No cabe duda de que las elecciones siempre atraen lo mejor de la condición humana. A las pruebas me remito. Por supuesto, las acusaciones de índole sexual y moral ocupan el rinconcito más preciado en el corazón de todo aquel político que se precie. Los antiguos noviazgos ya no sirven para conmover a las masas y demostrarles a los votantes la rata que campea por su cocina, por eso, hay que ir a por todas. Las cuatrillizas Jones, Broaddrick, Willey y Shelton, supongo que previo pago por el paseo hasta San Luis, Misuri, dan buena cuenta de esta estratagema del todo o nada.
Pero, aunque esta degradación moral del contrincante, independientemente de la certeza de las acusaciones, dé la impresión de ser de nuevo cuño, parece que ya en época del Presidente Washington acudían a este tipo de vilezas.
Hagamos un rápido recorrido por la historia.
De Washington se decía que tenía una amante. Jefferson, para desprestigiar a su vicepresidente que, daba la casualidad también optó a presentarse a la presidencia mientras ocupaba ese cargo, hizo correr bulos de que Adams era un
hermafrodita. Adams contraatacó metiendo miedo en el cuerpo de los votantes extendiendo el engaño de que Jefferson quemaría sus casas y de que sus hijos se retorcerían de dolor en una pica o lanza.
Jackson también se las vio con Quincy Adams. No es que Jackson fuera un alma cándida, es el único presidente que ha matado a alguien en un duelo, pero el hijo de Adams alcanzó límites insospechados despachándose con insultos contra Rachel, la esposa de Jackson, llamándola, entre otras cosas,
adúltera. Por lo visto durante un tiempo, hasta que consiguió el divorcio de su primer esposo, Rachel fue acusada de bigamia. Ya se sabía cómo se las gastaban por aquella época con la
insondable depravación de este tipo de mujeres.
Otra flor que Quincy Adams tampoco se dejó en el tintero fue la de
dirty black wench. No he tenido más remedio que acudir al diccionario para constatar su
creatividad, al concentrar, con solo tres adjetivos, cuatro, ya que, dos veces, me temo que insiste en uno. La traducción sería algo así como, atención, ya advierto que este contenido puede resultar ofensivo,
prostituta,
robahombres,
sucia, negra y vuelve a reincidir en lo de
sucia. No me queda claro si se refiere a depravada a su aspecto físico o a una mezcla de las dos.
Lincoln tuvo que aguantar que su contrincante, Stephen Douglas, lo tildara de
borracho, mencionando su capacidad para vaciar él solo las existencias espirituosas de cualquier ciudad.
También Grover Cleveland se llevó lo suyo. Por lo visto era el Bill Clinton de su época. Se le acusaba de tener un hijo ilegítimo, al que apoyó económicamente. El partido opositor hizo de
Mamá, ¿dónde está mi papá?, su canto de guerra. Como era de esperar, el corazón del contrincante tampoco es que estuviera inmaculado. A Blaine se le acusó de hacer negocios ilegales con una ferroviaria.
Los motivos religiosos también se han usado como artillería pesada. Hoover acusó a su contrincante, Al Smith, de haber excavado un túnel de aproximadamente 3500 millas de distancia que lo pondría en comunicación
directa con el Vaticano. Smith era católico.
¿Un avión no hubiera salido más rentable?
Ya más cercano en el tiempo, a Roosevelt también se le atribuía al menos una amante y no hablemos ya de JFK. Lyndon B. Johnson también puso su granito de arena en este juego del descrédito, advirtiendo que si Barry Goldwater salía elegido, desencadenaría un desastre nuclear que "eliminaría a los niños de la faz de la Tierra". La campaña dio su fruto.
Más cerca aún, las teorías de la conspiración sobre el origen de Obama, que han desembocado hasta nuestros días en el
reality show que tenemos.
Me da la impresión de que el declive del decoro, la pérdida de la gloriosa aureola Mister President, comenzó con los asesinatos de los Kennedy, y que la intervención de la tecnología ha tenido algo que ver la
fecalización del coso político. Los hombres de altura, respetuosos con lo que tienen entre manos, son un animal a extinguir que está dando paso a raquíticos monigotes de risa a lo
Joker.
Aunque rivales durante toda su vida, Jefferson y Adams eran conscientes de que tenían idéntica preocupación. En su lecho de muerte, a Adams se le atribuye la frase, aunque no ha sido comprobada, de "Thomas Jefferson aún vive", pensando que el excelso procurador continuaría con el proyecto América. Qué quieren que les diga: francamente me resulta imposible imaginar estas palabras en boca de algunos presidentes y futuros presidentes de nuestro hoy, como no fuera para maldecir al oponente.