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miércoles, 23 de diciembre de 2020

1839 Wylie Avenue.

Hace ya tiempo que August Wilson, el Shakespeare americano, me anda persiguiendo. En septiembre del año pasado se me presentó la ocasión de asistir a una representación teatral, al aire libre, cerca del domicilio ficticio, 1839 Wylie Avenue, en el que se supone sucede su obra Gem of the Ocean, La Gema del océano. Desgraciadamente, otros asuntos se cruzaron en el camino y al final no pudo ser. En octubre, ya de este año, nos llega la noticia de que la Universidad de Pittsburgh ha adquirido su legado. (Wilson era de Pittsburgh). Y más reciente aún. Hace unos días el Servicio Postal anunciaba que, el 28 de enero de 2021, coincidiendo con el Mes de la Herencia Negra, al dramaturgo se le concederá, en ceremonia virtual, su sello conmemorativo forever. El sello forever no pierde su validez y se puede usar en años venideros sin tener que pagar el incremento anual, siempre y cuando la carta no pese más de una onza. Esto es, unos 28 gramos. 

Un sello más que merecido para uno de los mejores dramaturgos de este país. Wilson, que se crió en Hill District, el Harlem pitsburgués, lo pasó mal aquí. Su padre, un panadero alemán con problemas de alcoholismo, abandonó a la familia. En cuanto pudo, Wilson dejó Pittsburgh, una ciudad a la que él consideraba muy dura. El hecho de que Wilson, (este tomó el apellido de su madre), fuera hijo de madre africanoamericana y padre blanco, no le facilitaba las cosas. Saint Paul, en Minesota, fue la ciudad en la que se estableció y en la que escribiera las dos obras que le valieran el Pulitzer. Uno por "Fences", ("Vallas" o "Rejas") de 1985, y otro por "The Piano Lessons", ("Las lecciones de piano"), de 1987. Las dos obras pertenecen al denominado Ciclo de Pittsburgh, también conocido como Ciclo del siglo americano, una  revisión de la experiencia de ser afroamericano en distintas décadas. Todas las obras, con la excepción de una, Ma Rainey's Black Bottom, La madre del blues, película que, por cierto, se acaba de estrenar en Netflix y que tiene lugar en Chicago, se encuadran en Pittsburgh. Las obras, curiosamente, no se escribieron en orden cronológico. 

Gem of the Ocean, (el título hace referencia a una canción patriótica que seguro nos suena), obra que mencionaba al principio, es la que abre la serie, situándonos en 1904. Aunt Ester, mujer que había sido esclava y que es uno de los personajes principales, aparece en nueve de las diez obras que conforman este ciclo. La Tía Ester, que tiene 285 años cuando comienza la serie y vive en ese imaginado 1839 Wylie Avenue, tiene algo de personaje de García Márquez. Ese gusto por lo mágico, los espíritus y lo ancestral. Aunque hay que decir que Wilson sentía mayor debilidad por Borges.  

Esperemos que la Tía Ester no se tomara a mal este plantón, y pronto recompense a los que la dejamos escapar con una de sus apariciones.   

martes, 20 de octubre de 2020

La memoria de los Antrobus.

Hace unos días, precisamente la festividad de Teresa de Jesús, el 15 de octubre pero de 1942, celebrábamos el estreno de la obra The Skin of Our TeethLa piel de nuestros dientes, de Thornton Wilder, que tuvo lugar en el Shubert Theatre en New Haven, Connecticut. Un mes después se llevaría a Nueva York donde el personaje principal, el de Sabina, estaría a cargo de Tallulah Bankhead, bajo la dirección de Elia Kazan y acompañada en el escenario por Fredric March, Florence Eldridge y Montgomery Clift. Vivien Leigh haría de Sabina en 1959, en una adaptación para la televisión. 

La frase, además de ser una expresión idiomática en inglés que podríamos traducir por por los pelos, es una referencia bíblica sacada del Libro de Job, capítulo 19, verso 20: My bone cleaveth to my skin and to my flesh, and I am escaped with the skin of my teeth. "El hueso se me clava en la piel y en la carne, y casi no logro escapar". Una frase bastante adecuada para los trabajos que tiene que soportar la familia Antrobus, que casi no lo cuenta por una edad del hielo, un diluvio y una gran guerra que les toca vivir. El invierno, el agua y el conflicto bélico que pone a padre e hijo en bandos distintos casi se los lleva por delante. 

Dividida en tres actos, seguimos a la familia Antrobus, que le ganó a Wilder su tercer Premio Pulitzer, una familia corriente y moliente que vive en la ciudad ficticia de Excelsior, en Nueva Jersey. George, el padre, al que podemos identificar con la figura de Adán, y que, en la obra, ha creado el alfabeto, las matemáticas y ha inventado la rueda, es amigo de Homero y también es coetáneo de Moisés. Maggie, a la que su esposo George llama en varias ocasiones Eva, en clara alusión a su media costilla, y los hijos, Henry, a veces identificado como Caín y que odia al padre, y Gladys, la hija a la que se pretende moldear sumisa y que el hermano envidia, una suerte de Abel femenina. Y finalmente la criada, Lily Sabina, su nombre, una doble alusión a Lilith, la primera mujer de Adán y al rapto de las sabinas. 


Lógicamente el nombre Antrobus procede del griego άνθρωπος, “Anthropos” “humano,” una manera de Wilder para indicar que la family Antrobus somos todos. Como siempre, es difícil encorsetar una obra bajo una sola categoría. Algunos han querido ver en The Skin of Our Teeth una obra surrealista. Otros dicen que la obra es una exploración literaria del amor y la lujuria. Otros, que es una alabanza de las bondandes de la educación. Los hay que defienden que estamos ante una condena a la avaricia. Otros ven en ella una advertencia sobre la destrucción de nuestro planeta, y hay otros a los que la obra les parece un canto a la ingenuidad del hombre. 

A la obra tampoco le faltan detractores: los escritores Joseph Campbell, Henry Morton Robinson o Julian Sawywer, entre otros, han señalado que dos de los premios Pulitzer de Wilder, The Skin of Our Teeth y Our Town, Nuestra ciudad, son un plagio, en especial del Finnegans Wake de Joyce y de la obra The Making of American, Ser norteamericanos, de la pittsburguesa Gertrude Stein, por no decir del omnipresente Brecht. A Wilder también se le ha achacado que sus obras exuden ese típico optimismo americano que ignora la otra cara del país. En Europa, especialmente en la Alemania que se abrió tras la Segunda Guerra Mundial, tuvo y sigue teniendo muchos seguidores. El mismo Wilder viajó hasta allí.

Y si estas influencias parecen innegables, lo cierto es que a Wilder tampoco se le puede restar el mérito que merece. El Bardo, sin ir más lejos, tomó las Crónicas de Holinshed para crear muchas de sus obras históricas, algunas se encuentran entre las más veneradas, pero, como bien dejó claro Shakespeare, no es lo que se toma lo que cuenta, sino en lo que se convierte. Y, Wilder, lo que toma, lo transforma con maestría.

Otra de las cosas que Wilder deja bien claro en The Skin of Our Teeth es que, los que no estudian y revisan la historia, están condenados a repetirla. De ahí la pertinacia de algunos para que esta se olvide. 

Feliz Día, Escritoras

martes, 6 de octubre de 2020

El joven Frankenstein.

Y, después de tanta intoxicación vírica, sobre todo presidencial, hoy, una ventana cultural con Frankenstein de Mary Shelley. Manual Cinema, de la mano de City Theatre, estos días, (la última representación será el 18 de octubre), lleva ofreciendo un espectáculo vistoso, creativo, entretenido y elegante del clásico. Duración, 65 minutos. La justa para que no se hiciera interminable y evitar la posibilidad de acabar en el barranco de la odiosa repetición, (entiendo que, a veces, pero solo a veces, la necesidad la reclama). 

El entorno, como si tuviera conciencia de que estábamos allí para que nos entrara miedo en el cuerpo, acompañó. Luna llena, viento, lluvia y claqueticlá de tren de fondo deslizándose con tranquilidad fantasmal en la cercanía nos clavó el espíritu victoriano de la obra. Y eso que manteníamos las ventanillas del coche bien subidas. No he mencionado que el espectáculo se proyectaba en un autocine, manera creativa para dar esquinazo a la Covid. Se nos facilitó una emisora de radio por la que salía la música en directo de una mini orquesta. 


Tras una pantalla gigante apoyada en los huesos de hierro de una antigua fábrica de acero, (el aire era tan fuerte que a veces conseguía doblarla, reforzando así el terror de la obra), actores de carne y hueso, creo recordar que todos eran mujeres, salpicaban su representación con la de marionetas iluminadas bajo los focos de un proyector que los actores acercaban o alejaban de este, dependiendo del efecto que buscaran. La puesta en escena del clásico me recordó al Bunraku japonés, pero, en este caso, tras la pantalla, aderezado también con fantásticas piezas musicales de cosecha propia, que, aquí y allí, me traían la locura del marilandés Frank Zappa. 

Aquí dejo el tráiler de Manual Cinema, la compañía que con tan buen tino ha captado la maternidad y el proceso creativo de la escritora Mary Shelly a través de su deslumbrante hijo, el joven Frankenstein.

viernes, 27 de septiembre de 2019

Bass Reeves, el Llanero Solitario

"The Bull-dogger"
El mes que viene se podrá ver en el teatro Nuevo Horizonte de Pittsburgh, New Horizon Theater, la obra COWBOY, escrita y dirigida por Layson Gray. 

La obra, ambientada en un salón en territorio indio de 1888, nos presenta la vida de Bass Reeves, el primer africanoamericano que fue ayudante del sheriff. Se dice que Reeves hizo más de 3000 arrestos sin recibir un balazo. Algunos creen que sirvió de inspiración para la figura del Llanero Solitario. 


Bass Reeves nació esclavo en Arkansas, en la casa de William S. Reeves. En 1846 el señor Reeves y séquito se mudan a Paris, Tejas. Y es en Tejas, durante la Guerra de Secesión, cuando decide que el esclavo acompañe al hijo, George, a combatir en el bando de los confederados. Bass logra escapar a territorio indio, a lo que hoy es Oklahoma. Allí aprende las lenguas y costumbres de los semínolas y los creek. En 1865, con la abolición de la esclavitud, consigue su libertad y regresa a Arkansas donde contrae matrimonio y alimentará a once hijos.

Hombre de moral intachable, incluso le tocó arrestar a uno de sus hijos acusado de asesinar a su esposa, en 1907 tuvo que retirarse porque el estado de Oklahoma se negaba a admitir un funcionario africanoamericano.    

miércoles, 24 de octubre de 2018

Reina de la improvisación

Y de una reina, a otra. Esta vez sobre el escenario. Viola Spolin, creadora del arte de la improvisación. Esta chicagüense de origen ruso, hizo del juego teatral su vida profesional. De Jacob Levy Moreno le llega el psicodrama, aunque su verdadera maestra fue Neva Boyd. Con ella desarrolló la conciencia de que el teatro y el juego eran fuerzas capaces de integrar a la comunidad de inmigrantes en la nueva cultura en la que estaban inmersos. 

[Are college students bashful? Film director says they are]   

En 1934, divorciada y con hijos, monta una especie de comuna, la Educational Playroom, con otras mujeres en situación familiar parecida, y en la que, como era de esperar, el teatro nunca faltó. La aventura en común se acaba en 1937, seguramente por la incapacidad de las madres de sostener el oneroso alquiler. Durante los años de la Depresión fueron vecinas del señor Oscar Mayer, el de las salchichas, pero imagino que en cuanto se recuperaran los precios no tuvieron más remedio que desalojar la casa. 

Por mediación de Boyd y a través de la Works Projects Administration  (institución creada bajo el New Deal), Spolin consiguió un empleo para trabajar con niños e inmigrantes en barrios de bajos ingresos. Y de allí a San Francisco, tras su segundo esposo, destinado en las Aleutianas durante la Segunda Guerra Mundial. Cuando el conflicto finaliza se instalan en Los Ángeles, donde Viola crea en Hollywood la Compañía de Jóvenes Actores. De nuevo separada, regresa a Chicago para seguir con sus talleres. A principios de los 60, su obra Improvisation for the Theater (Improvisación para el teatro) se publica. Y de vuelta a Los Ángeles en 1966. Y más talleres. Así hasta principios de los 90, cuando la salud se lo puso difícil. Su hijo, Paul Sills, siguió los pasos teatrales que abriera su madre. El arte de la la improvisación.   

lunes, 12 de febrero de 2018

En kiswahili, lugar para una feliz reunión

Estamos en el Mes de la Herencia Negra y hoy nos vamos al teatro. Al Karamu House en Cleveland. El teatro afroamericano más antiguo de los Estados Unidos. Sus fundadores fueron Russell y Rowena Woodham Jelliffe. La pareja se conoció en Oberlin College. Ella era presidenta de la Liga de las mujeres sufragistas de dicha universidad y él estudiaba Economía Política. Después de más estudios en Chicago, regresaron a Cleveland, atraídos por la diversidad y la mentalidad progresista de la ciudad.

El Karamu (del kiswhili lugar para una feliz reunión) dio sus primeros pasos en 1915 bajo el nombre de Playhouse Settlement on E. 38th St (fue en 1941 cuando se rebautizó con el nombre que ahora lleva) y para despegar contó con la ayuda de la Segunda Iglesia Presbiteriana. En 1963 el matrimonio se jubiló dejando las arcas del teatro con un millón de dólares y 4000 afiliados.

La señora Jelliffe comenzó a trabajar con un reparto interracial en obras que pudieran resultar menos ofensivas: las infantiles. Fue en 1927 cuando se instauró por primera vez un teatro permanente. Bajo su dirección, la señora Jelliffe tuvo que hacerse un cursillo rápido de arte dramático en Nueva York en un par de veranos, se estrenaron más de cien obras de 1920 a 1946. También escribía obras infantiles. Figuras como el poeta y dramaturgo Langston Hughes estrenarían sus obras en el Karamu. 



En 1955 los Jelliffe traerían al Karamu  a otro matrimonio de actores y directores: a Reuben y Dorothy Silver. Pero en 1976, con los meneos raciales y el deseo de atender nuevas demandas, a Reuben se le despidió y se contrató a un director afroamericano.

Hace un par de años el Karamu tuvo que hacer una reestructuración. Quince despidos, incluido el director de escena, Terrence Spivey. Esperemos que la renovación del edificio le dé un nuevo impulso a esta honorable empresa.

lunes, 12 de junio de 2017

Y Julio César era...

Los efluvios trumpianos de una puesta en escena de Julio César de The Public Theater (Teatro Público del Festival de Shakespeare de Nueva York) no han gustado nada a sus patrocinadores, Delta y el Bank of America. Tanto es así que han retirado su apoyo económico. "De mal gusto", la ha calificado las aerolíneas y "provocadora y ofensiva", según la entidad financiera. Por lo visto el parecido es asombroso: Julio César es rubio, se pierde por las corbatas largas, y su esposa, una mujer vestida a la última, habla con acento eslavo.

Al hijo del perjudicado, Donald Trump Jr., se puede decir que la obrita tampoco es que le haya vuelto loco, porque eso de que a César se lo carguen, atención, spoiler, un puñado de mujeres bravías y los miembros de algunos sectores marginales de la sociedad le debe parecer de lo más inverosímil por no decir una ruindad.

Supongo que Delta y Bank of America habrán echado sus cálculos y habrán llegado a la conclusión de que les salía mejor ponerse de parte del sector que ha apoyado al presidente que del otro. Después de tanto puñetazo aéreo no me extraña que quieran andarse con pies de plomo y no tener que vérselas ahora con tanta daga ropera.

lunes, 29 de agosto de 2016

¿Bailaban los políticos?

A ritmo de hip hop, rap, salsa y otros compases Lin Manuel Miranda ha metido en Broadway su musical Hamilton, y está pegando fuerte. Este fenómeno, que ya comenzó el año pasado, saldrá en septiembre de sus dominios, Nueva York, para compartir las vicisitudes del histórico personaje. Chicago ha sido la ciudad afortunada (aunque la representación se hará con una compañía local) hasta marzo del 2017, cuando el espectáculo, esta vez sí, con la compañía original, se llevará a San Francisco. Los que quieran ver el musical en el Viejo continente tendrán que esperar hasta octubre del año que viene a que desembarque en Londres.

La idea de fraguar un espectáculo alrededor de Alexander Hamilton, uno de los Padres fundadores de Estados Unidos, le llegó a Miranda años antes, mientras esperaba en un aeropuerto. En uno de esos quioscos que ofrecen libros y revistas dio con Alexander Hamilton, una biografía del mismo, escrita por Ron Chernow. Y el resto es historia. Porque es precisamente eso lo que Miranda intenta recuperar. Historia. Porque Hamilton, para empezar, no era de aquí, sino que nació en el Caribe, en la Isla Nieves. Era, efectivamente, un inmigrante. Para añadir a su condición de desarraigado, su padre abandonó a la familia, y su madre también dejó pronto a Hamilton al morir a los treinta y ocho, obligándolo a que se buscara la vida siendo aún niño.

A los once ya lo vemos trabajando de contable en una tienda de comestibles. Con ayuda monetaria de sus tías, Hamilton logró entrar en Kings College, la actual Universidad de Columbia en Nueva York. Unos años más tarde, en concreto 1776, se instala en el terreno militar como Capitán de la Compañía Provincial de la artillería de Nueva York, posición que, probablemente, le catapultara a convertirse en la mano derecha del general George Washington.

No se sabe si por su condición de inmigrante, por su baja extracción social de la que muchos de la luminarias del momento, Adams, Jefferson, Madison y su propio ejecutor, Aaron Burr, (Hamilton murió en un duelo), se burlaban, o, tal vez por desidia, que la importancia de Hamilton se ha desdeñado. Este hombre cuya genialidad rayaba con lo increíble, era un magnífico escritor, sus Papeles Federalistas dan buena fe de ello, pensador, economista, estadista, ducho en varias lenguas, en fin, un perfecto humanista, se las vio y deseó para hacer que su visión se tomara en cuenta. Y no era de extrañar con los pesos pesados con los que tuvo que vérselas, especialmente Jefferson, extraordinario estadista, terrateniente, propietario de esclavos, y defensor de limitar el poder central para otorgárselo a los gobiernos locales y estatales.

Para retratar la azarosa vida de Hamilton, Miranda se ha valido de un elenco de actores de color. Desde el propio Hamilton, pasando por su ejecutor, Burr, George Washington, Thomas Jefferson, Angelica Schuyler Church, cuñada de Hamilton, James Madison y el Marqués De La Fayette. Con esta subversión no cabe duda de que Miranda se ha propuesto no solo dar un bocinazo contra los horrores de la intransigencia, sino también dar alas, aunque solo sea de manera ficticia, a inmigrantes y minorías. Hamilton a todas luces es una obra de emergencia para los tiempos que corren. Por cierto que Dick Cheney, Obama y los Clinton ya han visto la obra. Y Trump, ¿tendrá pensado pasarse? Quizás su anuncio del miércoles lo dictamine.

Y a ustedes, ¿qué les parece que los Padres fundadores muevan el esqueleto? ¿Y que, con la elección de actores afroamericanos y latinos, se haya dado alas a las minorías? ¿Les parece que esta decisión es racista?