Siempre me he preguntado si, al llegar la época de estío, las voces cantantes de nuestra civilización se tomaban un descansito para dedicárselo a la familia o seguían al pie del cañón. Aún no he dado con la respuesta, pero me parece que julio es un buen mes para manejar los hilos detrás del telón. Eso sí. Nada de ataduras. La familia en casa que distrae horrores de las duras decisiones que uno tiene que tomar. Al fin y al cabo el destino de todos está en sus manos.
Los miembros del exclusivo Bohemian Grove saben mucho de esto. Mejor dicho, lo saben todo. A mediados de julio dirigentes y luminarias procedentes de los mundos más destacados, política y economía por descontado, se reúnen en un campamento de verano al norte de San Francisco para ver qué hacen con nosotros; y con ellos, eso se da por sentado. El campamento solo admite hombres y su fraternidad se la toman tan en serio que incluso han hecho de una frase sacada de El sueño de una noche de verano de Shakespeare su lema, un lema, me parece, muy acertado. Weaving Spiders Come Not Here, (Tejedoras arañas, no vengáis aquí), una exhortación a los exhaustos trabajadores a que dejen las penas en el mundanal ruido, que allí ellos están para avivar los menesteres que da el retiro. Qué orgullo para Shakespeare.
Aunque hay algunos que no ven con buenos ojos estas jornadas. Sin ir más lejos el aburrido de Ralph Nader, a cuyos participantes ha llamado Niños grandes. Seguro que por despecho. Otros, como le pasaba a Nixon, no sabían qué hacer con este tipo de encuentros, y, aunque de vez en cuando se pasaba por allí, por lo visto esta celebración le parecía "lo más amariconado que uno pudiera imaginarse".
No sé si esta rotundidad le vendría por el hecho de ver a sus compis entonando cancioncillas a lo boy scout, alrededor de una hoguera, por los colocones y resacones, por venerar a una lechuza de oro, por practicar la natación en pelota picada o por la puesta en escena del Cremation of Care, un ejercicio con el que los participantes pretenden exorcizar al demonio y asegurarse así el éxito de sus merecidísimas vacaciones. Túnicas y capuchas que parecen haber sido diseñadas por un modisto Ku Klux Klanero son ineludibles.
Este campamento comenzó su singladura en 1878 con el Bohemian Club, un grupo de corte intelectual al que asistían artistas, periodistas y músicos. Oscar Wilde los visitó en 1882 y a ellos dedicó una de sus agudezas, declarando que nunca había visto tantos bohemios tan bien vestidos y tan bien comidos. Desde entonces, la sociedad no ha parado un momento de producir buena ropa, buena comida y, afortunadamente, magnífico ingenio.
Curiosidad: Calvin Coolidge fue el primer presidente al que se dio la bienvenida al círculo. Desde entonces, todos los presidentes republicanos han tenido acceso al Club. No sé si Trump lo pediría o si le fue denegado, pero su nombre no está en la lista de los hermanos bohemios.