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miércoles, 14 de noviembre de 2018
Aunque lo diga internet no son nómadas
Los que hayan leído en Todoliteratura mi reseña del libro de Jessica Bruder Nomadland: Surviving America in the twenty-first century (Tierra de nómadas: sobreviviendo en la América del siglo veintiuno) se habrán dado cuenta de que sus protagonistas no son vanlifers, dilentantes, normalmente treinteañeros, que se echan a la carretera los fines de semana con su compañera de toma y rasga. Otras veces, es cierto que se lanzan y deciden tomar la carretera, aunque con las vicisitudes que esta proporciona, dígase pinchazos, miedo a la oscuridad, tormentas de nieve o calor insoportable se les haga más cuesta arriba que a los nómadas de Bruder, y en un pis pas abandonan el asfalto. Otros, más precavidos, no han renunciado al trabajo, y lo siguen desde la comodidad de su furgoneta. Y los hay que, con su ojo mercantil, han sacado patrocinadores de sus aventurillas, proyectos, así suelen llamarlas. No voy a negar que, entre los nómadas, alguno que otro también haya podido beneficiarse, aunque parece menos habitual. Quizás inexperiencia a la hora de saber venderse, falta de contactos y de tecnología o el deseo a que los dejen en paz, tenga que ver con ello.
La capacidad de elección en los nómadas de Bruder es mucho más estrecha. Prácticamente ahogada. Neil Peart, casi filósofo en Freewill, nos recuerda que nadie cede su capacidad de elección, porque, hasta la inacción, es una elección. A los vanlifers no se les ve por los Camperforce, frotando inodoros o recogiendo remolacha. Pero evidentemente no es lo mismo elegir entre una pechuga de pollo carbonizada a los sesenta, que te traigan el pollo jugosito a los treinta. Idéntico vamos.
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