La victoria de Trump nos ha asegurado una cosecha abundante en películas y series de zombis. Según un estudio del 2008, los zombis son rojos (republicanos) y los vampiros, azules (demócratas).
El populismo zombi se ha comido a la pequeña élite conservadora y, aunque su carne está pútrida, es lo que tienen los zombis, siempre les quedan fuerzas para seguir adelante con su infatigable plan: asegurarse de que todos son como ellos, pues su odio a las minorías no es de este mundo. Curiosamente, este es uno de los pocos aspectos en los que los zombis estarían dispuestos a perder su individualidad, siempre en pos de esa bendecida homogeneidad.
Esta voluntad es su religión y es vital para su existencia. Su líder, un hueco de ideas y orgulloso de que así sea, para eso es el líder, es el muerto viviente más espabilado. En menos que canta un gallo, se ha quitado de encima a la élite que controla su partido, retransmitiendo mensajes por los altavoces de Zombigedón a los que se cuelgan sus seguidores.
La degradación intelectual de los cuasizombis, las clases dirigentes republicanas, ha traído esto. Se recoge lo que se siembra.
La de vampiros, para otro año.