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miércoles, 2 de octubre de 2019

Las delicias de Greta Thunberg


Y hoy una entrada de una mujer que haría las delicias de Greta Thunberg: Rachel Carson, pionera de los movimientos ecologistas, y que también es hija de Pensilvania, de Springdale, una localidad a unas quince millas de Pittsburgh.

Carson, que tenía un talento literario extraordinario, se valió de la escritura para hablar de su otro gran amor: la naturaleza. Especialmente la marina. En lo que hoy es la Universidad de Chatham, aquí, en Pittsburgh, y que antes se conocía por el Pennsylvania College for Women (Universidad de Pensilvania para mujeres), se graduó Carson en Biología junto a dos compañeras más.

Aunque a Carson se la conoce especialmente por su la publicación de su Silent Spring (Primavera silenciosa) en 1962, dos años antes de su fallecimiento, su prestigio como escritora científica comenzó años antes, con la publicación de su "trilogía marina". Under the Sea Wind(Bajo el viento marino) de 1941, que no le reporta muchos beneficios aunque tuvo buenas críticas. Es gracias a los artículos que publica en distintas revistas durante este década, con los que consigue mayores ganancias y difusión. 

En 1951 publica el segundo libro, The Sea Around Us, (El mar que nos rodea) con la Oxford University Press porque era difícil colocarlo en los Estados Unidos, pero una vez que se publica logra mantenerse casi dos años en la lista de los mejor vendidos del New York Times. Fue este el que le dio estabilidad financiera, siempre muy precaria, y la catapultó a la fama. En 1955 sale el tercero, The Edge of the Sea (El borde del mar). 

Carson, que vio el mar por primera vez en 1929, cuando le dieron una beca en el Laboratorio Marino de Woods Hole, en el cabo Cod, Massachusetts, fue la primera mujer que tendría la suerte de bajar en escafandra, una especie de Cousteau, a las profundidades marinas con una expedición federal años después. Carson comenzó prestando servicios en el Departamento de Comercio. En 1949, por oposición con la mejor nota, asciende al Departamento de Interior, donde será la editora en jefe de las publicaciones científicas del Servicio de pesca, fauna y flora (Fish and Wildlife Service).

Desde que se incorpora en el Servicio de pesca, fauna y flora, Carson muestra un interés especial por los peligros de los pesticidas o biocidas, término que Carson prefería aplicar para referirse a ellos, para la naturaleza. Carson, sin evidencia concluyente, no se pronuncia sobre los efectos de los pesticidas en la salud humana.

Fueron sin duda los horrores de la bomba atómica los que exacerbaron su preocupación por el medioambiente. En su Primavera, Carson denuncia los efectos nocivos del DDT, un insecticida que, además de usarse para el control de infecciones causadas por insectos, también se utilizaba para rociar jardines y cosechas. 

La reacción de la industria química no se hizo esperar. El por aquel entonces presidente de Monsanto la tachó de fanática defensora del equilibrio de la naturaleza. En cuanto al gobierno, Kennedy solicita una investigación de los hechos que Carson documenta con rigor científico. Un 4 de junio de 1963 Carson testifica. No es hasta 1972 cuando definitivamente se prohíbe en Estados Unidos el uso del DDT con fines agrícolas. 

El éxito de Carson fue compartido. De su madre, Maria McLean, una mujer sin estudios con hambre de conocimiento que vendió la vajilla para que su hija pequeña pudiera ir a la universidad, retuvo el valor del saber y el amor por la naturaleza. De su escritor favorito, Beatrix Potter, conservó el lirismo literario. Más adelante, su labor científica estará en deuda con los trabajos de W. C Hueper, del Instituto nacional del cáncer, o con los de Malcolm Hargraves, de la Clínica Mayo. 

Un éxito del que ahora, aunque sigamos con los estragos de los Roundups de los Monsantos y de los Bayers, aún podemos seguir disfrutando. 

Ánimo Greta. 

miércoles, 15 de mayo de 2019

lunes, 1 de abril de 2019

La que nos hemos quitado de encima



Y seguimos con la salud a cuestas. Bayer tendrá que comerse el marrón que le ha dejado en herencia el gigante químico Monsanto con su productito Roundup, un pesticida para matar hierbas que lleva en su composición glifosato, aparentemente cancerígeno. En junio del año pasado Bayer se hizo con la multinacional y, lógicamente, con las demandas judiciales que Monsanto, oportunamente, olvidó mencionar. Unas mil seiscientas. Y ahora a Bayer le toca pagar 81 millones de dólares a un hombre que sostiene que el matahierbas le causara el linfoma que padece. Y este caso no es el único. El 18 de marzo el jardinero-portero de un colegio también ganó su demanda y se llevó una indemnización de 78 millones.

Bayer dice que apelará. La compañía dice que el glifosato no causa cáncer. Es el usuario el que está haciendo un mal uso del producto. Bayer no está para perder reputación y mucho menos tanto dinero en indemnizaciones. Desde que se hizo con Monsanto ha perdido unos cuarenta millones de millones en bolsa. Y desde entonces las demandas han ido en aumento. A Bayer todavía le queda por lidiar con 11200 afectados, en su mayoría granjeros y jardineros. Con solo pagar a 750 de los damnificados esas cantidades astronómicas, unos 60 millones de millones de dólares, Bayer se vería obligada a cerrar el chiringuito. Jugadón la que nos hemos quitado de encima de Monsanto. Aunque nunca se sabe. Con la impugnación lo mismo los afectados tienen que devolver el dinero y correr con los costos.

miércoles, 6 de septiembre de 2017

Aquí apesta

De vez en cuando caigo y se me olvida que ecológico no significa sin pesticidas. Solo que los pesticidas son de origen natural. Claro, esto de natural es muy elástico, porque el azufre es tremendamente natural, pero si nos dan una buena dosis del dichoso elemento, seguro que se le coge tirria enseguida, y ya no digamos cuando nos los quieren vender al elemento como BIO y sacarnos así unos euros más. Lógicamente algo hay que echar a la planta para que nos llegue, el problema es cuando se les va la mano o el pesticida natural resulta ser más tóxico que su contrapartida artificial.



Pero por lo general, está demostrado que una exposición elevada y frecuente a pesticidas artificiales puede tener efectos adversos en el cerebro y resultar en enfermedades como el cáncer, el Parkinson o el Alzheimer, de la misma manera que también se ha atestiguado que los productos orgánicos son más saludables que los rociados con pesticidas artificiales.

En este caso, los pesticidas artificiales, por mucho que salgan de la mano del hombre, siguen siendo artificiales y como se ve, dañinos. Por muy naturales que sean estos pesticidas artificiales, ya que se crean en la naturaleza y en la nuestra, no son igual que los naturales, por mucho que le pese a Savater.