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lunes, 16 de agosto de 2021

Nanci Griffith, elegancia y evocación.

El cardenal Burke tiene la Covid-19. Está con respirador. Hoy pudiéramos hablar de aquellos que se niegan a creer en la efectividad de la Ciencia y a arruinar su credibilidad, y de paso, la vida de otros, apoyando en algunos medios teorías conspiratorias. La elegida del cardenal: las vacunas llevan un microchip que nos colocan bajo la piel, con el que, el Gran Estado, controla nuestros movimientos. 

Muchas veces me he preguntado cómo es posible que personas de la inteligencia del cardenal puedan creerse estas barbaridades, aunque otras veces me da por pensar que nada de creérselas, sino que lo hacen alentados por el ora et labora. Me explico. Hay que seguir agitando esa jaula repleta de serpientes para que su labor no decaiga.

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Pero no es del cardenal ni de los negacionistas de quien quiero hablar, sino de una grande de la música que, desconozco si estaría vacunada, nos dejó hace unos días. Nanci Griffith. A esta hija de Texas, tierra que ha dado grandes de la música, Phil Ochs o B.W. Stevenson entre ellos, se la reconocía por sus contribuciones en la música folk y country. Fuera de las fronteras estadounidenses, Griffith quizás fuera más conocida en Irlanda. Su voz, amplia y cristalina, y su habilidad para contar historias hacían una delicia escucharla. Aquí la dejo con Love at the Five and Dime. Mi traducción: Amor en la tienda de la esquina, sin duda, un canto a la elegancia y a la evocación. 

domingo, 6 de octubre de 2019

Es country y está en Nashville, Tennessee, ¿qué es?

[Stavin' Chain playing guitar and singing the ballad "Batson," (fiddler also in shot), Lafayette, La.]
Lomax Collection
Abrimos la semana con una de música. Hoy le toca el turno al country. Hace unos días que terminó Country music, serie de ocho capítulos, dieciséis horas en total que saben a poco, del director y productor Ken Burns.

Burns, hijo predilecto de PBS, la televisión pública, hace un extraordinario esfuerzo para traernos la historia del country.

Inevitablemente tiene que comenzar con la familia Carter. Una de las hijas, June Carter, contraerá matrimonio con un gigante del country, Johnny Cash. Las entrevistas a Rosanne Cash, hija del primer matrimonio de Cash, también excelente cantante de country y que estará en Pittsburgh en un mes, y en menor medida las entrevistas con John Carter Cash, hijo de June y Johnny, le sirven a Burns para darnos un primer plano de los monstruos que acecharon al hombre y al artista.

Seguimos a Hank Williams, el Shakespeare hillbilly, el chico de los Apalaches que nació con espina bífida y que, para calmar los terribles dolores que le producía, murió a manos de una sobredosis en el asiento trasero de su coche. A Jimmie Rodgers, huérfano de madre a los seis y criado a caballo ente Misisipi y Alabama, en brazos de la buena voluntad de parientes. A Bob Wills y su banda Los Texas Playboys, impulsor del estilo Western Swing y devoto del yodel, ese gorjeo al estilo tirolés. A Patsy Cline, para mi gusto la voz más pura del country, que nos dejó pronto en un accidente de avión.

Al irresistible Merle Haggard, un hombre de carácter difícil, varias veces estuvo en prisión, pero que, gracias al concierto que Johnny Cash dio en San Quintín en 1959, la cárcel en la que estaba recluido, pudo salvarse. O a Loretta Lynn, hija de minero y cantante de letras feministas. O a la magnífica Tammy Wynette, la siempre triste primera dama del country, casada con otro grande del mismo estilo, George Jones, un hombre plagado de infelicidad que hará de sus letras extraordinarias joyas de dolor y lirismo.

A Charley Pride, el único representante de color, que al principio tuvo que vérselas para que le aceptaran en un género eminentemente blanco. A la más conocida e igualmente fantástica Dolly Parton. A Willie Nelson, ahora conocido pero que le costó meter la cabeza.

A Khris Kristofferson, el chico que lo tenía todo, y que fue rechazado por la familia por abandonar una vida académica, y que, al igual que Dolly Parton y Jones, es admirado por sus letras. A Emmylou Harris, a la magnífica familia Judd, compuesta por madre e hija. Ashley Judd, la actriz, también es hija.

Y ya en los 90 del siglo pasado, nos encontramos con el ecléctico de Garth Brooks, apasionado de la exuberancia de Freddy Mercury. De puntillas pasamos por cantantes como Glenn Campbell o Kenny Rogers, pero su ausencia se disculpa dada la lista inagotable. Más de cien leyendas de la música country: Roy Clark, Little Jimmy Dickens, Cowboy Jack Clement, Dwight Yoakam, Guy Clark, Marty Stuart y muchos otros... 

Con el documental que le llevó a Burns ocho años, también descubrimos dos cosas: que, para ser buen cantante de country, como mínimo se necesita ser de Oklahoma, mejor si se es de Tejas, y que, para abrirse camino, hay que subirse al escenario del Grand Ole Opry, en Nashville, Tennessee.

lunes, 26 de diciembre de 2016

¿Qué suena por Navidad?

Hace ya unos años que lo vengo observando: a la música navideña le pasa algo. Ya no es la misma. 

Lógicamente la música evoluciona. Sí, pero no es eso. Los coros aniñados apenas se oyen y a las voces de toda la vida, los Bing Crosbys, los Sammy Davis Jrs o el queridísimo Dean Martin se les ha dado un codazo en la boca.  

El espanto se ha llenado con música... country, y, como era de esperar, de la mala. Así que, mientras uno intenta decidirse entre una camisa roja o blanca o si es mejor un libro de comida vegetariana o vegana como regalo, tiene que lidiar con las arcadas del juglar. Y digo arcadas porque parece que al cantante le cuesta sacar las letras de la garganta, envolviéndolas de una guturalidad antinatural. 

Entendería que esta adulteración se reservase para las zonas de las que salió el country en primera instancia, (normalmente vinculado a la población blanca de baja extracción social y con pocos recursos económicos de la zona de los Apalaches. La magnífica Dolly Parton es de aquí), aunque me cuesta creer que sus nativos quisieran escuchar esta atrocidad. 

Al final, después de darle muchas vueltas, he comprendido que se trata de un fenómeno que nos involucra a todos y que tiene que ver con la homogeneización. El country es la nueva arma para aunar al pueblo americano. La cutrificación está justificada siempre que sea para un buen fin. El mito del Hillbilly Elvis, el chico de campo con talento capaz de llegar a la cima, se rescata. El único problema con esto es que ni las canciones de Elvis y mucho menos su talento se rescatan, solo el reflejo de su imagen, eso sí, pasado por el tamiz del yo también puedo ser el Rey o no todos los chicos de campo son unos palurdos analfabetos.

Con este rescate musical parece que alguien está empeñado en que reivindiquemos la esencia del americano, cuando, lógicamente es solo representativa de unos cuantos. De esta operación rescate de momento no he disfrutado de ninguna pieza musical navideña con toques rancheros o raperos, por mencionar otros estilos. Quedo a la espera.

Pero la gravitación hacia lo cutre me temo que ha saltado los pentagramas. El presidente entrante, en este campo, nos da sopas con honda. Sin ir más lejos, las archifamosas gorras de béisbol parcialmente made in China, han sido elegidas por Trump y su equipo como un símbolo de solidaridad aderezado de pretendida humildad hacia los trabajadores, especialmente por los que realizan labores de fábrica. Seguramente a muchos de ellos vaya dedicada esta nueva oleada musical que a todas luces oirán a bordo de sus furgonetas, casi con certeza, americanas. 

Por cierto que, Trump, ¿llevará puesta la gorra en la toma de decisiones? El country navideño, ¿le servirá de inspiración?