Mostrando entradas con la etiqueta literatura. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta literatura. Mostrar todas las entradas

jueves, 30 de mayo de 2024

El Batallón de las Lincoln en Fuenlabrada.

Nueva oportunidad para saber más sobre El Batallón de las Lincoln, las voluntarias estadounidenses que participaron en la guerra civil y recorrieron toda la geografía española, esta vez en Fuenlabrada.



El viernes, 7 de junio, a las 18:30, estaré en la biblioteca pública que lleva el nombre del que fuera, entre otras cosas, embajador en los Estados Unidos, Fernando de los Ríos

Calle Andorra 3, Fuenlabrada, muy cerca del instituto Dionisio Aguado. 

Cordialmente

martes, 7 de mayo de 2024

¿Malvado abril?

    Si Shakespeare hubiera sabido que abril sería el mes que nos lo trajera y el que también nos lo llevare, tal vez no le hubiera dedicado tantas alabanzas al mes que más veces aparece en su producción literaria, “¡Oh! ¡Qué parecida es esta pasión naciente a la belleza insegura de un día de abril!” (Los dos hidalgos de Verona, acto I, escena 3, líneas 85-86) y lo hubiera abandonado a favor del vecino mayo.
    Siglos después, el poeta, dramaturgo y crítico literario estadounidense, T. S. Eliot, ya sobreaviso con la desaparición del Bardo en abril, nos hunde en la mente la malignidad del mes con el estilete del primer verso de su afamado poema, The Waste Land (La tierra baldía): "Abril es el mes más cruel". Del aparente verdor que todo lo inunda, brotan "lilas en tierra muerta, mezcla memoria y deseo". Al hombre que sobrevive el invierno no le pasa desapercibido que esa renovación anual de vida son solo puñados de tierra sobre féretro. De la mano primaveral logramos una escapatoria momentánea, humedecida con la savia, cada vez más reseca, de nuestra memoria y con la de aquellos que nos aprecian, hasta que la suya, también se extinga. 

    No cabe duda de que Eliot debía tenerla tomada con la primavera porque años más tarde, en su The Family Reunion (La reunión familiar), de 1939, el escritor nos vuelve a reiterar el espanto que le produce esta estación: Is the spring not an evil time, that excites us with lying voices? ¿No es la primavera una época malvada, que nos alienta con voces mentirosas?  

Desconozco si, Helen Vendler, la gran crítica literaria que nos dejó una concienzuda interpretación de la obra de estos gigantes de las letras, también compartía la aversión eliotana por el mes o si abril y todo lo que oliera a primavera era de su agrado. Lo que sí sabemos es que Vendler sabía a la perfección unos cuantos idiomas, especialmente el español, al que consideraba su segunda lengua. Su padre, profesor de secundaria, había pasado catorce años entre Cuba y Puerto Rico, y siempre se ocupó de hablar a las hijas en latín, español, francés e italiano. Era la suya una familia extremadamente católica y, aunque se leía mucho en casa, su madre también fue profesora, en su caso de primaria, solamente se permitían ciertas lecturas. 

    Vendler fue una estudiante brillantísima, con una especialidad en Química Orgánica y Matemáticas. Pero sus amores pronto cambiarían. Y es que, entre 1947 y 1950, compra en Boston, allí nació, la Little Anthology of Modern Poetry, Pequeña antología de poesía moderna, de Oscar Williams. En ella encuentra el poema de Eliot, su poema favorito de adolescencia porque era “rico, trágico, erudito, desesperanzado y musical”, “la creación poética más importante y deslumbrante del siglo XX escrita en inglés”. 

    Un noviembre bostoniano, no hacía mucho que había adquirido el libro, asistió a una conferencia del mismísimo artesano, lo que, sin duda, le impulsó a cambiar el rumbo académico que sus padres ya habían trazado para ella. Vendler no lo tuvo fácil, pues la hija se les rebeló. Los padres no veían con muy buenos ojos que se dedicara a la lectura y análisis de autores poco honrosos, con lo que, para evitarse su obstinación y una vergüenza temida, procedieron a ignorarla. 

Después de muchos años en Boston University y otras universidades estadounidenses, en 1981 Vendler finalmente consigue hacerse un hueco en el departamento de inglés de Harvard, enseñando lo que más le gustaba. Cómo adentrarse en la estética de un poema. Porque a ella poco le importaban los contextos históricos o las biografías de los autores. Esta preferencia sin duda alguna le vino de la labor crítica de I.A. Richards, una de las figuras fundamentales del New Criticism, Nueva crítica, y que trabajaba el texto efectuando lo que se denomina un close reading o lectura interior. La lectura era tan minuciosa, que el profesor podía pasarse toda una clase analizando una palabra, estableciendo asociaciones que le permitían saltar de poeta a poeta. 

    Vendler estaba dotada de un gran poder analítico, recordemos que estudió Química Orgánica y Matemáticas, lo que le posibilitaba, como si de una molécula se tratara, contemplar en su mente múltiples rotaciones del poema y, por tanto, un mejor acercamiento a su estructura. Sus estudios siempre terminaban con el poema horadado en su centro, abierto con un pozo por el que Vendler le descolgaba su personalísimo candil, dispuesta a verle las entrañas poéticas y, de paso, a dar con el proceso creativo del autor.

La esplendorosa crueldad de abril también fue de Vendler. Un 30 de abril de 1933 nació, (sí, también un 30 de abril nos quitó a Paul Auster), y nos despidió, desde la puerta abrileña, con un tanto de justicia poética, ni más ni menos que el pasado 23, a compartir con los grandes.  

martes, 16 de abril de 2024

Francis Scott Key y el himno nacional.

Hoy, una entrada sobre Francis Scott Key, cuarto fiscal de Distrito de Columbia, poeta y pariente de otro Francis Scott Key, también escritor, Francis Scott Key Fitzgerald. Últimamente el nombre del abogado escritor está en boca de todos por el trágico accidente en el puente de Baltimore que lleva su nombre.

Dicen que, como poeta, Francis Scott Key no destacaba. Sin embargo, tuvo la proeza, y la originalidad, de dar en la fibra sensible del corazón americano creando las estrofas del himno nacional estadounidense. The Star-Spangled Banner (La bandera tachonada de estrellas).  

Parece ser que la inspiración para crear el himno le vino durante la guerra anglo-estadounidense, en concreto la madrugada del 14 de septiembre de 1814, a bordo de un barco de rescate que había sido interceptado por fuerzas enemigas. A lo lejos, el bombardeo del fuerte McHenry, lugar que, hasta hace unos días, ocupaba el puente con su nombre. Fue la visión de la bandera ondeando en el fortín el detonante creativo. Mencionar que la bandera la cosió, con ayuda de su hija Caroline, Mary Pickersgill, una viuda de Baltimore. El pendón tenía unas dimensiones considerables, quince barras, cada una de dos pies de ancho, y quince estrellas blancas, de ahí que tuvieran que dar las puntadas en el suelo de una fábrica de cerveza. El cobro de la bandera ascendió a $405.90 de la época. Ya en tierra, ese mismo día Francis Scott Key escribió las cuatro estrofas en un bar de Baltimore. En cuanto las terminó, corrió a enseñárselas al juez Joseph H. Nicholson, su cuñado, que es el que se encargó de publicarlas.  

Las críticas del himno nacional han venido por distintos flancos: tenores de reconocido prestigio se quejaron de que las notas eran demasiado altas y que era imposible cantarlo. Concursos para dar con un nuevo himno no faltaron. Esta rebelión ya se dejaba notar en plena guerra de Secesión, en 1917 o en 1929. En la convocatoria de ese año, el prestigioso poeta Edwin Markham se hizo con el premio, pero quedándose sin aprobación popular. También el poema America the Beautiful, América la bella, de la profesora y escritora Katharine Lee Bates, poema al que se le puso música en 1904, se sometió a la aprobación popular. Pero nada. Otros se quejaban de que la melodía era demasiado británica, el mal contra el que, precisamente, combatieron. La tonadilla bebe de To Anacreon in Heaven, A Anacreón en los cielos, la canción oficial de la Sociedad anacreóntica, un club de música de Londres. Para empeorar las cosas, el himno sonaba como canción de taberna, de esas que los asiduos suelen entonar con jarra de cerveza en mano. Fue durante la Ley Seca, lógicamente, cuando más atención se prestó a este argumento. Del ámbito espiritual llovieron críticas argumentando que, el himno, era una arrogante apología de la violencia. Los que denostaban la letra se quejaban de que esta era imposibles de recordar. Fuese como fuese, el himno, a pesar de no gustarle a unos cuantos, consiguió hacerse hueco en la mesa presidencial para que Hoover, un 3 de marzo de 1931, ratificase su eterna permanencia. 

martes, 14 de noviembre de 2023

¿Sesquicentenario de ...?

Willa Cather ya notó hace más de un siglo que Pittsburgh era una ciudad de tonos más bien grisáceos y de pocas luces. A pesar de esos escasos sesenta días de sol al año, la joven escritora se encariñó con la ciudad, aunque la morriña por los vientos del oeste, nació en Virginia pero a los diez años se mudó con sus padres y hermanos a Nebraska, siempre la atosigaba. A Pittsburgh vino en 1896 para dirigir una revista dedicada al público femenino, la Home Monthly. Se colocó de editora, gracias a la ayuda de Charles Gere, padre de una amiga y propietario del State Journal. Gere enseguida se dio cuenta de la valía de nuestra futura Premio Pulitzer y se la recomendó a Axtell, uno de los propietarios de la revista. Cather se empleó a fondo mientras estuvo en el cargo, hasta colocarse en el Leader en 1897, otra revista de Pittsburgh, aunque nunca dejó de extrañarle que hubiera público para la basura que acababa de cerrar. Sus años pittsburgueses están plagados de inestabilidad laboral y en 1900 la tenemos de profesora de Latín en un instituto, puesto para el que, parece ser, no estaba muy hecha. Luego se cambió a Inglés y bastante mejor, aunque la ortografía era su talón de Aquiles.

En Pittsburgh estuvo soportando las inclemencias del clima hasta 1906, año en el que se mudó a Nueva York. Aunque, si hubiera podido, de buen grado hubiera continuado nuestra escritora con los lazos que aún le ataban a la ciudad y que, finalmente, se rompieron diez años más tarde, en 1915, cuando la benefactora que la acogía en su casa de Pittsburgh, Isabelle McClung, decidió venderla. Durante esos años Cather hizo de Pittsburgh su centro neurálgico, aunque con unas cuantas estancias en Red Cloud para estar con su familia en Nebraska, alguna escapada a Colorado y Wyoming con sus hermanos para irse de caza o para hacer algo de turismo por Wyoming con su mecenas. 

En mayo de 1898, por ejemplo, Willa pasó un tiempo en Washington, D. C., alojada en casa de un primo de su padre, el doctor Howard Gore, profesor de Geología en la Universidad de Columbia. Sin embargo, parece que el familiar no pudo dedicarle a Willa el tiempo que hubiera deseado porque casi estaba con un pie en una expedición polar, la Wellman Polar Expedition. Pero Cather no desaprovechó el tiempo. Allí tuvo ocasión de conocer a numerosas personalidades del momento. El invierno de 1900 volvería a repetir, una vez retirados los fríos polares del pariente. 


Según una buena amiga de Cather, la también reconocida escritora Dorothy Canfield Fisher, Pittsburgh formó la carrera literaria de Cather. Fue este lugar tan oscuro el que le sirvió a Cather la inspiración para crear algunos de sus mejores relatos. "Paul's Case", ("El caso de Paul"), "A Gold Slipper" ("La zapatilla dorada") o "Double Birthday" ("Dos cumpleaños").

Todo esto para decir que, a pesar de la dureza de los vientos del este que todavía no nos azotan, siempre hay esperanza para el arte. Recordémoslo con el sesquicentenario del cumpleaños de la artista, un 7 de diciembre. 

jueves, 12 de enero de 2023

La nave de los locos o sabemos lo que queremos.

Zora Neale Hurston/ loc.gov

Un empujoncito para aquellos, en especial para mis compañeros escritores, que luchan por lo que quieren y que apenas ven recompensa. Katherine Anne Porter, indiscutible maestra del relato, nos confiesa que el éxito no le llegó hasta alcanzar los 72 años. Ese reconocimiento tuvo que llegarle con una novela, Ship of FoolsLa nave de los locos, en 1962.   

lunes, 25 de enero de 2021

Los diarios de Patricia.

El 19 de enero celebrábamos el centenario del nacimiento de Patricia Highsmith, reina del suspense y de los asesinatos a sangre fría, exploradora de la maldad, la enajenación y la culpa, discípula de Dostoevsky, maestra incomparable a la hora de mostrar el horror que se esconde tras las anodinas vidas de sus personajes. 

Estaba previsto que su diario, Patricia Highsmith: Her Diaries and Notebook, (Patricia Highsmith: sus diarios y apuntes), unas 8000 páginas inéditas que su editor y albacea literario encontraron entre sábanas y toallas en su casa de Suiza, saliera a la luz el día de su cumpleaños, pero no estará disponible hasta noviembre. La selección se centrará en lo peor de Highsmith. Su antisemitismo, racismo y lo poco agradable que era, ha dicho su editora Anna von Planta. Ese lado oscuro recorre seis décadas. Por supuesto, su lesbianismo y su consumada misantropía (una amiga la llamó la gran odiadora) también harán acto de presencia. 

Un libro sin duda para grandes amantes de la artista. Aquí la dejo en esta magnífica entrevista, solo disponible en inglés, con material valiosísimo para escritores y para todos aquellos interesados en la  personalidad obsesiva y el pensamiento de esta gran  autora.

lunes, 28 de diciembre de 2020

Esos ojos son míos.

Mientras esperamos a que el presidente coja el bolígrafo para firmar el paquete rescate, (acabo de enterarme que hace menos de una hora que lo ha firmado), el vicepresidente, como ya está vacunado, ha metido primera y se ha subido a las alturas de las pistas de esquí en Colorado y no aparecerá hasta que el paquete dé un suspiro a principios de enero. 

También en enero, el mismo día 1, suspirará un monumento estadounidense. Nada más ni nada menos que una de las vacas sagradas de la literatura estadounidense: El gran Gatsby. Ese día Gatsby será de todos ya que pasa a ser de dominio público. Muchos ya están temblando, pensando en los destrozos que sufrirá la obra a manos de unos desalmados. Tengamos en cuenta que, a partir de ese día, cualquiera podrá hacer lo que se le antoje con la obra. Añadir un final alternativo o colar monigotes entre párrafo y párrafo con la cara de Trump, por ejemplo, se librarán de la furia de herederos y abogados. (A menos que el presidente decida enzarzarse con el dibujante, que también es posible). En cambio, otros sufrirán más por el dinero que dejarán de embolsarse. 

Días después de su liberación, justo el 5 de enero, ya tenemos novela basada en el texto de Fitzgerald. Nick de Michael Farris Smith, una protosecuela del clásico que sigue los inicios de Nick Carraway. El libro arranca unos años antes de que el personaje se instale, en el verano de 1922, en el distrito West Egg, en Long Island. Farris Smith escribió la obra hace más de cinco años, pero la editorial, para evitarse problemas y disgustos, prefirió retrasar su publicación.

En la cubierta, los ojos, redondos y brillantes de una chica joven. Ojos que, inevitablemente, nos recuerdan a los que creara el artista Francis Cugat, hermano mayor de Xavier Cugat, para la obra de Fitzgerald. En los suyos, titulados Ojos celestiales, un desnudo femenino inunda cada pupila. Por lo visto fue un cartel publicitario que viera Cugat en lo que hoy es Flushing Meadows, un parque público en Queens, en la ciudad de Nueva York, el que le diera la inspiración. Por cierto que, al bueno de Hemingway, la cubierta le pareció horrorosa. 

Pues aunque a Hemingway le disgustara, afortunadamente esos ojos ya son nuestros.

lunes, 8 de junio de 2020

¡Escribe, no pienses!

Thurston the great magician
Hace poco que ha caído en mis manos un libro de Madeleine L'Engle, la autora del magnífico libro El pliegue en el tiempo que Disney se encargó de destrozar.

El libro, que lleva por título The Moment of Tenderness, El momento de ternuraes una selección de diociocho relatos escritos entre los años 40 y 50 que, su nieta, ha rescatado para deleite del lector. Y digo deleite porque las historias de L'Engle son de notable calidad. L'Engle es especialmente habilidosa con el humor, sus descripciones son vivísimas y maneja los diálogos con brío y elegancia. Y aunque el humor templa las páginas del libro, todo él parece estar difuminado con una pátina de nostalgia y soledad que corteja la barrera de lo sensiblero pero sin caer en la noñería. A veces, se echa en falta que la historia no esté más desarrollada y que casi se quede en estampa, pero esa percepción pronto se olvida gracias a la calidad de su escritura. En cuanto a los personajes, estos tampoco se resisten a su pluma, ya sea hombre o mujer, niño o adulto, aunque hay que decir que son los de clase media alta los que más le ocupan.

Los relatos de esta colección pertenecen a la época en la que L’Engle quería ser dramaturga y son en su mayoría de corte autobiográfico. Por ejemplo, en uno de ellos, el titulado "The Foreigners", "Los extranjeros", la narradora también se llama Madeleine.

Los temas que recogen los relatos son variados: maternidad, cuidado de padres mayores, ambición, rivalidad, el fracaso de la amistad o las apariencias engañosas. De hecho, este es el tema de "The Fact of the Matter", "Lo cierto es que", sería la traducción, un relato que combina la fantasía con el realismo mágico. En "Poor Little Saturday", L’Engle mezcla fantasía con magia, al estilo de las Crónicas de Narnia. 

Por cierto, mencionar que la autora tuvo muchísimos problemas para publicar su El pliegue en el tiempo. Los conservadores evangélicos, que la veían con malos ojos por creer en la salvación universal y seguramente también por dejar ver las ideas de Einstein en su obra, aprovecharon la ocasión para acusar a la autora de fomentar la brujería, y pidieron que el libro y las partes que lo siguieron fueran retirados de bibliotecas y librerías.

L’Engle, como se hace patente en esta colección, también practicó la ciencia ficción con bastante atino. En “A Sign for a Sparrow,” "Una señal para un gorrión", la escritora nos presenta un mundo postapocalíptico. El planeta Tierra, plagado de guerras y otras pestes, se ha vuelto inhabitable. Es con este relato con el que se cierra la colección.

Aquí una charla, en inglés, de la escritora, con su recomendación para ser un buen escritor: ¡Escribe, no pienses!

martes, 2 de junio de 2020

¿Quién es el Tío Remus?

Hace unos días escuchaba una de mis canciones favoritas de Frank Zappa, Uncle Remus. El video incluido es un homenaje musical que Dweezil Zappa hizo a su padre. El sensacional George Duke, voz y teclado.

Uncle Remus, aunque nombre ficticio, se piensa que está basado en un personaje de carne y hueso, Uncle George Terrell, un esclavo de la plantación de Joseph Addison Turner. Turner, también propietario del periódico The Countryman, (El Paisano), puso de aprendiz en su imprenta al joven Joel Chandler Harris, a cambio de comida, techo y ropa. El jovencito, siempre con la espina clavada de ser hijo ilegítimo, pronto se hizo amigo de los más desfavorecidos, los esclavos que trabajaban las tierras de Turner. En los escasos momentos de ocio que unos y otros pudieran tener, no es difícil imaginarse al muchacho pidiéndoles con admiración que le contaran historias de sus ancestros.

Cuatro años estuvo con el propietario, hasta 1866. Después pasó a formar parte de otro periódico, también en Atlanta. El Atlanta Constitution, pero sus oídos nunca olvidaron las narraciones del Tío George Terrel, ni las del Viejo Harbert o las de la Tía Crissy. Así, en 1880, sale su primera colección con la saga del Tío Remus, un narrador afroamericano que contará las aventuras de distintos animales. Hermano Conejo, hermano Zorro, hermano Lobo o hermana Tortuga visitan con asiduidad sus páginas.

Harris, consciente de que se estaba adentrando en terrenos farragosos al intentar capturar, entre otras cosas, el dialecto de estos esclavos, dijo que su labor recopilatoria era una especie de homenaje a la tradición afroamericana, a la que, sin duda, veía amenazada. La polaridad se extendió como la pólvora. Las escritoras Alice Walker, Toni Morrison y el criticón de Mencken, que lo eleva a la categoría de poco más que amanuense, se encuentran entre los detractores.


Del otro bando, figuras como Mark Twain, y si es palabra de Mark Twain parece difícil refutarla, llegaron a considerarlo "el único maestro que este país ha dado" en lo que se refiere a la captura del dialecto afroamericano. Rudyard Kipling escribió a Harris para hacerle saber que los estudiantes ingleses devoraban sus historias en las aulas. Y James Joyce, aunque no le mandó niguna carta, en Finnegans Wake le hace un guiño con su "Romunculus Remus".

Independientemente del efecto Harris, hay que agradecerle esa labor recopilataria, aunque solo sea para disfrutar del Uncle Remus de Zappa y Duke. Aquí, una tesis doctoral en español sobre lo fabuloso de Harris.

lunes, 15 de julio de 2019

Adicción a Lucia

Reconozco tener una adicción a Lucia Berlin. Hace unos años que leí su Manual para mujeres de la limpieza y, desde entonces, voy tras ella. Esta vez la encuentro con Welcome Home (Bienvenido a casa). Se trata de postales autobiográficas que Lucia Berlin dejara inacabadas pero que uno de sus hijos, Jeff Berlin, ha rescatado para el lector.

La escritora concibió más de veinte capítulos atrapados en treinta y tres hogares en casi tres décadas (1936-65), pero Jeff Berlin, supongo que por cuestiones de espacio y de privacidad, ha hecho una purga considerable. Las instantáneas son retazos de vida aderezados con fotografías y misivas, casi todas destinadas a Helen y Ed Dorn, poeta y mentor de Lucia. A la memoria de ellos, Jeff Berlin ha dedicado el libro.

Los pensamientos de Lucia, vertiginosos, nos clavan sus esquirlas de humor e ingenuidad. Para lograr su diabólico plan, la escritora recurre a todo tipo de triquiñuelas: palabras malsonantes, interjecciones, frases ensalzadas a través de la mayúscula, párrafos tomados por el lirismo:


the datura bloomed in a profusion of white flowers that hung heavy clumsily until night, when the moonlight or starlight gave the petals an opalescent shimmer of silver and the plant's intoxicating scent wafted everywhere in the house (p.61).  

La datura reventaba en una exuberancia de flores blancas que colgaban, pesadas y torpes, hasta el anochecer, cuando la luz de la luna o la de las estrellas impregnaban sus pétalos con un resplandor de plata opalescente y el perfume embriagador de la planta barría la casa por doquier.     


 O la desesperación y que la hacen tan humana: 

She must have seen them racing canoes, heard their laughter echoing above the water. She must have seen us talking with friends in our beautiful garden, lying on the beach. She must have seen Buddy and me kiss, must have seen us happy. How could she send that box? (p. 65).

Debió verlos echando una carrera en sus canoas, oír sus risas, un eco sobre las aguas. Debió vernos mientras hablábamos con amigos en nuestro precioso jardín, tumbados en la playa. Debió vernos, a Buddy y a mí, besándonos, debió ver nuestra felicidad. ¿Cómo pudo ella mandar esa caja? (Berlin se refiere a una caja con drogas que, una tal Peggy, le enviara a Buddy, su último esposo, mientras vivían en Jalisco. Buddy estaba intentando dejarlas y Lucia la culpa de su recaída). 

En los apuntes de Berlin, también vemos la duda y los cambios de opinión propios de la naturaleza humana. A ratos, la oímos despotricar contra Méjico, y otras veces no dice que admira a sus gentes, aunque regresa a Estados Unidos porque no puede dar a luz a un niño en la jungla, en un país tan repulsivo e INTIMIDANTE para ellos (p.150). 

Veintinueve años de pantagruélico apetito por conocer, escribir, tal vez huir. Por vivir, en una palabra. 

jueves, 25 de abril de 2019

Un hombre con suerte

Hoy, cambio la expresión de la semana por una reseña literaria que he escrito de Un hombre con suerte, una colección de cuentos de Jamel Brinkley. La reseña se puede leer en la revista Todoliteratura.

domingo, 1 de julio de 2018

Harlan Ellison, el Zorro

color film copy transparency

Fue allá por el 2006 cuando Harlan Ellison le tocó un pecho a Connie Willis en la entrega de los premios Hugo. Harlan afortunadamente se dio cuenta de su disparate y se disculpó, aunque muchos no lo perdonaron.

Ellison fue otro de esos grandes y raros que ha dado Cleveland. Infatigable en su labor de no permitir a la posteridad que lo desintegrara se aplicaba a la superproducción. Más de 1800 piezas escritas con su Olympia, una máquina de escribir manual. "Un hombre del siglo XX", así se autodefinía.

En la ciencia ficción especulativa con toques a lo Poe, kafkinos o melvillianos, Harlan desplegaba su genio. Suyos son "Repent, Harlequin!" Said the Ticktocman" o "I Have No Mouth And I Must Scream". Revelar los problemas de la condición humana fue su neurosis, por eso repudiaba zombis, muertos vivientes y guerras espaciales, a los que veía como fraudes alimentados por la industria del espectáculo.

Es en sus ensayos donde más se marca la brutal agudeza de su tinta. Y digo brutal porque Harlan se consideraba un hombre honesto e íntegro que no tenía reparos en llamar "cabrón" al más pintado. Por eso, cuando las editoriales, las cadenas televisivas o cualquier otra entidad trataban de aprovecharse de su trabajo sin pagarle un dólar, Harlan se subía por las paredes. Tan mal le sentaba que los llevaba a juicio, y de los muchos que tuvo solo perdió uno.

Este mismo hombre, eternamente enfadado y siempre encendido con la posibilidad del robo intelectual, defendió en 1965 el derecho a voto de los ciudadanos afroamericanos en las marchas de Selma, Alabama, desfilando junto a Martin Luther King.

Su ego tampoco entretenía la idea de que lo criticaran. Su punto débil era su profesión, su habilidad para poner dos renglones seguidos. Un profesor de OSU, Columbus, Ohio, tuvo la audacia de decirle que no sabía escribir. Durante veinte años Harlan estuvo mandándole por correo copias de sus historias publicadas. Este profesor fue más afortunado que un editor, al que por lo visto, también por correo, le envió una tuza muerta, un tipo de roedor muy común en América.

Pepito Grillo y el Zorro eran los personajes con los que más se identificaba Ellison. La conciencia que intenta alejarnos del mal y el caballero incansable, defensor infatigable del honor y de las causas justas. Su virtud será recompensada.

lunes, 27 de noviembre de 2017

Reseña de Perro verde

Aquí dejo una reseña de Perro verde que acaba de salir publicada en 365 días de libros, el blog de la biblioteca de la Universidad Carlos III de Madrid.

http://biblioteca2.uc3m.es/365diasdelibros/

viernes, 12 de agosto de 2016

Kit de inglés 3: How cool are you?

Para la clase de inglés hoy traigo la palabra cool. Su pronunciación no resulta costosa: kul. 

Esta palabra tiene muchísimos usos. Por ejemplo, cuando nos referimos a la temperatura y queremos indicar que hace fresco o que el café está templado, usamos cool. Cool también se utiliza para indicar indiferencia o una actitud calmada y controlada. 

Veamos unos ejemplos.

It's cool in here. (Aquí hace fresco).
The coffee is cool. (El café está templado).

He gave me a cool greeting. (Me recibió con indiferencia).
She was cool about it. (Lo aceptó sin aspavientos). 

Sin embargo, hay otro uso de cool extremadamente común en inglés americano. Este coloquialismo se utiliza para indicar que alguien está de acuerdo con algo o que algo o alguien nos parece fantástico. 

Pongamos que, al acabar una fiesta, una amiga nos pregunta qué nos ha parecido su novio. Si nos gustó o no queremos hacer daño a nuestra amiga lo más normal es que respondamos: He seemed like a cool guy! (Me pareció majo o parecía simpático).

Pongamos que la semana siguiente es el cumpleaños de tu amiga y piensa dar otra fiesta. Tu amiga te envía un mensa para comunicártelo.

I'm throwing a party next week for my birthday. Do you want to come? (Voy a dar una fiesta de cumpleaños la semana que viene. ¿Quieres venir?)

Cool! I'd love to! (Genial. Me encantaría).

El uso de cool para indicar aprobación con unas gotas de sofisticación y admiración parece que se remonta a finales del siglo XIX, atribuyéndose su origen a la comunidad de color. La prestigiosa escritora Zora Neale Hurston utilizó esta acepción en un relato que escribió a principios de los años 30. Pero parece que, fue a finales de la siguiente década, cuando su significado cobró más ímpetu, especialmente en los círculos jazzísticos, gracias, sobre todo, a los esfuerzos de un hombre: el saxofonista Lester Young. Y, por lo visto, también a él se debe la revitalización de otras expresiones.

Stay cool. 

martes, 26 de julio de 2016

¿Qué hay detrás de tu plato?

Saludos a todos,

Hace unos días colgué un comentario sobre Lucia Berlin. Hoy me gustaría hablar de M. F. K. Fisher. Por las iniciales uno podría pensar que se trata de un hombre, y algo de cierto hay en esta suposición, ya que, tras estas tres letras, la autora trataba de disfrazarse para que el mundo editorial la tomara en serio. Tan solo hace unas décadas parecía impensable que una mujer supiera cocinar y mucho menos que fuera diestra en la expresión literaria de ese conocimiento.

Gracias a Meryl Streep en Julie& Julia conocimos los entresijos de Julia Child, seguramente la primera chef americana que introdujo a sus compatriotas las bondades del buen yantar. Sin embargo, son menos los que han oído hablar de Mary Frances Kennedy Fisher, "la primera dama de la gastronomía", según Nancy Scott.

Criada en un ambiente dominado por su abuela, protestante acérrima, Fisher lo calificó de "Todo odio y prejucios", aprendió a leer con la Biblia, hecho que, seguramente, le inculcó ese lirismo extremo, esa sensibilidad que tienen sus composiciones, especialmente sus ensayos.

Su narración es natural, delicada, espiritual, transpira "gusto". Es como si todos sus sentidos estuvieran a flor de piel. Y todo para no perder ninguna emoción, ninguna sensación por horrible que fuera. Fisher, no cabe duda, no solo veía en el acto de cocinar un arte, también en su narración.

Serve it Forth, un libro que escribió en 1937 y que desconozco si ha sido editado en español, recoge la elegancia y mesura de su pluma. A través de un viaje culinario por la historia, Fisher no solo nos deleita con complicadísimas recetas, sino que, de su mano, también descubrimos su personalidad y la de los invitados al libro que ella tan magnífica y suculentamente retrata.

Un mundo de sensaciones que persiguió en Francia, Suiza, para hablarnos de ella, de sus memorias. Un recorrido en el que, no tiene más remedio si quiere atenerse a las reglas de la etiqueta que tan escrupulosamente le inculcara su abuela, debe invitar a sus compañeros de viaje, a los otros comensales de la página.

La mesa está servida.

martes, 19 de julio de 2016

Postales desde Berlin

Hay autores a los que el tiempo los descubre a agua pasada, cuando ya no pueden disfrutar del placer del reconocimiento porque ya se han ido. Ese fue el caso de Lucia Berlin. La verdad. No sé cómo llegué hasta ella. Tal vez por alguna reseña.

Lucia, si se me permite la cercanía, es diferente. Ya sé que el abuso de este adjetivo ha sido la causa de que le haya hecho perder su singularidad, pero es que es así. Para empezar, su vida. Fuerte, difícil, cargada de adversidades, de constantes mudanzas, vivió unos años en Chile, y sí, manejaba el español perfectamente. ¿He dicho que fue alumna de Ramón J. Sender, creo recordar que en la Universidad de Nuevo México? Berlin, con esos ojos suyos tan imponentes, tan abiertos, como si quisiera dejar que toda la humanidad le entrara por ellos, lo describe como un hombre solitario y triste.

Y, como tiene tanto que contar, es precisamente sobre su vida, la de su hermana, la de sus padres, abuelos, novios, exmaridos, hijos, cualquiera que se acercara a ella, sobre los que escribe. Escribió tres novelas, de las que, desgraciadamente, no conservamos ninguna. De una de ellas reconoce su mala calidad. Desconozco la certeza de su criterio, pero como corredora de media distancia, Lucia es imbatible. Su colección de relatos A Manual for cleaning women, lanzados el año pasado en inglés y creo que hace apenas unos meses en español como Manual para mujeres de la limpieza dan buena fe de ello. Por cierto, siempre a cuestas con el problema de las traducciones. La traducción pierde la sátira y la acidez de la autora. Es difícil dar forma a la expresión "for cleaning women" en la versión española, pero lo podríamos traducir por "quitarse del medio a las mujeres".

Del mundo de la limpieza Lucia Berlin sabía mucho, ya que durante algún tiempo se dedicó a limpiar casas. Y no solo eso. Trabajó de recepcionista en clínicas, de operadora en una centralita, lavanderías, centros de la tercera edad, profesora, antes de recalar en un puesto universitario por mediación de un buen amigo, pero eso ya fue casi al final de su vida. Lucia sabía mucho de la vida, y esa lucidez, a veces quema. Para soportar el dolor Lucia buscó refugio en el alcohol. Sus constantes idas y venidas a centros de desintoxicación, hospitales, la cárcel incluso, no solo tocó su cuerpo sino también su escritura, obligándola a escribir en los momentos donde el síndrome de abstinencia le daba una pequeña tregua.

Pero Lucia no se amilanó. En lugar de compadecerse de sí misma, qué carácter, logró salir a flote y crear unas piezas, unos retazos de una categoría envidiable. Sus detractores argumentan que sus historias no son historias, que son solo instantáneas, descabezadas, que andan sueltas por la página. Y algo cierto es. La propia Berlin calificó a algunas de sus piezas, que no todas, de "postales".

Supongo que esto es lo que en los autores venimos a denominar "estilo". Y Berlin viene cargada de "estilo" hasta las orejas. A ella no le gustaban los signos de puntuación, aborrecía la coma, las pausas forzadas que le obligaran a maquillar su pensamiento espídico y febril, velocísimo, certero.

Lucia, no dejes de enviar postales.

lunes, 18 de julio de 2016

Ferdinand

Es durante las vacaciones cuando nos parece que la vida se nos alarga un poco más, tal vez por el efecto "experiencias" que se nos ensarta en el hilo del tiempo. Como sucede con todo, las experiencias vienen en distintos tamaños y formas.

Ferdinand the bull, el toro bueno que se negaba a que lo "toreasen", pertenece a las memorables, a esas que son capaces de iluminarnos en la penumbra de los tiempos, y que conviene revivir constantemente.

El toro Ferdinando, un libro infantil que sin duda traspasa edades, fue publicado en medio de la Guerra Civil Española, pero Franco, consciente del daño que este clásico podía hacer al espíritu español, decidió prohibirlo. Mientras escribo estas líneas, me acabo de dar cuenta de que, precisamente hoy, se conmemoran ochenta años del golpe de estado franquista.

Ferdinand es un pacifista, un precursor de los hippies, casi un budista, que solo busca la felicidad en la contemplación. Ni que decir tiene que esta pasividad ha sido vilipendiada con comentarios que ponen en duda la hombría del animal o ven una apología a la indolencia y cobardía.

Desconocemos si Munro Leaf, el creador de The Story of Ferdinand (La historia de Ferdinand), únicamente quería reflejar el conflicto bélico español o si, por el contrario, España era un pretexto para alertar de la violencia desatada en Europa. Lo que sí es cierto es que su ilustrador, Robert Lawson, se inspiró en Ronda para describir las vicisitudes de Ferdinand. Fuese lo que fuese, el caso es que el autor fue acusado por distintos medios, incluso estadounidenses, de corromper a la juventud americana. Ni que decir tiene que a Hitler también le repugnaba dicha lectura, ordenando su quema inmediata.

Sabia y afortunada Alemania. El tiempo le derritió el odio. Pero Ferdinand, el pacifista, desde luego que tuvo algo ver. El mismo libro que Hitler ordenara quemar, se usó como antídoto en cuanto acabó el conflicto. Los niños alemanes llevaban bajo el brazo una copia, muchas de ellas gratuitas, entregadas por los americanos en un intento de pacificación. Y funcionó.

Pero aún quedan muchos, sin libro.