Washington Irving y Fenimore Cooper también se refugiarían allí. Los mayores exponentes de dicha escuela paisajista fueron Thomas Cole, que, aunque inglés, sintió la llamada del Hudson, y Durand, de Nueva Jersey. Otro artista bastante conocido por sus retratos fue Samuel F. B. Morse, el mismísimo que inventó el telégrafo eléctrico.
En 1826 Morse fue el primer presidente de la Academia Nacional de Diseño (National Academy of Design), cargo que ocupó hasta 1862 con varias interrupciones.
Para estos artistas ni que decir tiene que la naturaleza era lo que se veía. Ni más ni menos. Nada de intermediarios ni de interpretaciones para concluir que un árbol era un árbol. La naturaleza no se andaba con tapujos y se presentaba tal cual era. Nada de la frívola afectación a la que los europeos, según Cole y Durand, eran tan dados.
El jovencito George Inness que se unió a la Escuela del Río Hudson a los catorce, tal vez fuera el mejor de ellos. Sus varias escapadas a Europa para estudiar a los italianos y holandeses, y más tarde, para recibir lo que se hacía en la Barbizon, le sirvieron para pulir su arte. Aunque también le valieran que, a su vuelta, la escuela americana le diera la espalda. La Escuela se sintió traicionada con su aceptación de los modos europeos, acusándolo de falsedad del color y de la composición. Y le costó que le volvieran a readmitir. Quince años tuvieron que pasar para que lo nombraran académico. Y luego decimos que estas cosas solo pasan en España. En América también pasan.