Lo llevamos en los genes: inundar a otros con los torrentes de información que nos llegan sin importarnos un comino que esa información, más que informar, nos dé un puñetazo al conocimiento. Hay que estar a la última si no queremos que los interlocutores se pincen la nariz en clara señal de que somos unos apestados.
No sé si para tratar de repeler esa presunción o para demostrar a estos
superolfateadores que están equivocados o simplemente para paliar el dolor de la segregación, que algunos nos hemos agarrado a los
meetup, esos grupos de encuentro presenciales sin cámara o texto virtual de por medio, como si fueran el último diplodocus sobre la faz de la tierra.
Y no es que no se agradezca su labor. Por lo menos le obliga a una ponerse los pantalones y coger el coche, el transporte aquí es penoso, para ir a reunirse con otras cuantas almas con las que, en teoría, tiene algo en común. La soledad y el deseo de abatirla por descontado. Por si a alguien le interesa el tema de la soledad en este país,
Bowling Alone (
Jugando a los bolos Solo) del profesor de la Universidad de Harvard Robert D. Putnam
ataca este tema.
He notado que, al menos en Estados Unidos, ese deseo de inundar nunca consigue desprenderse de la forma soberana: el aprovechamiento para la venta.
Las visitas de los que van de puerta en puerta vendiendo biblias ni mucho menos pertenecen al pasado. Tampoco las mujeres Avon han colgado sus maletines. Estos emprendedores meetup se han vuelto más sofisticados, lógicamente, y sus mañas se han materializado en forma de exploraciones culturales, solo para mujeres, por ejemplo, o en viajes tántricos guiados por chacras o terapias de energía vibratoria, (aún no tengo muy claro en qué consiste esta última), que los moderadores u organizadores de los grupos meten, tras una breve espera que nunca supera la semana. No se está para perder clientes.
Muchos de los meetups, al menos en los Estados Unidos, me parece que son la reinvención de las agencias publicitarias. Como mínimo, plataformas para oírnos a nosotros mismos marcarnos unos cuantos gallos. Lo que produce la soledad...