un libro que recoge su vida, incluidos los años que tuvo que convivir con la enfermedad. En el 2018, Lisa D’Apolito sacó un magnífico documental titulado Love, Gilda, (Con Amor, Gilda) con grabaciones y documentos inéditos de la artista.
En el video la dejo haciendo de Roseannadanna, una periodista especializada en salud. La periodista, acaba de dejar de fumar, nos habla de los síntomas de abstinencia que está experimentando.
Cuando ocurren desgracias en las que el Vaticano se ve involucrado siempre me acuerdo de Buddy Hackett. Hackett, judío y comediante, tenía una lengua afilada que a muchos les repugnaba por la vulgaridad y la irreverencia de sus actuaciones. Pero tras esa irreverencia y vulgaridad el talento centelleaba, igual que la verdad.
Hackett tenía un número en el que iba al Vaticano. Advierto que el final no es apropiado para el público menudo. Una vez allí lograba entrevistarse con un cardenal al que, con humildad, se atrevía a sugerirle la venta de unas cuantas piezas de arte de su colección. Con el dinero recaudado se podría ayudar a los más necesitados, le dijo al cardenal. He intentado pescar el número por internet, pero no ha habido suerte ya que solo se puede conseguir previo pago. Pero terminaba con algo parecido a esto.
Exete, obeseri illegitimo, diceque le soltó el cardenal.
Y a continuación, por si no entendíamos su latín, Hackettnos ofrecía la traducción. Vete de aquí, gordo cabrón.
Afortunadamente Notre Dame no tiene por qué preocuparse. Se la quiere mucho y cuenta con muchos patrocinadores y amigos.
Por cierto, para los que sepan inglés, aquí dejo una de sus transparentes burlas. El destinatario es un tal Donald Trump.
Vaya. Precisamente hace unos días publicaba una entrada que iba acompañada de un video del genial hacedor de risas, Don Rickles, y hoy tengo que decir que nos ha dejado. Noventa años cargados de pasión, devoción y optimismo. Por lo visto, era el único comediante que se atrevía a insultar a Frank Sinatra, que era conocido por sus malas pulgas. Nadie estaba a salvo de sus bromas, y él tampoco se libraba de las suyas. Quizás ahí estuviera la clave de su éxito. Aunque, eso sí, alegaba que, como judío, para eso era de los elegidos, tenía un pase. Lo llamaba el truco del Mar Rojo.
En 2007 John Landis hizo un documental titulado Mr. Warmth, (Señor Amabilidad) así es como se le conocía, sobre su vida. Debbie Reynolds o Clint Eastwood son algunos de los que aparecen hablando de él. I make fun of everybody. That´s America. Me río de todo el mundo. Eso es América era su lema. Gracias, Mr. Warmth. Aquí lo dejo riéndose de Ronald Reagan.
Puede que muchos lo recuerden por la película No me chilles que no te veo en la que hace de ciego o por Superman III, en la que interpreta a Gus, el genio informático que los hermanos Webster utilizan para enriquecerse, pero Richard Pryor, además de serbuen actor,era mucho más que eso. Era el padre de todos los comediantes de nuestros días.
Entre los comediantes, parece que una infancia traumática, la suya marcada por un padre proxeneta, una madre prostituta y una abuela que lo crio en el prostíbulo que ella regentaba, se hace de primera necesidad para poder reírse de sí mismo y hacer que el público se ría con uno y de uno. Nadie como él trató sus adversidades en el escenario. Memorables son sus narraciones sobre el accidente que le quemó el cuerpo mientras purificaba cocaína con productos químicos inflamables.
A Pryor, como a casi todo artista, le costó encontrar la voz. Comenzó imitando los inocuos amaneramientos de Bill Cosby, pero pronto sintió que ese no era él. El sentimiento de impostor lo tomó subido al escenario en Las Vegas, frente a una audiencia en la que figuraban, entre otros, algunos miembros de la Rat Pack, Dean Martin y compañía. Allí los dejó plantados, en mitad del espectáculo. Pero Pryor ya sabía quién no era.
En el ajuste de su personalidad requirió de lo obsceno, la palabra mal sonante, la ordinariez, pero dicha con tanta naturalidad que parecía exenta de la agresividad y rabia desbordada con la que Lenny Bruce la trataba y que no logró tanto eco en unos Estados Unidos que aún no estaban lo suficientemente preparados para afrontar ese chorreón de libertad de expresión.
Y en cierta manera era lógico porque Pryor, al ser de color, tenía que andarse con pies de plomo si no quería alienar a la población blanca. El justo medio lo encontró en la palabra nigger (negro), un término ofensivo pero que su uso y abuso parecía deleitar tanto a negros como a blancos. Y es que Pryor hizo comprender a su audiencia que este término no atacaba a un individuo sino que reflejaba el carácter de una colectividad.
Por supuesto, el hacer comprender lleva su tiempo. En su caso cinco segundos. Ese era el lapso que Saturday Night Live decidió insertar con el fin de pillar y censurar las obscenidades que Pryor soltara en este late show, en directo.
Los cómicos, siempre tan necesarios, con sus verdades enteras y crudas, capaces de salvaguardarnos de la locura, sobretodo en épocas de autocracia.
Ahora, me pregunto, ¿volverían a aplicarle los cinco segundos?