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jueves, 4 de agosto de 2022

¿Quiénes nos van a dar el último calentón?

 Durante la pandemia, Arizona fue uno de los destinos más buscados para irse a vivir, y ahora resulta que más de uno se arrepiente de la decisión. Y no es por la casa, sino por las temperaturas. Un Arizona en verano, insoportable. Parece ser que la temperatura de bulbo húmedo que podemos aguantar, esto es, la temperatura que mide la humedad en suspensión, es de 35 grados, con lo que, con la que está cayendo, a tirar de aire acondicionado.

La saturación de redes no se hará esperar y de seguro que traerá cortes de luz porque muchas casas, además de contar con una unidad extraíble que se puede poner en una ventana para enfriar una habitación, cuentan con aire acondicionado central, con un condensandor general fuera de la casa. Lógicamente solo los que dispongan de mayores rentas podrán permitirse el lujo de pagar la factura quilométrica de la luz. 

Cortesía USDA ARS.

Y los aires acondicionados no dejan de subir. Casi un 90% de los hogares estadounidenses dispone de algún tipo de sistema de aire acondicionado, ya sea unidad extraíble o bien aire centralizado, nos dice la EIA, Administración Estadounidense de Información sobre la Energía. Obviamente, son los estados de clima marítimo, Oregón y Washington, los que usan menos el aire, aunque del 2010 al 2020, hubo un aumento notable en las adquisiciones e instalaciones de aires en estos dos estados.  

De momento, los que viven en pueblos y zonas menos pobladas sufren el calentón un poquitín menos, aunque, como sigamos así, pirómanos, gentes sin escrúpulos, pescadores de ríos revueltos, negacionistas por conveniencia y negacionistas sin luces, nos van a dar a todos el último calentón. 

miércoles, 7 de diciembre de 2016

¿Por qué las carreteras americanas estarán más oscuras que nunca?

Otro trozo de memoria se nos va, dejándonos solo la nostalgia. Esta vez las víctimas son un icono de la cultura de viaje estadounidense, el letrero de no hay vacante (No vacancy) en los moteles de carretera que tan acostumbrados estábamos a ver en las películas. ¿Y qué pondrán ahora?


Nada. Porque el menos intimidante Full house (Hasta la bandera) que surgió en los 80, también corre peligro.

En un mundo donde se pueden descargar las aplicaciones en un abrir y cerrar de ojos o hacer las reservas por internet su presencia se ha hecho innecesaria.

Pero, un momento, ¿y los que no contamos con artilugios para descargarnos aplicaciones? ¿Qué ocurre si el motel nos ha jugado una mala pasada y hay overbooking o simplemente tenemos que cancelar por un percance y nos pilla en carretera?

Solo queda empujar el coche hasta llegar a la estación de servicio más próxima o dar con una casa solitaria en la que cuenten con un teléfono para que podamos ponernos en comunicación con el motel y anular así la reserva antes de que nos casquen la cancelación tardía.

Stephen King, el rey de las novelas de terror de nuestro tiempo, bien podría tomar nota de esta nueva situación. Terror para los sin móvil, los desaplicados...

En caso de que el coche no nos decepcione y podamos llegar al motel, puede que nos encontremos a unos propietarios duchos en las tácticas comerciales, y que, presionados por las grandes cadenas hoteleras, decidan esconder la disponibilidad por varios motivos.

Primero, el negocio es el negocio, claro, y su misión es retener clientes. Si son de su parecer los pretendientes a huéspedes siempre pueden mandarlos a otros moteles de su propiedad o desviarlos a moteles de amigos y conocidos, confiando que luego el favor les será devuelto.

Segundo, creo que ya lo he dejado intuir, el motel se reserva el derecho de admisión. Así que en cuanto vea a los que van a registrarse siempre puede mandarlos con viento fresco si no les da el aprobado. No es infrecuente encontrar grupos de universitarios con las hormonas revueltas dispuestos a montar una.

Los más optimistas piensan que los letreros no se retirarán del todo, sustituyendo el neón por la iluminación LED.

Por cierto, que en mi coche, aun a riesgo de que me llamen retro, siempre llevo otras reliquias del pasado: el mapa y yo, uña y carne, y eso que me cuesta leerlos. El hipocampo que, afortunadamente, aún me deja que lo anime a que se lo curre.