martes, 8 de noviembre de 2016

Los intríngulis del Colegio Electoral

De la revista Puck, 1907, L.M. Glackens
Hace unos días nos llegó la noticia de que dos delegados demócratas del estado de Washington estaban contemplando la posibilidad de no respaldar a Hillary Clinton, incluso si la candidata se hacía con el voto popular.

Le pregunté a mi esposo si sabía cómo funcionaba el Colegio Electoral y su respuesta fue que nadie lo sabe. Sensacional. No obstante, aquí dejo unos apuntes que espero lancen algo de luz.

El Colegio Electoral básicamente es un sistema de sufragio indirecto ideado por los Padres Fundadores hace más de doscientos años.

El número de delegados de cada estado varía según el número de habitantes. Por ejemplo, Nueva Jersey, el estado en el que me encuentro, cuenta con catorce. California, con sus casi cuarenta millones de almas, tiene cincuenta y cinco, seguido de Texas que con sus veintisiete millones se lleva treinta y ocho. A la cola van estados como Alaska o Delaware, donde apenas llegan al millón de habitantes. Entre medias tenemos a los famosos estados columpio, Ohio, Pensilvania o Florida, con un número importante de delegados, dieciocho, veinte y veintinueve respectivamente.

Para hacerse con la carrera hacia la Casa Blanca se requiere que el ganador consiga 270 votos del Colegio Electoral de los 538 que hay.

¿Cómo funciona?

La lista con los delegados propuestos es un proceso que tiene dos fases: en la etapa previa a las elecciones, cada partido elige en cada estado una lista de posibles electores. En la segunda, el mismo día de las elecciones, los votantes de cada estado decidirán quiénes son los delegados designados. Así California, tradicionalmente feudo demócrata, probablemente conseguirá esos 55 delegados, mientras que Texas, reserva de votantes republicanos, tiene asegurados sus 38.

Y estos delegados, ¿quiénes son?

Pues la verdad es que es muy difícil saberlo. La Constitución no da muchos detalles al respecto. Sabemos que no pueden ser ni senadores ni diputados. Solo ocho estados incluyen en la papeleta los nombres de los delegados. Normalmente son miembros afiliados a un partido, miembros respetables a los que se intenta recompensar por años de servicio y dedicación.

¿Quién gana las elecciones? ¿El candidato con el mayor número de votos?

Sí, siempre y cuando la mayoría de los delegados del Colegio Electoral ratifiquen la voluntad de los votantes con su voto. Es decir, que son los delegados los que tienen la última palabra.

Al Gore lo experimentó en sus propias carnes. En las presidenciales del 2000 obtuvo más votos que George W. Bush, pero el republicano se hizo con 271 votos del Colegio Electoral frente a los 266 del demócrata.

El Colegio Electoral es una manera de contrarrestar la influencia de los estados con más votantes, otorgando a esos famosos estados columpio la capacidad de casarse con un candidato u otro. Por eso casi siempre vemos a los candidatos en mítines en los estados determinantes, porque zonas como California o Texas ya están bien definidas.

Veintinueve estados y también el Distrito de Columbia cuentan con leyes que obligan a los delegados a votar por el candidato presidencial elegido por el voto popular. Por eso, cuando aparecen delegados como Robert Satiacum que expresan que no respetarán la voluntad del voto popular, se les llama faithless electors, electores infieles, y, aunque es raro que cambien el resultado de las elecciones, la verdad es que dejan con muy mal sabor de boca. El ir contracorriente a Satiacum le va a suponer una multa de 1000 dólares.

Por cierto que, para rizar el rizo, los votos para la presidencia y la vicepresidencia son independientes. Así, queda dentro de los límites de lo probable que un candidato presidencial se haga con el Colegio Electoral mientras que, el compañero por la vicepresidencia no convenza, y se quede sin el apoyo del Colegio.

Esperemos que nos ahorren los rizos.

lunes, 7 de noviembre de 2016

Atlantic City: por el juego entró la peste

El casino de Atlantic City, alrededor de 1900, con parte de la papeleta de votación de 2016
"Desde sandalias a zapatos de tacón de aguja, pasando por el fuagrás y los pasteles de harina fritos, Atlantic City tiene algo para todos los gustos".

Este era un lema que se oía hace años y que diseñó la organización sin ánimo de lucro Atlantic City Alliance para fomentar el turismo y supongo que, de paso, el juego en los casinos en una ciudad moribunda. Atlantic City es un pez fuera del agua que, este año, los políticos del estado de Nueva Jersey están tratando de reanimar. No sé si esta decisión forma parte de un proyecto del gobernador Chris Christie para revitalizar sus relaciones con el magnate Trump, como también sabemos, propietario del Trump Plaza, integrado por casino y hotel, y el Trump Taj Mahal, clausurados el mes pasado.    

Atlantic City es uno de los tres paraísos del juego en Estados Unidos. Las Vegas va en cabeza, seguido del estado de Pensilvania.

Según un informe que data de 1997, lo admito, no es reciente, existe una relación entre el juego y la tasa de suicidios, convirtiendo a Las Vegas y a Atlantic City en las dos ciudades más letales. Pensilvania no entraba en juego en la estadística porque la presencia de casinos se aprobó en el 2004. En el estudio se vio que casi todas las víctimas tenían problemas médicos, financieros o familiares. Algunos habían caído presa del juego patológico.

Atlantic City siempre ha sido una ciudad que ha vivido del turismo, al estar en la costa se la considera un destino vacacional, pero la competitividad con otras zonas playeras y la escasez y la precariedad de los trabajos aceleraron su declive, momento que se aprovechó, a mediados de los 70, para impulsar este tipo de industria.

La intención sería buena, pero por lo que hemos visto, los típicos crear más puestos de trabajo o revitalizar la ciudad han quedado en agua de borrajas.

Y no solo a los grandes potentados se les puede achacar el derrumbe de Atlantic City. Todo el que podía especulaba con la compra de terrenos esperando a que los empresarios se los quitaran de las manos por unos precios de fuagrás ecológico. Y se los han tenido que comer con patatas, lo más económico, porque los Trump de hace unos siete años escaparon de la quema, oliéndose el derrumbe del mercado, con el calor de los verdes bajo la axila.  

Con la pobreza, la ciudad, lógicamente con la excepción del paseo marítimo y sus cegadoras luces, se ha acordonado de gentes que viven en guetos, llenas de desesperación y precariedad, además del miedo a la inevitable delincuencia.

Me parece que corría el año 2008 cuando precisamente Bob Dylan actuaba en uno de estos casinos. Estoy convencida de que al laureado no le darían una tourneé by night de las maravillas de la ciudad ni tampoco creo que se perdiera en la noche para ir a comprar pizza a la tienda de Papá Gino.

En cambio, sí que puedo constatar las hordas en autobús de la tercera edad que venían a jugarse los cuartos y a ver los espectáculos proporcionados por los casinos. Y casi todo era: gratis. Estancia, comidas, espectáculo. Incluso el transporte. Lo único que tenían que traer era dinero para dejarse.

Hace unos años escribí una historia, La ranura, y que está incluida en el Perro Verde, basada en el juego en los casinos y su efecto entre los mayores. Aquí dejo un fragmento.
—Aquí tiene sus bonos, señora. Mi nombre es Rick —dijo recorriendo una plaquita sobre su pechera con el índice derecho—. Los cajeros automáticos los encontrará bajo la escalera —dijo apuntando hacia una magnífica escalera blanca también de estilo colonial por la que inmediatamente Mona se imaginó a Escarlata O'Hara descendiendo perseguida por los gemelos. No necesita PIN. Se me olvidaba  —dijo tendiéndole unos cupones y una bolsita de plástico roja—. Cortesía de la casa. Si necesita más, la farmacia está allí —dijo apuntando al fondo del pasillo—. Que pase un buen día —le deseó el joven uniformado despidiéndole con una suave sonrisa.
            A unos pasos y de espaldas al mostrador, Mona sumergió los ojos en la bolsa: una jeringa, varios pañales y unos cupones descuento para la farmacia.
            “Supongo que para un apuro...”, pensó distraída mientras hundía la bolsita en la sobriedad de su bolso.
            Una aureola de fascinación le cubrió los sentidos. Mona estaba deslumbrada. No sabía por dónde empezar. El espíritu de leyenda de aquel lugar había tocado su vena más romántica. Una sensación de posibilidad le abrió el corazón: ¡a saber qué misterios le aguardaban!             

En las elecciones del martes van incluidas dos declaraciones interpretativas a nivel estatal con su correspondiente enmienda constitucional. La número dos tiene que ver con los impuestos al diésel. La primera nos pregunta si estamos de acuerdo con que se permita la presencia de casinos en otros dos condados, un casino por condado, no se precisan qué condados son estos, pero quedarán como mínimo a setenta y dos millas de Atlantic City. Hoy por hoy los casinos solo se permiten en Atlantic County, el condado donde está Atlantic City.

He leído la declaración interpretativa y se me ha caído el alma a los pies. La enmienda dice que, si se aprueba, Nueva Jersey destinará los ingresos para aliviar los impuestos sobre bienes inmuebles. ¿A quién? A la gente mayor. Los abusuarios de los casinos. Y no solo eso, sino que parte de esos ingresos serán destinados a reanimar al pez moribundo que es Atlantic City.

Parece que por el juego entró la peste y que hay que añadir dos componentes más porque, como es bien sabido, los males compartidos saben a menos. La única cuestión que se plantea es si una vez rescatada Atlantic City, habrá que ir al rescate de las otras dos ciudades y sacar otra enmienda, esta vez con cuatro participantes, para que las saquen del atolladero y luego, una más, para que saquen a las rescatadoras y así, ad nauseam, todo el país convertido en una mesa de bacarrá.

Alcorcón de buena te libraste.

Por cierto, que la misma enmienda también menciona que una pequeña parte de los ingresos estará destinada a los purasangres. ¿Preparándose para salir a todo galope?

jueves, 3 de noviembre de 2016

Kit de inglés 15: Uncle Sam


Con la Election Day encima traigo al protagonista.

Uncle Sam o el Tío Sam no era tío de nadie, sino que la Uncle Sam Wilson era una fábrica empaquetadora de carne porcina instalada en Troy, Nueva York.

Parece ser que, durante la guerra anglo-estadounidense de 1812, la fábrica mandó un cargamento a las tropas americanas de cientos de barriles de comida en los que se estampó el sello U.S., creándose así la confusión entre el donante porcino (U de Uncle y S de Sam) con las siglas en inglés del país (United States).

Probablemente se deba a la guasa de soldados y estibadores al encontrarse con el sello impreso en tan generoso cargamento, que el nombre de la fábrica haya perdurado.

Otra hipótesis apunta al dibujante satírico Thomas Nast como el difusor de la imagen que identifica a los Estados Unidos con el Tío Sam.

Sea lo que fuere, el caso es que en 1961 el Congreso decidió agradecer los servicios del propietario porcino, Samuel Wilson, reconociéndolo como "el progenitor del símbolo nacional del Tío Sam".

Qué verdad es. "Del cerdo se aprovecha todo, hasta los andares".

Mike Pence for President

Se está poniendo caliente la cosa.

Ahora resulta que si Trump sale elegido, marchando otra de impeachment (juicio político). 

Pero el golpe no vendrá de la mano de los demócratas, sino que el Nosferatu va a bordo.


Es un quítate que me pongo yo que dejaría ojipláticas a las masas republicanas porque han votado por el businessman, no por el animal político, en este caso Mike Pence, el candidato republicano a la vicepresidencia.

La Casa Blanca, ¿quedará como desolado castillo?

Clinton II: the final impeachment

"Como Hillary Clinton llegue a la Casa Blanca también ella tendrá su impeachment, (acusación)", ha advertido el senador republicano por Utah, a cuestas con Utah, Jason Chaffetz. Aunque no se le puede atribuir la idea, pues su creador es el senador por Wisconsin, como McCarthy, qué casualidad, Ron Johnson.

A diferencia de McCarthy, el cual en su día dijo de Truman (advierto que el contenido a continuación puede resultar ofensivo) que "El hijo de puta debería ser impeached (acusado)", Johnson se ha quedado en la petición. Rudy Giuliani, exalcalde de Nueva York y portavoz de Trump, se subió al triciclo el miércoles. Y creo que está a punto de reventar porque las peticiones no dejan de llegar.

El senador Johnson apoya su decisión en una ley federal que describe cómo debe tratarse la información y, por tanto, la seguridad nacional. Los famosos correos electrónicos enviados a través de la cuenta privada de la candidata son los que podrían sacarla, en caso de que llegara, de la Casa Blanca.

Hace unos días el FBI reabrió la investigación para estudiar miles de correos y la ha vuelto a cerrar porque no ha encontrado nada anómalo. Johnson, supongo que enrabietado, ha calificado los hallazgos de la agencia como una "conclusión corrupta".

La duda que me surge es, ¿se la acusará de traición o de perjurio?

To be continued...

miércoles, 2 de noviembre de 2016

Fifi que estás en los cielos

Antes, cuando se nos moría la tortuga, la tirábamos a la basura o como mucho, si vivíamos cerca de un descampado, le hacíamos al animal su pequeña fosa, despidiéndolo con unos humildes honores. La simpleza de la ceremonia, ¿era indicativa de que nos importaba un bledo nuestra tortuga?

Pero los tiempos han cambiando y no cabe duda de que han sabido adaptarse a las necesidades del mercado, tocando la fibra sensible de casi todos los bolsillos. La de pudientes, la de los quiero y no puedo y la de los que verdaderamente no pueden, pero les da lo mismo y se gastan la paga semanal en algo que les resulte reconfortante.

Reconfortante para el espíritu, que no para el bolsillo, es asegurarse de que los que se quedan en este valle de lágrimas honran al finado en su tránsito a un mundo mejor. Y esta cortesía también los incluye a ellos, a nuestros queridos animales.

Hace unos días que el estado de Nueva York aprobó una ley (solo afecta a los cementerios regulados por el estado) por la cual se permite que el animal sea enterrado con el amo siempre y cuando la mascota sea incinerada, probablemente por motivos de salubridad.

El enterramiento de la mascota no es nuevo en Estados Unidos. Ya en 1896, precisamente en el estado de Nueva York, se inauguró el primer cementerio solo para ellos.

El pago a la fidelidad animal no solo se hace en vida. ¿Quién no se habrá sonreído o tal vez tirado de los pelos al saber que Trouble, un bichón maltés, heredaba la friolera de doce millones de dólares?

Es en la mala hora donde se ven las verdaderas intenciones, y, por lo visto, las de muchos americanos es bendecir a sus mascotas, porque Fifi es una más en casa, con una ruta dorada que, por motivos obvios el animal es incapaz de apreciar, pero que aliviará el peso en el corazón del amo.

El último adiós es de rigor. Para suavizar la despedida, los dueños no reparan en gastos. Fifi merece un funeral por todo lo alto. Galletitas gourmet, indumentaria de encargo, juguetes, correas a la última, camas, almohadones, mantas con una fotografía impresa del animal, velones en forma de hueso, un CD personalizado con sus canciones preferidas y cualquier otro enser que pudiera hacer las delicias del difunto animal. Y para el doliente, un bucle del caniche, el poema de la despedida enmarcado y una impresión en arcilla de las patas.

No sé si ya se hace, conociendo el temperamento emprendedor del americano seguramente que ya se haya puesto en marcha, pero me parece que es en la especialización donde reside la clave del éxito: ¿habrá caído alguien en la cuenta de que Fifi era hija de patriarcas hebreos y que el cerdo ni probarlo? ¿O acaso era irlandesa y se pirraba por la Guinness?
 
No cabe duda de que la aprobación de esta ley va a hacer llamear para la eternidad la sonrisa de muchos, porque, como sabemos, este negocio nunca quiebra, es más, a tenor de lo visto, no importa lo mucho que se excave. Va al alza.    

martes, 1 de noviembre de 2016

Atención: este es un mensaje especial para los de Utah

Preocupado con que Trump pueda perder Utah a manos de McMullin, William Johnson se ha lanzado a por los contestadores automáticos dejando estas piezas.      
"Hola, me llamo William Johnson. Soy granjero y un nacionalista blanco. Lo llamo porque apoyo a Donald Trump" son sus credenciales.  
"Evan tiene dos mamás. Su madre es lesbiana y está casada con otra mujer. Evan no está casado. Ni siquiera tiene novia. Creo que Evan es un homosexual que no ha salido del armario". 
Acusar a alguien de homosexualidad no se considera difamación en Estados Unidos.
"Vote por Donald Trump. Él respetará a las mujeres y será un presidente del que podamos estar orgullosos".
Corto y cierro.