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miércoles, 10 de marzo de 2021

A 5 de marzo...

Estados Unidos, mejor dicho, la industria farmacéutica, ha metido la directa con la vacuna. A día de hoy, casi un 10% de la población ha recibido dos dosis y un 18,1%, una. Para los que no sepan inglés, en el primer gráfico se puede consultar el porcentaje de la población que ha recibido una sola dosis. Y si se presiona sobre Fully vaccinated, nos dará el porcentaje de la población que ya ha recibido las dos dosis. En el segundo gráfico, podemos ver el porcentaje de las vacunas enviadas que se han puesto. (Percent of delivered shots administered).

A este paso, se cree que, para mediados de mayo, estaremos todos vacunados. También es de agradecer que haya bajado el porcentaje de los dudosos. Según el Pew Research Center, en noviembre, un 60% de la población estaba por la labor de ponérsela. En febrero, esa cifra subió situándose en un 69%.   

Foto cortesía de USDA ARS.
El problemita es qué hacer con los díscolos. Los expertos piensan que, para alcanzar la famosa inmunidad de rebaño, al menos se necesita que un 65%  de la población esté totalmente vacunada, aunque esa cifra puede que esté más cercana al 85%. Y ese 85%, a menos que se haga obligatoria la vacuna o exista algún tipo de motivación/penalización, me parece que, Estados Unidos, no lo consigue. 

Si me preguntan, premiar a los reticentes me parecería un feo bastante horroroso. No es de recibo que, a aquellos que cumplan consigo mismos y con el prójimo, se les pasee por las narices la piruleta que les hubiera correspondido de haberse cruzado de brazos. Así que, muchas opciones, no quedan.     

miércoles, 30 de diciembre de 2020

¿De quién es la culpa?

Hace unos días despedían del Walter Reed National Military Medical Center al doctor James Phillips, uno de los doctores que trató al presidente de la covid-19 cuando fue ingresado en octubre. Al doctor no creo que lo hayan puesto de patitas en la calle por ser un incompetente, sino más bien por atreverse a decir que el presidente no debía ir a darse un baño de masas estando con el virus subido, obligando a su equipo a compartir trumpomóvil.  


 Cortesía de USDA ARS. 

Estados Unidos lo está pasando mal para retener médicos y enfermeras, sobre todo en las zonas rurales. Uno pudiera pensar que es porque andan cortos de personal. Pues no, no: es porque los lugareños les están haciendo la vida imposible. Y, ¿cómo es eso? La culpa es del corona. Los nativos, tan metidos ellos en política, saben de buena tinta que lo de llevar máscaras es una pamema y que los muertos son virtuales. Como sigan así, su economía a seguir el mismo camino. Desvirtuada. Y, cuando los supervivientes negacionistas que necesiten atención médica tengan que recorrerse kilómetros y kilómetros en ambulancia para que los traten y el tiempo no los llegue, entonces, solo entonces, se acordarán, si su mente se lo permite, de la locura que les trajo el corona.       

martes, 10 de marzo de 2020

Lo que me estoy perdiendo.

Lo que, de momento, he visto en Madrid desde que salí el día 8 de Pittsburgh.


  • Dos vuelos y los dos casi llenos. Y no es temporada alta.
  • La envidia de Walmart. Colas en el Mercadona: tipo metro en hora punta. 
  • Escuelas canceladas dos semanas.
  • En el hospital solo se permite un acompañante y un cambio de acompañante por turno.
  • Viajes del Inserso cancelados.

Lo que me estoy perdiendo. 


  • La Bolsa estadounidense desenchufada.
  • Los twitters de Trump, desperdigando virus con la supuesta senilidad de Biden.
  • Los haceres del dirtbag left, (basura izquierdista), una izquierda energúmena que, a Sanders, gracias a su inestimable ayuda, lo está hundiendo con amenazas e insultos a los que, mejor dicho a las que, (las víctimas son casi todas mujeres), se atrevieron a apoyar a Warren. 
  • El minmartes de hoy, con Idaho, Michigan, Misisipi, Misuri, Dakota del Norte y Washington a votar. Michigan es la joya de la corona, con 125 delegados, aunque, según las encuestas, no pinta muy bien para Sanders. Los otros estados ofrecen 352 delegados en total. Y casi todos se casan con Biden.

domingo, 1 de septiembre de 2019

La caja para los mocos es mía

Como era de esperar Bayer va a apelar. Habrá pensado que si las empresas que se dedican a la elaboración de material sanitario y otras farmacéuticas están barriendo en los hospitales, nadie les va quitar el derecho a barrer su polvo. Y es que los costos de hospitalización en Estados Unidos dan urticaria. Aquí van unos ejemplillos. Pastillita de tylenol (paracetamol) le cuesta el paciente unos quince dólares. Bolsita de plástico para depositar objetos personales mientras se está en el hospital a ocho dólares. Pañuelito para sonarse la nariz de los que vienen en caja, no en paquetitos, la unidad también nos sale a ocho. Guantes sin esterilizar, el par sale a cincuenta y tres dólares, si está esterilizado mejor ni preguntar. Tacita de plástico para traer los medicamentos con la dosis de la mañana, la media mañana, tarde, media tarde y noche, a diez el envío, el punteo que deja el lapicerito para marcar por donde hay que abrir, a unos dieciocho dólares, tomar la tensión, veinte dólares, dar la pastillita al paciente, unos siete, hisopos, a veintitrés la unidad. Con estas facturas trae cuenta apelar. Las veces que se puedan. Y el paciente cuando esté medio tieso y listo para marcharse, que no se ponga gallito y reclame sus cajitas: a sonarse los mocos con la caja del vecino.
[Red Cross nurses serving food to soldiers in hospital, during Christmas season]

martes, 13 de agosto de 2019

¿Qué les pasa también a los doctores?

b&w film copy neg.
En Estados Unidos es imposible seguirle el rastro a las pesadillas que salen de la industria sanitaria. Hoy volamos de Wichita Falls a Fort Worth, dos localidades de Tejas. El año pasado, el doctor Khan tuvo un accidente de tráfico y fue evacuado en helicóptero para salvarle el brazo que, desgraciadamente, perdió. La compañía le dio tres días de cortesía para sacarle del atontamiento presentándole la factura: 56603 dólares. Su aseguradora, que en un principio le denegó la cobertura, sorpresa, accedió a cubrir unos doce mil y el resto a pagarlo en módicos plazos.

Esta industria de altos vuelos es prácticamente un monopolio que está en manos de empresas que se dedican a la financiación de capital-riesgo. Los helicópteros proliferaron en el 2002, cuando el gobierno, con su Medicare, (el plan federal para los mayores de 65 y algunas personas con discapacidades), se hizo mejor pagador. Ahora los cielos están plagados de ambulancias aéreas. El año pasado más de novecientas, que, cuando reciben una llamada del 911, el servicio de emergencia aquí, caen como buitres sobre el desventurado para llevarse el cacho. Si el accidentado se encuentra consciente y tiene fuerzas para articular un esto ¿lo cubre el seguro? y le da tiempo a responder antes de desangrarse, quizás prefiera optar por el desplazamiento terrestre que también lleva víctimas en estado crítico por un precio más asequible. Si la víctima tiene seguro con póliza anual de unos cien dólares contratada con una empresa de ambulancia aérea, también puede esperar a que lo recoja un helicóptero de esa compañía, nunca de otra. Aunque la víctima, si es que puede, lo tendrá bastante difícil para convencer a los que se han presenciado de que no se lo rifen.

Las ambulancias aéreas, aunque se dediquen a la sanidad, están gestionadas por compañías privadas que se rigen por la industria aerocomercial y que, por tanto, pueden imponer los precios que consideren sobre el consumidor. La Asociación de Servicios Médicos Aéreos (Association of Air Medical Services) echó los cálculos y llegó a la conclusión de que se necesitaban casi tres millones de dólares anuales para mantener una base con trescientos traslados al año. Cada trayecto les sale a  unos diez mil dólares de media, según la Asociación. Y aunque estas cifras sean altas, supongo que a estas compañías no les debe ir nada mal cuando proliferan y se mantienen en el aire.

El doctor ha tenido suerte. Sondeando la red, he dado con facturas que superan el medio millón de dólares.

domingo, 17 de septiembre de 2017

El tornillo está pasado



El martes Hillary Clinton sacó What Happened, (Qué pasó), un libro que recoge su periplo a las presidenciales y las circunstancias, algunas con nombre y apellido, que hicieron fracasar su carrera a la Casa Blanca. Una de esas circunstancias es Bernie Sanders, un hombre de 76 años que seguramente volverá al ataque en las elecciones del 2021. El miércoles, Sanders presentó su llamada a defender la sanidad pública universal. Y parece que esta ocurrencia está aglutinando a los demócratas, y que incluso los más conservadores, como Joe Manchin, senador de Virginia Occidental, están dispuestos a escuchar lo que Sanders tiene que decir. 


Pero me temo que este tornillo de la sanidad pública universal, aunque en el 2021 los demócratas lograran hacerse con la Casa Blanca y el Senado, por mucho que lo apretemos no va a hacer otra cosa que seguir dando vueltas. No importa que para el 2013 unos treinta millones de personas estén sin seguro médico, que entre los copagos, las primas, los deducibles, los coseguros y otras flores, uno pierda el bolsillo y la cabeza. De una u otra manera las aseguradoras se asegurarán de que, en la ecuación, no pierdan ni un dólar. Es cierto que con la sanidad pública universal la clase media sufriría un nuevo varapalo, ya que habría que subir impuestos, pero es dinero que hubiera tenido que desembolsarse de igual manera, quizás más, para calmar el pantagruelismo asegurador.  

Una posición intermedia sería ofrecer la sanidad pública universal a aquellos que quisieran acogerse a ella. El estado sería una alternativa más en la competición. Pero claro, eso es intervencionismo. El tornillo está más que enjabonado.