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lunes, 19 de marzo de 2018

El efecto Selfie

Ahora que nos acercamos la cámara a las narices para hacernos un selfie, resulta que no nos gusta. Me refiero a la nariz. Boris Paskhover, cirujano plástico, es el que ha dado la voz de alarma. Sus pacientes se le quejaban de que tenían una napia de cuidado. Para probarlo, le llevaban selfies que, según ellos, podían corroborar este hecho. Según el doctor Paskhover, el selfie, al estar tan cerca del rostro, nos distorsiona la nariz, haciendo que a una distancia de 30, 48 centímetros, parezca un 30% más grande en los hombres y un 29% en las mujeres.  

A las redes sociales habrá que agradecerles la bonanza de los cirujanos plásticos. El término Snapchat Dysmorphia (Dismorfía Snapchat) en la que se nos puede filtrar el rostro y casi hacernos pasar por el hombre o la mujer de nuestros sueños se maneja con la familiaridad de una lechuga en una frutería. Dentro de poco algunos con cara nueva. Lo malo es que no les guste su nueva apariencia y pretendan cambiarla hasta dar con la ambicionada. Pero siempre podemos ir de compras y tirar de filtro. O de cirujano plástico. Aunque nos cueste un ojo o una nariz de la cara.    

lunes, 26 de diciembre de 2016

¿Qué suena por Navidad?

Hace ya unos años que lo vengo observando: a la música navideña le pasa algo. Ya no es la misma. 

Lógicamente la música evoluciona. Sí, pero no es eso. Los coros aniñados apenas se oyen y a las voces de toda la vida, los Bing Crosbys, los Sammy Davis Jrs o el queridísimo Dean Martin se les ha dado un codazo en la boca.  

El espanto se ha llenado con música... country, y, como era de esperar, de la mala. Así que, mientras uno intenta decidirse entre una camisa roja o blanca o si es mejor un libro de comida vegetariana o vegana como regalo, tiene que lidiar con las arcadas del juglar. Y digo arcadas porque parece que al cantante le cuesta sacar las letras de la garganta, envolviéndolas de una guturalidad antinatural. 

Entendería que esta adulteración se reservase para las zonas de las que salió el country en primera instancia, (normalmente vinculado a la población blanca de baja extracción social y con pocos recursos económicos de la zona de los Apalaches. La magnífica Dolly Parton es de aquí), aunque me cuesta creer que sus nativos quisieran escuchar esta atrocidad. 

Al final, después de darle muchas vueltas, he comprendido que se trata de un fenómeno que nos involucra a todos y que tiene que ver con la homogeneización. El country es la nueva arma para aunar al pueblo americano. La cutrificación está justificada siempre que sea para un buen fin. El mito del Hillbilly Elvis, el chico de campo con talento capaz de llegar a la cima, se rescata. El único problema con esto es que ni las canciones de Elvis y mucho menos su talento se rescatan, solo el reflejo de su imagen, eso sí, pasado por el tamiz del yo también puedo ser el Rey o no todos los chicos de campo son unos palurdos analfabetos.

Con este rescate musical parece que alguien está empeñado en que reivindiquemos la esencia del americano, cuando, lógicamente es solo representativa de unos cuantos. De esta operación rescate de momento no he disfrutado de ninguna pieza musical navideña con toques rancheros o raperos, por mencionar otros estilos. Quedo a la espera.

Pero la gravitación hacia lo cutre me temo que ha saltado los pentagramas. El presidente entrante, en este campo, nos da sopas con honda. Sin ir más lejos, las archifamosas gorras de béisbol parcialmente made in China, han sido elegidas por Trump y su equipo como un símbolo de solidaridad aderezado de pretendida humildad hacia los trabajadores, especialmente por los que realizan labores de fábrica. Seguramente a muchos de ellos vaya dedicada esta nueva oleada musical que a todas luces oirán a bordo de sus furgonetas, casi con certeza, americanas. 

Por cierto que, Trump, ¿llevará puesta la gorra en la toma de decisiones? El country navideño, ¿le servirá de inspiración?